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Cuando el ritual fracasa

¿La fe democrática es equiparable a la fe religiosa? Desde hace años existe cierta devoción que fundamenta esta pregunta y que, al mismo tiempo, formula una posible respuesta afirmativa. El supuesto poder del pueblo para gobernarse a sí mismo se ejerce por medio de un sistema de representación y con la ayuda de una fe ciega puesta en un concepto cada vez más abstracto. La fe democrática, afirma Gustavo Esteva, se plasma en un culto permanente a ciertas formas que tienen un claro carácter mítico. Sobre este culto, en el cual los devotos parecen perder toda capacidad de razonamiento, se profundiza en el presente ensayo.


Ante todo, importa aprender a estar de acuerdo. Muchos hay que dicen que sí, pero en el fondo no están de acuerdo. A otros no se les pide su opinión, y muchos están de acuerdo en lo que no hace falta que lo estén. Ésa es la razón de que importe, ante todo, aprender a estar de acuerdo.

BERTOLT BRECHT, El que dice no

Democracia es sentido común. Que el pueblo gobierne. Para hacerlo, el pueblo debe darse la forma de un cuerpo en que en principio pueda tenerse el poder… La democracia depende del localismo: las áreas locales en que vive la gente. La democracia no significa poner el poder en algún lugar distinto a aquél en que vive la gente.

DOUGLAS LUMMIS, Democracia radical

PARA ANALIZAR EL DEBATE público de los últimos meses en México, en particular el momento electoral, no es apropiado ya el lenguaje común. No se acomoda bien al que actualmente emplean los políticos: “No mames, cabrón”, “¡Me los chingué!”

Tampoco me sirven bien las categorías del análisis sociológico o político; no resultan ya pertinentes a su objeto, a la forma que adoptó.

Debo apelar a la ciencia de las religiones, una disciplina extraña que parece, más bien, una contradicción de términos. Al emplear esa ventana para lanzar una ojeada sobre el paisaje político mexicano, no cabe considerar la cuestión de las elecciones o la democracia propia como un culto autónomo, con sus propias reglas; se trata solamente de un capítulo de otra religión más amplia, la que Walter Benjamin consideró la más feroz e implacable de las que han existido hasta ahora, porque no conoce redención ni tregua: el capitalismo.

EL CAPITALISMO COMO RELIGIÓN

Benjamin no se animó a publicar El capitalismo como religión, que escribió aparentemente en el curso de 1921. Es un texto breve y hermético, en el que formula una hipótesis que deja atrás la postura de Max Weber y considera que el capitalismo no tiene simplemente un origen religioso o una imagen de estilo religioso, sino que es en sí mismo una religión: “Satisface las mismas necesidades, tormentos e inquietudes a las que antaño daban respuestas las llamadas religiones”.

Desde que empezó a circular en los años ochenta (en español a partir de 1990), el texto de Benjamin ha sido objeto de innumerables comentarios y exégesis. Cada uno de los elementos de la hipótesis ha sido objeto de cuidadosa consideración y éste no es el espacio apropiado para prolongar esa discusión fascinante. Pero la hipótesis ofrece un marco de referencia necesario para entender lo que está ocurriendo entre nosotros.

Según Benjamin, el capitalismo “no tiene una teología dogmática específica” porque en él todo cobra significado “a través de una referencia inmediata al culto”. Esto implica que en el seno del capitalismo pueden coexistir diferentes teologías dogmáticas, de las diversas religiones, pero no significa que para el capitalismo Dios habría dejado de existir y estaría muerto, sino que solamente se habría transformado, “incrustado en el destino humano”.

Para el jesuita José Ignacio González Faus1, que algo sabe de estos asuntos, el capitalismo como religión no sería propiamente una superstición, una fe fuera de lugar, sino una forma de idolatría. Considera que el capitalismo no ofrece una cosmovisión que intente responder a las cuestiones humanas fundamentales, lo que normalmente se considera una dogmática, el conjunto de dogmas en que se basa una religión. En cambio, exige un culto incondicional y perpetuo: todos los días son “de precepto”, todos los días debe rendirse culto al dios, de tal modo que todas las tragedias humanas sean vistas como castigos de Dios, de ese dios construido en forma idolátrica, como adoración de ídolos. A fin de cuentas, el capitalismo es una religión culpabilizadora; los pobres, por ejemplo, lo serían siempre por su culpa. Es una religión de la deuda, y por eso es religión de culpa irredenta.

