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El Casino de la Selva: la ciudad y la resistencia

8613197734_7db428882d_oEntrada del Casino de la Selva

La esencia del Casino de la Selva persiste en el espacio como testigo de lo que fue la ciudad de Cuernavaca. La lucha por su rescate ante la amenaza –hoy realidad– de la construcción de dos megatiendas, significó un punto de encuentro para diversos frentes paralelos que se sumaron y organizaron con la noviolencia de estandarte. Éste no sólo es el testimonio de uno de sus protagonistas, sino también el análisis del símbolo que generó la resistencia civil y de la lectura que, a la distancia, deja este hecho histórico.


 

I

Por más de medio siglo, el Casino de la Selva fue un lugar emblemático de y para Cuernavaca. Punto de referencia obligado para moverse en la abigarrada ciudad. Testigo silencioso de una urbe que con su acelerado crecimiento iba destruyendo las formas de vida y convivencia que la habían sostenido desde que el estado se tuvo que reconstruir, tras el genocidio que barrió con más de la mitad de la población para acabar con el zapatismo.

El Casino conjuntaba en sí el símbolo del turismo de otro tiempo, con una cultura exterior que se mezclaba con lo local para aprehenderse como símbolo de autoctonía. Entre varios relatos, sin duda destaca el de Bajo el volcán de Malcolm Lowry, que expresa esto. Pero están también las numerosas narraciones de artistas e intelectuales que se alojaban allí por temporadas. Nutrido de múltiples especies de plantas, con más de mil de arboles, algunos centenarios, era un pulmón más de la ciudad. Su arquitectura contenía la riqueza de la modernización que sólo tenían sitios como el Mercado Adolfo López Mateos (ALM) o la iglesia de Palmira. Sus albercas y sus espacios para foros, a pesar de ser privados, habían sido generosamente usadas por la gente local; sus murales y edificaciones eran muestra de una extinta burguesía que apreciaba el arte y sabía usarlo para fortalecer su hegemonía.

Llegó una lógica inclemente que se dispuso a barrer con todo. La tradición popular de resistencia había sido fuertemente golpeada. Todos los espacios de organización se habían desbaratado. La iglesia de los pobres del obispo Sergio Méndez Arceo había sido desmantelada. El fuerte movimiento obrero aniquilado con la violencia y el cierre de las fábricas. La vida campesina golpeada por la pobreza, la venta de tierras y especulación inmobiliaria. Quedaban cercanos, a pesar de lo anterior, los triunfos del pueblo de Tepoztlán contra el Club de Golf y la movilización social que empujó la dimisión del gobernador gral. Jorge Carrillo Olea. La fragmentación popular no pudo ir más allá de esas enormes muestras de resistencias. El panismo logró capitalizar ese descontento y hacerse mayoría en el congreso y ser el primer partido de oposición en derrotar al PRI en las elecciones a la gubernatura.

Con una compra fraudulenta, parte del gran robo que fue el Fondo Bancario de Protección al Ahorro (FOBAPROA), llegó el proyecto de construcción de dos mega tiendas en el exhotel Casino de la Selva. Era una nueva dinámica de crecimiento urbano sin control. En un país dirigido por un exgerente de FEMSA (transnacional latinoamericana de Coca Cola), los OXXO llenaron la ciudad, el número de gasolineras se multiplicaba junto a otras megatiendas, “campos de concentración” de las inmobiliarias GEO y ARA disfrazados de pequeños fraccionamientos, que desataron lógicas brutales de consumo, generación de basura, y que justificaban la construcción de puentes, segundos pisos, pasos a desnivel, etcétera, para favorecer a las grandes constructoras con el presupuesto estatal. Bajo la careta de progreso también se extendieron las redes de la delincuencia, tráfico de drogas, trata de mujeres, robo de autos lujosos…

Los dos grandes problemas que aparecieron de inmediato, como oposición a la construcción de las megatiendas de Costco y Mega Comercial Mexicana en los 95 mil metros cuadrados que ocupaba el exhotel, fue el riesgo de destrucción de dos patrimonios: el cultural y ambiental. Se trataba de la destrucción de las obras arquitectónicas de Félix Candela y Jesús Martí; los murales de José Reyes Meza, José Renau, Jorge González Camarena, Benito Messeguer, el Doctor Atl, Mario Orozco Romero y Jorge Flores; las esculturas de Federico Canessi. En lo ambiental, se trataba de la tala de 471 árboles –muchos de ellos centenarios–; 274 especies no arbóreas; 46 especies de plantas diferentes que constituían un pulmón de la ciudad, el espacio de refugio de 100 especies de aves y de captación de agua de los ojos de agua de Gualipta.

