La democracia en México es percibida más como un elemento del discurso político que como una realidad social. Durante décadas se ha construido una idea de lo que es, una idea que, sin embargo, se contradice con los índices de pobreza, desigualdad y violencia. El director de Derechos civiles de la UAEM profundiza en la importancia de pensar la democracia no como un término que únicamente tiene sentido en las altas esferas del poder, sino como una iniciativa que surja desde la sociedad; asimismo, revisa las acciones del Movimiento de Liberación Kurdo y de su líder, Abdullah Öcalan.
SEGÚN CUENTAN LOS ANTIGUOS mexicanos, cuando los tzitzimime, los que son sólo hueso, los de corazón falso, los devoradores de hombres, persiguieron a Quetzalcóatl y a Mayahuel, él y ella se convirtieron en un árbol para sostener el techo del mundo1. Los tzitzimime eran demonios celestiales que intentaban continuamente destruir el mundo. Trataban de impedir que el sol naciera atacándolo al amanecer y anochecer, pero sobre todo durante los eclipses.
La imagen de un árbol, un árbol bifurcado y entrelazado por él y ella, que sostiene al mundo frente al embate y persecución de los que son puro hueso y nada corazón, me atrapa irremediablemente. Me hace pensar en el presente de una manera distinta, no convencional. El mundo –lo estamos viendo todos, aunque no todos queramos aceptarlo– se nos cae a pedazos. Entonces, la imagen de un árbol bifurcado que sostiene el techo del mundo no puede ser más urgente y necesaria. La lógica que deriva de una historia así es una que nos permite comprender que la fuerza que viene de abajo, de lo que emerge desde las profundidades de la tierra, es la fuerza capaz de sostener lo que, desde lo alto, sólo está recibiendo embates de furia, violencia y destrucción. Para los antiguos mexicanos, lo que viene de arriba nunca fue impecable y soberano, así como lo que viene de abajo no fue pura miseria y degradación. Como desde cualquier punto de referencia cósmica, de lo alto podía venir lo bueno, pero también lo malo. Hoy, parece que el desastre que padecemos se debe a que los tzitzimime están desatados y desde los altos estratos sociales atacan cruel y arteramente la subsistencia de las mayorías.
Con este contexto vale la pena repensar a fondo el concepto de democracia. En medio de un mundo amenazado permanentemente por fuerzas militares, no podemos pensar, ingenuamente, que por el simple hecho de que se celebren elecciones cada tres o seis años el principio de la democracia aletea sobre nosotros, sobre nuestras decisiones públicas, tal como, según lo dice la Biblia, alguna vez aleteó sobre el mundo el Espíritu de Dios. Esta ingenuidad, pero, sobre todo, el hábito tan arraigado en nuestra intelligentia occidental de pensar con los pies tan desapegados del suelo, nos ha conducido a la estupidez manifiesta de una civilización que considera que la democracia puede instaurarse con bombas, tal como, desde una filosofía liberal, se propuso hacerlo en Irak durante los albores de este nuevo milenio.
REGRESAR A LA RAÍZ DEL SUEÑO
En vez de seguir permitiendo que los propagandistas de la “democracia”, interesados más por usufructuar el poder que emana de un sistema de comercio disfrazado de elección popular, se adueñen irremediablemente del concepto, es nuestro deber acudir a él con la mente abierta y despejada para redescubrirnos, como en un espejo, a partir de la luz que todavía reflecta.
Douglas Lummis, en su Democracia radical2 nos alerta que la democracia no es un plan particular de instituciones políticas o económicas, lo que ella describe no es un método, sino un ideal: “No es una institución que existe históricamente, sino un proyecto histórico”. Así vista, la democracia, como cualquier ideal humanamente perseguido, no puede instaurarse desde arriba, pues, en principio, no es un objeto manipulable. No puede ser empleada, desde afuera y desde arriba, al modo como se emplean los instrumentos. Además, si la democracia no es un mecanismo, si no es un dispositivo eficiente de regulación y control de masas, ¿quién podrá tener dominio sobre ella como para hacer que entre en un cuerpo social cuando éste no quiere recibirla?
Por eso, la democracia sólo puede ser radical, o no es democracia. “Radical” en el sentido en que Lummis, a partir del Oxford English Dictionary, entiende esta palabra:
Humedad radical, humor, humectación, savia: en la filosofía medieval, el humor o la humedad inherente de manera natural a todas las plantas y animales; su presencia era una condición necesaria para su vitalidad. De ahí calor radical3.