González Faus encuentra en Keynes una hipótesis semejante a la de Benjamin. Keynes consideró también que la función de lo religioso es asegurar el futuro, tan inseguro para los humanos, y que esa seguridad que daba antes la religión la proporciona ahora el dinero. De ahí se derivaría la “preferencia por la liquidez”, en que la liquidez sería como el pájaro en mano que vale más que ciento volando y resulta desastrosa para la economía, porque fomenta, como ahora, la acumulación de capitales no productivos y la especulación. “La liquidez es como la reliquia milagrosa que llevan en el bolsillo algunas gentes supersticiosas, porque protege contra quién sabe cuántos males. Y todo ello se hace deslumbradoramente visible en la clásica inscripción del dólar… que no debería decir ‘in God we trust’ sino ‘in this god we trust’”.

LA FE DOMINANTE

Fe no es ver algo o creer en algo, decía Machado; es creer que se ve. Y el significado original de creer es entregar el corazón (credere, de cor, corazón, y dare, de dar, entregar).

Giorgio Agamben puede guiarnos en la exploración de la fe actualmente dominante, que se enmarca en la religión del dinero. Tomo de él las reflexiones que siguen2:

…el capitalismo es una religión basada enteramente en la fe, una religión cuyos seguidores viven “sola fide” (sólo por medio de la fe). Y como, según Benjamin, el capitalismo es una religión en la que el culto se ha emancipado… de toda posible redención, desde el punto de vista de la fe, el capitalismo no tiene objeto: cree en el hecho puro de creer, en el puro crédito (believes in pure belief), es decir: en el dinero. El capitalismo es, por ello, una religión en la cual la fe –el crédito– ha sustituido a Dios. En otras palabras, en tanto que la forma pura del crédito es dinero, es una religión cuyo dios es el dinero.

Pistis es el término griego que Jesús y los apóstoles utilizaban para decir “fe”. Significa crédito, hasta hoy. Trapeza tes pisteos es banco de crédito. La fe es solamente una forma de crédito. Sería, por ejemplo, el crédito del que goza la palabra de Dios a partir del momento en que se cree en él. Cuando Pablo dice que “la fe es la sustancia de las cosas esperadas”, está explicando que la fe es lo que da realidad a lo que todavía no existe, porque creemos y tenemos confianza en ello. “Algo como un futuro existe en la medida en que nuestra fe logra dar sustancia, o sea, realidad, a nuestras esperanzas”.
Agamben sospecha que vivimos en una época sin fe y sin esperanzas, porque “es demasiado vieja para creer realmente en cualquier cosa y demasiado engañosa para estar verdaderamente desesperada”. Quizá. Pero en esta sociedad, regida por el capitalismo financiero, la vida gira en torno al dinero, es decir, en torno al crédito que se deposita en los billetes o títulos y que los bancos centrales respaldan. La banca es el templo de esos movimientos que juegan con la fe y las esperanzas de la gente.

La banca –dice Agamben–, con sus funcionarios grises y sus expertos, ha tomado el lugar de la Iglesia y de sus sacerdotes, y gobernando el crédito manipula y administra la fe –la escasa, incierta confianza que nuestra época todavía tiene en sí misma–. Y lo hace de la manera más irresponsable y carente de escrúpulos, tratando de lucrar con la confianza y las esperanzas de los seres humanos al determinar el crédito del que cada quien puede gozar y el precio que debe pagar por ello (incluso el crédito de los Estados, que han abdicado dócilmente de su soberanía). De esta manera, gobernando el crédito, gobierna no sólo el mundo, sino también el futuro de los hombres, un futuro que la crisis acorta cada vez más y tiene plazo de vencimiento. Y si la política no parece ya posible, es porque el poder financiero ha secuestrado toda la fe y todo el futuro, todo el tiempo y todas las esperanzas.

LA DEMOCRACIA Y EL CAPITAL

Nuestra época –piensa Agamben– es una época de poca fe, o, como decía Nicola Chiaromonte, de mala fe, o sea, de fe sostenida a la fuerza y sin convicción. Por lo tanto, es una época sin futuro y sin esperanza, o de futuros vacíos y falsas esperanzas.