Conforme se consolidaba una oposición, quedó evidenciado que el problema era más grande. Había sido adquirido por una compra fraudulenta del FOBAPROA, el edificio había sido incautado por más de 40 millones de pesos, y la empresa lo adquirió por tan solo una cuarta parte de su valor. Existían muchas irregularidades en los permisos que se otorgaban. Resultó que existían importantes vestigios arqueológicos tlahuicas y preolmecas; también sería afectado el entorno urbano, la escuela primaria y el jardín de niños localizados frente al exhotel; la clínica del DIF, el Hospital del Niño y el Hospital General. A menos de un kilómetro se localiza el Mercado ALM, uno de los más grandes de México, con un sistema combinado de tianguis, central de abastos y puestos de mercados, del que dependen cientos de familias de varios municipios del estado. Según Jean Robert, arquitecto y opositor al proyecto de megatiendas, en el espacio inmediato circundante al Casino se realizaban el 60% de las actividades comerciales de toda Cuernavaca. La amenaza de que el tráfico se desquiciara también era un motivo de preocupación.

Cuando la lucha avanzó, las demandas empezaron a articularse como la lucha en defensa de cuatro patrimonios (artístico, ambiental, arqueológico y económico), pero también como una disputa frente al gobierno, por su corrupción, engaños, cerrazón; luego por su violencia y abuso de poder y persecución política. Pero la lucha no se puede entender tan sólo como una sumatoria de demandas. Se trataba de algo más…

Fragmento de mural «La Hispanidad» de Josep Renau en el Casino de la Selva

II

Diversas agrupaciones fueron creando un referente público que encabezó la lucha en contra de la megatienda: se llamó el Frente Cívico Pro Defensa del Ex Casino de la Selva (FCPDCS). Originalmente impulsado por el Consejo Ciudadano para la Cultura y las Artes de Morelos y Guardianes de los Árboles, pronto se fueron incorporando otros colectivos, como Servicio Paz y Justicia (SERPAJ-México), colectivos cercanos o pertenecientes al Frente Zapatista de Liberación Nacional (FZLN) y personas sin agrupaciones. Conforme avanzó la resistencia, se fueron sumando más organizaciones y personas, como Convergencia Sindical y Social, un referente de sindicatos y organizaciones sociales, grupos de las CEBS, militantes del PRD. Periodistas locales y nacionales y diversos intelectuales y artistas simpatizaban con esta resistencia.

En un primer momento la lucha se concentró en medidas jurídicas para frenar por esa vía la construcción. Se denunció en medios locales; en ese entonces La Jornada Morelos, El Regional del Sur y el Diario de Morelos acogían en sus secciones de opinión a intelectuales que simpatizaron. Se realizaron algunos festivales culturales en las afueras del Casino y manifiestos públicos.

El 16 de junio de 2002 el movimiento tuvo un parteaguas. Se tomó la decisión de instalar un plantón en los tres accesos del casino. Se bloquearon los accesos, una acción que sólo se retiraría hasta que se cancelara el proyecto. Al día siguiente, llegó Graco Ramírez Garrido Abreu, jefe de la mayor corriente perredista en el estado y su grupo de diputados a plantear el retiro del plantón; proponían sustituir la acción, por un plebiscito ciudadano en el que, a través de esa vía, se decidiera si se construían las tiendas. Se tomó la demanda, pero se siguió con el plantón a pesar de las presiones de los perredistas. Con el plantón la oposición se convirtió en movimiento. Había guardias constantes, el plantón se sostenía por los recursos económicos de las organizaciones no gubernamentales y de la presencia popular. La gente de abajo llegaba a hacer guardias y a dar víveres. Participaban los trabajadores de la Cooperativa Pascual, las Comunidades Eclesiales de Base (CEBS), colectivos del FZLN, locatarios de la pequeña plaza vecina y algunos jóvenes que se integraban a la lucha. La presencia de tantos actores fue demandando una forma de organización diferente. Ocurrían reuniones diarias en las que se iba marcando un nuevo ritmo, acelerado, en la protesta, y se compartía información. La dirección se conjuntó con la espontaneidad y entonces el movimiento adquirió más fuerza. Simultáneamente se hacían protestas en oficinas públicas, en tiendas de Costco en el Distrito Federal y en la Comercial Mexicana en Cuernavaca. Se impulsó un boicot a esas tiendas. En ese momento destacó la creatividad del grupo para llevar a cabo actividades creativas. Iniciaron las primeras reyertas para abrir paso a la construcción. Entonces, llegaron también muestras de apoyo de sectores organizados como la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra de San Salvador Atenco y otros pueblos del Estado de México –que por esas fechas lograron la cancelación del Nuevo Aeropuerto del Distrito Federal, el proyecto más ambicioso del sexenio– el Frente Popular Francisco Villa, que en ese momento era una fuerza importante del movimiento urbano popular en el Distrito Federal, y estudiantes de la UNAM que habían sido parte de la huelga y que aún se identificaban como parte del Consejo General de Huelga (CGH). Un ingrediente que contrastaba con los cuernavacenses que en su vida se hubieran imaginado compartir lucha con esas fuerzas “radicales”, la “chusma” tan temida por haber transgredido tantas veces la ley y por haber doblegado al gobierno en diversas confrontaciones.