A contracorriente de esta idea de la democracia como fuerza que desde adentro y desde abajo se manifiesta en el espacio público para darle forma al bien común, la modernidad se ha construido en torno a la institución del Estado (el Leviatán) como paradigma de socialización. Al constituirse como un sujeto sin subjetividad real (aunque sí efectiva), con miras a ejercer un monopolio total y conformarse, además, como una entidad abstracta de gobierno, el Estado expropia en su beneficio todos los modos de socialización natural, diferenciada y propios de la gente, con los que ésta ha contado históricamente. El Estado fue convertido en el eje articulador que da estructura a la sociedad entera. Por eso todo proceso social, en la modernidad, depende del Estado. Bajo su lógica convertida en ideología, el Estado cuenta con todos los medios a su disposición para expandir su burocracia y, tal como lo expresó recientemente Enrique Peña Nieto, “domar” todas las relaciones sociales al tiempo que aliena a las comunidades y pueblos de sus fundamentos tradicionales. Si alguien se opone a él, se hace efectiva su amenaza permanente: el uso de la llamada violencia legítima.
¿Dónde enfocar hoy la mirada para encontrar una experiencia verdaderamente alternativa al Leviatán?
Volteemos hacia Kobani, ciudad al norte de Siria asediada por el Estado Islámico desde hace aproximadamente un año y en donde el heroísmo del pueblo kurdo (al que, con aproximadamente 20 millones de personas, se le suele considerar como el mayor pueblo sin Estado) ha mostrado al mundo la fuerza de una auténtica revolución.
El Estado fue convertido en el eje articulador que da estructura a la sociedad entera. Por eso todo proceso social, en la modernidad, depende del Estado. Bajo su lógica convertida en ideología, el Estado cuenta con todos los medios a su disposición para expandir su burocracia…
Recordemos la esperanza mundial desatada en 2011 por lo que en Occidente se llamó la Primavera Árabe, pero que en los propios pueblos que se levantaron para derrocar a las tiranías más longevas del mundo llamaron revolución. La promesa de una transformación profunda estaba ahí desde entonces, pero sólo hasta ahora, en 2015, empieza a mostrar su verdadero rostro. Las y los peshmerga (que en kurdo significa “aquéllos que enfrentan la muerte”) son los sujetos sociales en la frontera de un nuevo orden y de un nuevo mundo posible. Las milicianas y milicianos kurdos de las YPG (Unidades de Protección Popular, en sus siglas en kurdo) han puesto un alto al expansionismo terrorífico del Estado Islámico en Irak y Siria. Pero no hay que ver su triunfo, hasta ahora apenas parcial, como resultado de una estrategia militar, sino como el triunfo de una civilización ancestral por encima de las pretensiones esencialmente totalitarias generadas a partir de la idea moderna del Estado, y que, por supuesto, inspira al Estado Islámico. Ahí, en Kobani, desde una defensa enraizada en la resistencia cultural, se puso el alto a los de la bandera negra. Desde ahí volvieron a emerger las esperanzas por la revolución del mundo árabe que tanto han inspirado al mundo desde 2011. Como lo expresó Havin Güneser, periodista y activista del Movimiento de Liberación Kurdo, en Kobani “estamos siendo testigos de algo revolucionario justo cuando muchos habían sido convencidos de que las revoluciones no son posibles”4.
Detrás de la resistencia en Kobani hay una organización política. Las YPG son las fuerzas de defensa que pertenecen al Comité Supremo Kurdo del Kurdistán Sirio. A su vez, atrás de esta organización política hay una clara idea inspiradora, el Confederalismo Democrático del Kurdistán.
ABDULLAH ÖCALAN Y EL
CONFEDERALISMO DEMOCRÁTICO
El 29 de junio de 1999 Abdullah Öcalan, líder del ahora extinto PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), fue condenado a muerte en Turquía por terrorismo, separatismo y traición a la unidad del país. El 15 de febrero anterior había sido detenido en Kenia por fuerzas de seguridad turcas. Sin embargo, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo intervino, y así, en octubre de 2002, la pena de muerte le fue conmutada por la de cadena perpetua. A la fecha, este representante del Movimiento de Liberación Kurdo no solamente sigue preso en la isla turca de Imrali, sino que también permanece en las listas de terroristas elaboradas por Estados Unidos y la Unión Europea.