Y agrega, en forma atrozmente lúcida:

Mientras dure esta situación, mientras nuestra sociedad, que se cree laica, siga esclavizada a la más oscura e irracional de todas las religiones, será bueno que cada quien recupere su crédito y su futuro de manos de estos tétricos y desacreditados seudosacerdotes, banqueros, profesores y funcionarios de las diversas agencias calificadoras del crédito. Y quizá lo primero que hay que hacer es dejar de mirar solamente al futuro, como nos exhortan a hacer, para voltear más bien hacia el pasado. Solamente comprendiendo qué fue lo que pasó y, sobre todo, tratando de entender cómo pudo ocurrir, será posible, quizá, volver a encontrar la propia libertad. La arqueología –no la futurología– es la única vía de acceso al presente.

Y sí, estamos bajo circunstancias en que sólo una inmersión profunda en el pasado puede arrojar luz sobre el presente, un futuro en que el futuro no parece tener mucho futuro. Una de las vías está en la búsqueda de la manera en que transferimos a tan malas manos nuestro crédito y nuestro futuro. Aquí es donde aparece el culto de la democracia. Necesitamos ver con claridad la manera en que forma parte de la religión capitalista y sirve para apuntalarla, extenderla y enraizarla.

Conviene, ante todo, despejar una contradicción evidente. La religión capitalista asume plenamente la estructura vertical y autoritaria característica de casi todas las religiones, necesaria para la administración de los dogmas. Una de sus expresiones conocidas y reconocidas es la condición de las bancas centrales. Durante la historia y en todas partes del mundo están a cargo de funcionarios que la gente no elige. Están habitualmente dotados de un régimen de autonomía que implica, en la realidad, una capacidad efectiva de tomar decisiones que afectan la vida de todos, pero que nadie, ni siquiera los gobiernos democráticamente electos, puede modificar o rechazar. Además de la estructura autoritaria de las bancas centrales, se ha construido un régimen igualmente autónomo de producir y administrar dinero en manos de la banca privada. Unas y otras, se ocupan de generar el dinero y secuestrar, como dice Agamben, toda la fe y todo el futuro, todo el tiempo y todas las esperanzas. Lo hacen en forma enteramente autoritaria. En eso nada tiene que ver la llamada democracia.

Al mismo tiempo, para que ese régimen autoritario opere de manera fluida necesita una fachada democrática, es decir, hace falta generar la ilusión de que la propia gente está a cargo del gobierno; eso quiere decir la palabra. En la democracia moderna, la de los últimos 200 años, el supuesto poder del pueblo para gobernarse a sí mismo se ejerce por medio de un sistema de representación, supuestamente por razones prácticas. La más importante de todas las instituciones democráticas, una institución sin la cual la democracia no puede existir, es una fe mayoritaria: la mayoría de los ciudadanos debe creer en el procedimiento electoral y, sobre todo, debe creer que las personas que se eligen por ese método efectivamente se ocupan de sus intereses, los representan.

Esta fe, esta confianza (con fe), tanto en el método electoral como en su resultado, nunca fue muy fuerte en México. Aunque se sigue pensando que hace un siglo tuvo éxito una revolución que buscaba el sufragio efectivo, la mayoría de los mexicanos ha experimentado lo contrario a lo que proponía el Plan de San Luis, con alguna ingenuidad. Sabemos por experiencia que el sufragio no es lo que pretende ser y que las autoridades no nos representan. Se vota o no por muy distintas razones y motivos, bajo las más diversas circunstancias. Pero es insignificante el número de quienes confían seriamente en el procedimiento electoral, es decir, que están convencidos de que es un ejercicio enteramente libre y plenamente respetado; es conciencia pública general que la voluntad electoral está expuesta a toda suerte de manipulaciones y vicios y que ninguna reforma del procedimiento ha permitido hacerlo plenamente confiable. Es aún menor el número de quienes creen que quienes fueron elegidos se ocupan seria y puntualmente de cumplir sus promesas electorales y respetar la voluntad ciudadana. Y es éste, por cierto, uno de los argumentos que se emplean a menudo para lamentar la debilidad de la democracia mexicana: no hay suficiente fe democrática.