El 21 de agosto, a más de dos meses de la instalación del plantón, comenzó la tala de los árboles. Sin mucha organización se tomó la decisión de bloquear las calles. El tránsito se desquició. Se sumó gente de los Patios de la Estación –base popular del PRD– que llegaron a apoyar y a imprimirle un sello nuevo a las protestas. Armados con palos, el color de sus pieles, su bravía y su irreverencia contrastaban con lo que habían sido las protestas. Poco antes de las siete de la noche, el gobernador Sergio Estrada Cajigal y el presidente municipal José Raúl Hernández Ávila, ordenaron reprimir y detener a los manifestantes. La prensa se había congregado en el lugar en espera de una rueda de prensa que daría el FCPDCS. La nota fue la dura represión, en la que con más de 400 elementos municipales y estatales se atacó a los manifestantes; 32 fueron apresados. Contrastó la violencia con la resistencia pacífica. Ninguno se opuso al arresto. Entre los detenidos se encontraban figuras importantes que dirigían la lucha, como Ignacio Suárez Huape, Pietro Ameglio y Flora Guerrero Garro; otros detenidos fueron integrantes del FCPDCS, locatarios del mercado ALM y vecinos de Patios de la Estación.

Aunque la violencia del PAN ya se había mostrado con el encarcelamiento de dos personas que encabezaban la lucha contra la construcción de una estación de Gas Express Nieto en Yautepec y también con la entrada de tropas policiacas a Temoac y Amilcingo, el descaro con que se ejerció la violencia en contra de artistas, intelectuales y académicos en el Centro de Cuernavaca desbordó la indignación. El panismo mostraba el rostro violento y de persecución política que lo caracterizaría en toda la administración de Estrada Cajigal, pero también de su sucesor, el integrante del Yunque, Marco Adame Castillo.

La represión abrió un nuevo momento en la lucha. Al día siguiente, 22 de agosto, marcharon cerca de 3 mil personas repudiando la violencia de Estado y exigiendo la libertad de los presos. El día 23 ocurrió otra protesta y el traslado violento de los detenidos al penal de Atlacholoaya. El fin de semana se llevó a cabo un festival cultural encabezado por artistas locales y nacionales, en apoyo a los presos políticos. La protesta se combinó con una fiesta irreverente de denuncia. Ya no era sólo la población cercana al FCPDCS la que ocupaba las calles, salieron los viejos militantes de la izquierda, que habían estado ausentes, pero sobre todo los pueblos del estado que hacían suya esta lucha. Una nueva dirección surgía mientras el Casino se transformaba en un símbolo de otro tipo: ya no era sólo la batalla por un patrimonio cultural-ambiental lo que cubría el primer plano, sino además el acumulado de agravios en su conjunto, la lucha por Morelos, como la tierra propia y la posibilidad de salir del letargo en que estaba sumida la resistencia popular. El espacio en disputa no era el mismo. Los agravios y humillaciones hacia los pueblos se entretejían como impugnación frente a la lógica inclemente del crecimiento urbano y la especulación de tierras, propios de la forma más cruda de capitalismo, al que suele llamarse neoliberal. Se planteaba, como su antípoda, un sentido popular de la vida. De modo un poco difuso, se comprendía que en la lucha se enfrentaban dos formas de ejercicio del poder: el despótico, racista y privador de lo publicó, frente a un poder popular, cuya fuerza, a pesar de lo indefinida y débil que apenas se entreveía, se sostenía por el rechazo a lo privado, y por que todo fuera de todos.