En 1984 el PKK, encabezado por Abdullah Öcalan, levantó una fuerte insurgencia armada en contra del Estado turco y en busca de la conformación de un Estado kurdo independiente. Sin embargo, desde entonces hasta la fecha, la lucha por la liberación del pueblo kurdo ha evolucionado, tanto en sus fundamentos conceptuales como en sus estrategias de lucha. Durante la década de 1990 fue transitando de la lucha armada a un movimiento de resistencia civil. Esto llevó a que en abril de 2002 el PKK anunciara el fin de la lucha armada en Turquía, la renuncia al establecimiento de un Estado kurdo y su cambio de denominación a KADEC (Congreso para la Libertad y la Democracia en Kurdistán).
Por otro lado, a partir de su detención en 1999, Öcalan se convirtió, más allá de su historia como fundador del PKK, en el intelectual que inspira y orienta el sentido de la lucha del pueblo kurdo. Abandonó las tesis marxista-leninistas e, inspirado en las ideas libertarias de Murray Bookchin y Janet Biehl, propuso un nuevo horizonte. Desde entonces, las comunidades kurdas han dicho que resisten y resistirán frente al Estado turco (aunque también frente al iraquí, iraní y sirio) con base en un proyecto que expresa solidez y coherencia. Están creando asambleas locales (en pueblos y barrios) y las coordinan en confederaciones. En lugar de usar el nombre comunalismo (que se está dando en México a iniciativas parecidas), al proyecto lo llaman Confederalismo Democrático.
Se trata de un paradigma social sin Estado, pues el que ha prevalecido desde hace más de dos siglos, el del Estado moderno, se diseñó desde un principio no sólo como un poder monopólico, sino también absoluto. Para decirlo con Abdullah Öcalan, el Estado es un poder que trasciende su base material, los ciudadanos, y asume una existencia por encima de las auténticas instituciones políticas de un pueblo5. Para decirlo con mis términos, se trata de una entidad abstracta y dislocada de la sociedad que pretende instaurar un orden desde afuera y desde arriba de ella. Es una ruptura quimérica6 ideada inicialmente por Hobbes, pero perfeccionada por prácticamente todos los grandes pensadores de la modernidad.
Según Murray Bookchin y Janet Biehl, el confederalismo “es el principio amplio de organización política y social que puede institucionalizar la interdependencia, sin recurrir a un Estado, y conservar al mismo tiempo el poder de las asambleas municipales”7. En lugar de constituir un congreso que legisla y un poder central que administra, de lo que se trata es de conformar congresos de delegados (nombrados con encargos específicos) que coordinen las políticas y prácticas de las comunidades miembro en lo que se refiere a su interacción y a sus proyectos compartidos.
Abdullah Öcalan postula que términos como federalismo o autoadministración, tal como se encuentran en las democracias liberales, necesitan ser concebidos de nuevo. La diferencia entre la idea de federación y la de confederación, según el constitucionalista mexicano Felipe Tena Ramírez, consiste en que “las decisiones adoptadas por los órganos de la confederación no obligan directamente a los súbditos de los estados (que la integran), sino que previamente deben ser aceptadas y hechas suyas por el gobierno de cada estado confederado”, lo que no ocurre en una federación, en donde “los Estados-miembro pierden totalmente su soberanía exterior y ciertas facultades interiores a favor del gobierno central”. Además, en la federación los estados-miembro no ejercen “un dominium sobre el territorio” de su circunscripción (eso que nuestra Constitución llama la propiedad originaria de la nación), “sino (sólo) un imperium sobre las personas que se encuentran dentro de los límites de su demarcación”8.
La gran virtud del confederalismo democrático propuesto por Öcalan es que se trata de un sistema político con definiciones bien precisas. No se trata de un anarquismo más, de una negación del poder por el poder mismo, sino de una auténtica redefinición del modo como éste se distribuye. A diferencia del sistema político moderno (Estado o Leviatán), se trata de un sistema no arbitrario. Es un modelo de acumulación de la experiencia histórica de la sociedad. Mientras que el Leviatan fue mitológica y verdaderamente creado de la nada (ex nihilo), sirviéndose de los presupuestos de un cristianismo secularizado9, el confederalismo corresponde con el crecimiento natural de las sociedades a partir las relaciones auténticas que se establecen entre ellas.
Desde tiempos antiguos, la gente siempre ha formado grupos sueltos de clanes, tribus u otras comunidades con cualidades federales –dice Öcalan–. De esta manera eran capaces de conservar su autonomía interna. Incluso el gobierno interno de los imperios empleó diversos métodos de auto administración para sus diferentes partes, que incluían autoridades religiosas, consejos tribales, reinos e incluso repúblicas. Por lo tanto es importante comprender que incluso los imperios aparentemente centralistas siguieron una estructura organizacional confederada10.
El Estado moderno, según Öcalan, debe ser entendido como el máximo de poder jamás alcanzado, pues el proceso de monopolización en sus manos, de todos los niveles de la actividad social, no tiene parangón en la historia.