Marcha Nacional contra la Imposición. Guadalajara, 2012. Fotografía de Marte Merlos

En ese sentido, la condición generalizada en nuestro país se adelantó, en cierta manera, al desencanto que se ha estado produciendo en el mundo entero en relación con la democracia. En 1994, el “¡Basta!” de los zapatistas prefiguró el desencanto mundial con la democracia formal, cuando se hizo evidente que los poderes constituidos no representan al pueblo y han aprendido a ignorar su voluntad. Subordinados al capital, al servicio del 1% (como dijeron los de Occupy Wall Street en 2011), no sólo acentúan y administran el despojo y explotación de las mayorías que realiza el capital, sino que también contribuyen a poner en peligro la supervivencia misma de la raza humana. El llamado de alerta de los zapatistas es ya general. “¡Que se vayan todos!”, dijeron en Argentina en 2001. “Mis sueños no caben en tus urnas”, señalaron los indignados en España en 2011. “Nos iremos cuando ellos se vayan”, afirmaron en Grecia ese mismo año. Occupy Wall Street tuvo un “efecto ¡ajá!” liberador: permitió a millones de estadounidenses decir en voz alta lo que siempre habían sospechado pero no se atrevían a compartir, porque parecía un desafío disparatado a la verdad dominante en la cuna de la democracia moderna. Nadie va a la iglesia a discutir la existencia de Dios. Se ha hecho cada vez más evidente que las instituciones democráticas de Estados Unidos están al servicio del capital y el dinero, no de la gente. Lo anticipó con claridad Iván Illich hace casi medio siglo:

De la misma manera que Giap supo utilizar la máquina de guerra norteamericana para ganar su guerra, así las empresas multinacionales y las empresas transnacionales pueden servirse del derecho y del sistema democrático para sentar su imperio. Si bien la democracia norteamericana pudo sobrevivir a la victoria de Giap, no podrá sobrevivir a la de la I.T.T. y similares3.

EL RITUAL Y LA FE

No se toma suficientemente en cuenta, al examinar estas cuestiones, que el ritual genera la fe, no a la inversa. Tampoco se toma en cuenta que, por lo general, el fracaso del ritual no debilita la fe y puede aumentarla. La experiencia no cuestiona la creencia. Si se realiza devotamente el ritual para que se produzca lluvia y la sequía continúa, se buscarán razones y motivos para explicar la disonancia, pero no se abandonará el ritual. A menudo se atribuirá la responsabilidad del fracaso a quienes participaron en el ritual; habrían cometido alguna falta al participar en él o estarían cargando algún limitante que lo frustró.

En la década de 1940 cundió en la Melanesia una variante del cargo cult milenario –la convicción de que la práctica de ciertos rituales producirá riqueza material (cargo)–. Se extendió la creencia de que, al colocarse una corbata negra sobre el torso desnudo, “Jesús llegaría en un vapor trayendo una nevera, un par de pantalones y una máquina de coser para cada creyente”4. Llegaron las neveras, los pantalones y las máquinas de coser, lo mismo que los radios, los relojes y los plásticos, cuyo origen se consideró mágico durante mucho tiempo. Aunque no los trajo Jesús, mucha gente no atribuyó su llegada a las leyes del mercado, el capitalismo o la colonización, sino a los rituales, que tuvieron que incluir el del dinero. Durante mucho tiempo se siguieron practicando para que el flujo de productos continuara.

Cuando se posee una fe, hay una profunda disociación entre el ritual que la genera y la experiencia de su resultado. Se le seguirán atribuyendo sus cualidades mágicas aunque fracase una y otra vez. Es una definición de insania esperar que se produzca un resultado diferente si se realiza la misma acción. Pero este principio no parece aplicarse a la práctica ritual. Se repetirá una y otra vez, aunque fracase siempre, y se renovará cada vez la esperanza de que produzca un resultado diferente.

El fenómeno puede observarse con toda claridad en la discusión pública que tuvo lugar en México en relación con las elecciones, cuando diversos grupos de ciudadanos se animaron a cuestionar el ritual propio y su resultado. No hubo propiamente debate o controversia, un intercambio de argumentos razonados. El cuestionamiento del ritual electoral produjo más bien la repetición continua e insistente de las plegarias que lo sustentan.

En un sistema democrático, las elecciones son el medio por excelencia para elegir a las y los representantes de la ciudadanía para el ejercicio del gobierno. Es la única manera para dirimir la disputa por el poder por medios pacíficos y constructivos. De ahí la constatación de que la democracia es el mejor (o el menos peor) sistema de gobierno5.