Interior del Casino de la Selva

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El 27 de agosto se convocó a una mega marcha. En ella se condensaba la disputa que, con la represión, se había hecho explícita. La dirección del movimiento se bifurcó. Por un lado, los pueblos alumbraban la posibilidad de una “revancha histórica”: planeaban tomar el lugar, instalarse en él y esperar el enfrentamiento y/o la expropiación del sitio; la libertad total de los dirigentes vendría con ello. Parecía fácil, bastaba el choque directo, la ocupación del espacio y apostar a una fuerte respuesta popular. En otra posición y sentido, la dirección del FCPDS resultaba más calculadora: temiendo un crecimiento de la violencia –tanto del Estado como también de los pueblos–, se concentraban en impedir que la lucha se saliera de su control. Graco Ramírez, entonces dirigente del PRD, mostró el camino de esa salida controlada, negociada. Por medio de un acuerdo con el gobernador, se comprometía a liberar a los presos políticos –bajo fianza– y abrir el camino para que el conflicto se resolviera por un plebiscito ciudadano. Dos escenarios posibles y dos lógicas contrapuestas generaron que la marcha más grande de Morelos, en ese tiempo, concluyera como un testimonio de ruptura. El Casino no se tomó. La descubierta de la marcha, encabezada por los presos políticos bajo fianza, optó por dar una vuelta alrededor del predio, colocar una ofrenda floral a la virgen de Guadalupe y concluir el acto en el Zócalo. Los pueblos se retiraron molestos. No volverían a participar en esa lucha.

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La maniobra de Graco Ramírez y Sergio Estrada resultó. La promesa de plebiscito se quedó atorada en el Congreso al no nombrar al Consejo de Participación Ciudadana. El año electoral llegó para interrumpir todo intento; mientras, los árboles terminaban de talarse y las antiguas edificaciones de derruirse.

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La resistencia siguió. Se instaló meses después un plantón en el Zócalo de Cuernavaca que sirvió de punto de encuentro de la inconformidad social. Un espacio en el que se juntaban otras demandas más. Hasta fue un punto de reunión en contra de la guerra de Estados Unidos contra Irak. La resistencia seguía con la creatividad de siempre: ayunos, bloqueos en el Casino, actividades de protesta junto con accionista de Costco, etcétera. Fueron constantes, pero no eficaces para frenar la construcción. El 16 de diciembre de 2002 se planeó una toma del predio del Casino. Las fuerzas eran muy escasas. Menos de 30 personas llegaron de Cuernavaca. Venían unas 50 de organizaciones como la normal de Amilcingo, Atenco, la CNTE, el ex CGH, el FPFV, pero de los pueblos de Morelos, salvo las normalistas, nadie más se hizo presente. Los pueblos rechazaron participar, reclamaban la importancia de los tiempos y de la dirección colectiva.

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Al año siguiente las protestas siguieron, aunque ya muy débiles. Las tiendas se inauguraron en septiembre de 2003. Los presos habían sido absueltos pocos meses antes. Los activistas tomaron distintos rumbos, la mayoría a su vida cotidiana y a los espacios de activismo en los que previamente participaban. Aunque nunca se decretó un fin en la lucha, los caminos iban explicitando que el núcleo de unidad en torno del Casino desaparecía.

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Quizás el momento en que los viejos defensores del Casino se volvieron a juntar fue con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, convocados por la rabia que desató el crimen en contra del hijo de un antiguo compañero del FCPDCS, Javier Sicilia. Bajo nuevas circunstancias, asumieron en ese nuevo frente el continuar con coherencia en la lucha por lo común.

III

Es más fácil escribir con tanto tiempo de distancia. Con esa perspectiva, el devenir de los hechos pareciera tener un sentido único y coherente, que hasta algunos interpretan como leyes de la historia. Los relatos nos engañan con su aparente omnisapiencia, propia del momento histórico en que son escritos. Sin duda, el asunto es más complicado. El tiempo nos permite captar las transformaciones del espacio, que pareciera ser allí inamovible, como referencia estática que permite concebir el movimiento histórico. Pero el espacio también cambia, se altera, en ocasiones de manera súbita.