El Estado nación es en sí mismo el más completo y desarrollado monopolio. Es la más desarrollada unidad de monopolios, tales como los de comercio, industria, finanzas y poder. Incluso uno debería pensar en el monopolio ideológico como una parte indivisible del monopolio del poder11.
¿ANARQUISMO? ¿SOCIALISMO? ¿IZQUIERDA?
La crisis de la civilización occidental que tenemos enfrente nos obliga a concebir nuevas ideas y nuevos modelos sociales. Nuestros referentes conceptuales, hoy presos de un mundo leviatánico, tienen que cambiar si aspiramos a vivir sin el monstruo sobre nuestras cabezas. En este sentido, conceptos que han sido tan útiles para la resistencia popular y la lucha democrática tendrían que dar lugar a nuevas ideas y conceptos que nombren lo que en serio queremos.
Para tener posibilidad de futuro es tiempo de que abandonemos al Estado como eje de estructuración social y confiemos en la democracia como fuerza vital de organización política.
En el Confederalismo Democrático, explica Öcalan, no hay cabida para la disputa por el liderazgo de la legitimidad ideológica, pues a diferencia de lo que ocurre con la lógica del Estado, no hay lugar para la lucha por la hegemonía. El proceso democrático se desarrolla solamente frente a los problemas de la gente.
Durante el Foro Social Mesopotámico de septiembre de 2011 en la ciudad de Diyarbakir, la ciudad kurda más grande de Turquía, Kürsad Kiziltug, inspirado en la lucha de liberación kurda, argumentó que la histórica enemistad entre anarquismo y socialismo pertenece al pasado. El socialismo y el anarquismo provienen de la misma raíz del siglo XIX. Dijo que Proudhon y Bakunin disputaron sobre preferencias estratégicas, pero que el nuevo anticapitalismo, que deriva del movimiento zapatista de 1994, y posteriormente del movimiento de Seattle de 1999, ya no necesita esos debates. “La gramática de la política ha cambiado”. El Movimiento de Liberación Kurdo avanza en este sentido, “ha evolucionado de un movimiento separatista tradicional a un movimiento anticapitalista de democracia directa”, con apoyo de una amplia variedad de reivindicaciones democráticas12.
Frente a las múltiples disputas ideológicas que puedan surgir en el camino, me parece que podemos encontrar en la propuesta de Douglas Lummis sobre la democracia radical una postura con principios claros. En la introducción a su libro, Lummis explica la incomodidad que experimentó como activista social que, desde la década de 1960, nunca pudo cruzar el umbral para convertirse en marxista. “En la política activista de ese entonces, el marxismo siempre se interpretaba como la posición de izquierda de una democracia, es decir, como más radical”13. La extraordinaria influencia que esa metáfora espacial, que data de la Revolución francesa (izquierda-centro-derecha), ha tenido sobre el modo de organizarse políticamente, ha hecho que la postura política que se encuentra ubicada entre otras dos aparezca como una especie de ambigüedad o tibieza, sin claridad en los propios principios y sin definición. En este contexto Douglas Lummis propone el concepto de democracia radical para reorganizar esta imagen espacial. Comprender a la democracia como la posición radical haría que las interrelaciones políticas aparecieran bajo una nueva luz.
La palabra radical, además, no sugiere un movimiento lateral hacia un extremo (como sí ocurre con la palabra izquierda), sino uno directamente hasta la fuente. Según el significado develado por Lummis a partir del Oxford English Dictionary, lo radical es la fuerza vital que, desde la raíz, recorre el tallo o la columna y sostiene a la planta o al animal. La democracia radical es, en este sentido, “la fuente vital de energía en el centro de toda política viviente”.
Para tener posibilidad de futuro es tiempo de que abandonemos al Estado como eje de estructuración social y confiemos en la democracia como fuerza vital de organización política.
En México, tenemos que dejar de “andarnos por las ramas” (permitiendo que los “propagandistas de la democracia” se adueñen irremediablemente de ese principio por el cual los pueblos se convierten en forjadores de su propia historia) y regresar a la “raíz” para, desde ahí, hacer que esa savia vital, el humor que recorre nuestros cuerpos y les da su fuerza, tenga el impulso suficiente que nos permita hacer frente a las amenazas. Tenemos que pensar, seriamente, en que el techo del mundo se nos puede venir encima y que requeriremos, entonces, la fuerza del árbol en que Quetzalcóatl y Mayahuel se convirtieron para, como dicen los zapatistas, “poner al mundo cabal”.❧