Henri Lefebvre, filósofo francés, sostenía que la práctica social produce el espacio social. Lo que queda del Casino es testimonio de la práctica social que triunfó en la ciudad. Lo que hoy no es el casino: la imposibilidad que tuvo la resistencia de convertirse en algo más.

El espacio de lo que fuera el Casino queda ahora como testimonio de ese movimiento. Un espacio, o más bien un no-espacio, en el que la gente no se puede encontrar. Las calles abandonadas, llenas de baches, con coladeras rotas, sin iluminación; los negocios de alrededor, cerrados por la violencia o la quiebra, quedan como silentes testigos de lo que ahí ocurrió. La promesa de lo que traería Costco y Mega Comercial fracasó. Aunque las actividades de las plazas cercanas y de esas dos megatiendas siguen siendo importantes, los polos de “desarrollo urbano” se han movido para otros lugares. La especulación inmobiliaria no alcanzó sostener los niveles de ganancias de los primeros años del milenio; la lógica de urbanización se sostiene, con niveles inferiores a los proyectados por sus impulsores, entrelazada con el rol principal que en política y economía tomó el negocio de las drogas y negocios anexos.

El movimiento contra Mega Comercial y Costco, en perspectiva histórica, resulta ser el testimonio de una lucha original, creativa, capaz de despertar a gran parte de la población. Quizás hasta ahora no se ha presentado un movimiento con tanta innovación. Es un movimiento pionero, que se adelantó a impugnar la lógica de crecimiento y destrucción cuando su nocividad no era percibida tan claramente. En ese mismo sentido, el movimiento fue precursor de la lucha del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, el Agua y el Aire, que luchó en Alpuyeca, Xoxocotla, Jojutla y Cuautla (2005-2006); la lucha de los trece pueblos en defensa y del Concejo de Pueblos (2007-2008). En un panorama nacional, quedó como un fuerte antecedente de luchas opositoras a Megatiendas en Teotihuacán (Estado de México), San Pedro Martir y Magdalena Contreras (Distrito Federal), Orizaba (Veracruz), Holbox (Quintana Roo), etcétera.

El aparato de Estado mostró en el Casino la negativa inamovible a atender los reclamos ciudadanos, la renuncia total a velar por el espacio común y la disposición a imponer su voluntad por la violencia. El Estado no es el mismo, los “políticos” se han articulado más con los circuitos de la economía criminal y han perfeccionado su control como terror. De expertos en traicionar movimientos y entregar luchas, se convirtieron en profesionales de los asesinatos y desapariciones masivas de la población, cavadores de fosas clandestinas y operadores de un genocidio.

La imposible unidad de los pueblos y la ciudad ocurrida en el Casino ha quedado como condena hasta el presente. Evidencia de la imposibilidad de desatar fuerzas sociales capaces de remontar la imposición y la destrucción del capitalismo. La incapacidad de dirección de la gente urbana quedó como un testimonio que se repitió en otras luchas. En los pueblos también se reeditó la incapacidad de rebasar las direcciones, de no crear las suyas y de no haber organizado la revancha.

Al movimiento popular no le fue bien después. Salvo la lucha de Alpuyeca, que logró cerrar el tiradero de basura e impedir que se abriera uno nuevo (2006-2007), ninguna otra logró frenar los proyectos en su contra, como ocurrió con los trece pueblos en 2007 o con el movimiento magisterial en 2008, aunque su fuerza haya sido enorme. En ambos casos, como en el Casino, la incapacidad para alcanzar una victoria se relacionó con la falta de articulación entre sus direcciones y procesos populares masivos, con su torpeza para crear bloques amplios de fuerzas, con la congénita negación a asumirse como representantes de lo común y con un temor a librar combates decisivos.

El Casino de la Selva persiste en el espacio como testigo de lo que fue la ciudad. Es más, sigue en la memoria como aspiración de lo que podría ser ella, porque hasta el sueño más ambicioso se basa en lo que ha ocurrido antes. Y está ahí también, como testigo de la resistencia, de sus insuficiencias, de lo que podría ser y de lo que debe superar, si se propone vencer. ❧

 

ARTÍCULO SIGUIENTE:

Conversación entre miembros del Frente Cívico Pro-Defensa del Casino de la Selva

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