Esta formulación contiene los principales elementos del rezo que se repitió incansablemente:
•La plegaria reconoce explícita o implícitamente vicios y defectos del sistema democrático mismo, del procedimiento electoral, de los partidos, de los candidatos y de todos los aspectos del ritual.
•Reitera su validez, su eficacia, su carácter único.
•Afirma sin reservas que forma representantes de los ciudadanos que en su nombre y para su beneficio ejercen el gobierno.
•Descalifica sin argumentos todo cuestionamiento.
Los siguientes ejemplos ilustran la forma en que se aplicó en el curso de 2015 esta formulación característica6:

Las elecciones son apenas una oportunidad más para expresar nuestro repudio al sistema corrupto y asesino que hoy se presenta como ‘gobierno’ en México… Los luchadores sociales deben siempre mantener su mente abierta para utilizar todas las herramientas a su alcance para transformar el sistema… No acudir a las urnas o invalidar activamente tu voto no tendrá absolutamente ningún impacto en el resultado de la elección.

JOHN M. ACKERMAN

Votar debería ser un acto para celebrar que somos ciudadanos… La mayor parte de partidos y políticos me provoca un desprecio infinito… Votaré por quien me convenza; con el resto anularé mi voto con algún mensaje alusivo.

SERGIO AGUAYO

Promover la abstención… debilitará nuestra ya de por sí frágil democracia… (Hay que votar) para ejercer un derecho y cumplir una obligación; para que quienes nos representen y gobiernen cuenten con la legitimidad que otorga el sufragio. Es cierto que las elecciones no son la panacea y que su sola realización no resuelve los problemas, pero de las elecciones surgirán los representantes y gobernantes a quienes mandatamos para aprobar las leyes y ejercer el poder público.

JORGE ALCOCER

…Debemos votar… La esperanza democrática es más grande que la actuación de las autoridades… ¿Qué democracia puede subsistir sin votos?… Ya es tiempo de tirar las máscaras y asomar la verdadera personalidad de a) autoridades, b) candidatos y c) ciudadanos: los que queremos que haya progreso y también los vándalos que esconden la cara porque su cobardía les impide ser alguien en una sociedad que pretende ser abierta.

JUAN FEDERICO ARRIOLA

Pero como veo la nación, es la única solución: ir a las urnas y votar en el mejor de los casos por los candidatos menos malos, menos ladrones, menos corruptos y con algunas gotas de sensibilidad política y sabiduría política. Debe ser un puñado. No hay otro camino.

RENÉ AVILÉS FABILA

Lo que se discute es el lugar que en el cambio libertario ocupan las elecciones. Y es que algunos llaman a anular el voto para desfondar al sistema mientras que otros pensamos que la electoral es parte de una batalla cuyo escenario son las calles pero también las urnas… Quien le saca la vuelta a los comicios, por inequitativos y amañados, en vez de luchar contra estos obstáculos, les tiene miedo a las mayorías y temor a esa forma de democracia.

ARMANDO BARTRA

Votar es un derecho y un deber ciudadano que tenemos que cumplir para poder exigir; sabemos que competimos contra una mafia dispuesta a hacer trampa, pero confiamos en que, con una votación copiosa y una organización de defensa del voto, ganen la democracia y las corrientes de opinión que exigen un cambio.

BERNARDO BÁTIZ

El abandono del ejercicio de nuestros derechos, en este caso del voto, abona a que los intereses de hecho y las cúpulas de los partidos políticos aumenten la suplantación de la representación ciudadana con candidatos y candidatas que van a defender sus intereses y su codicia.

CLARA JUSIDMAN

No votaré por algún partido político porque todos los existentes están en ese juego perverso que tanto daño está haciendo al país. Sí votaré por algún ciudadano cuyo programa me convenza y su honestidad haya sido probada.

CARLOS MARTÍNEZ ASSAD

En estas elecciones próximas voy a tachar doblemente con cruces negras y con más fuerza las boletas, anulándolas, para que se note por qué no voto, para que quede marcada mi indignación por estos tiempos calamitosos y recios.

ÓSCAR OLIVA

Al no votar se está aceptando que gobierne el que sea y esto favorece a quienes tienen el poder en un momento dado. Es desperdiciar la oportunidad que les brinda la democracia representativa que, incluso defectuosa, es mejor que el totalitarismo y que el caos.

OCTAVIO RODÍGUEZ ARAUJO

Escapar del sufragio es una brillante propuesta populista para desmoronar institucionalmente la democracia.

JESÚS SILVA HERZOG

No hay nada alentador, nuevo o confiable en la democracia mexicana actual y sus partidos… No hay por quién votar, ni siquiera por el menos malo, pues todos los candidatos son parte del mismo problema que pretenden resolver: beneficios para ti. Así que con mi conciencia cívica tranquila y con mis obligaciones democráticas intactas votaré por algunos muertos ilustres… Si esa decisión ciudadana… lleva a otra crisis y debilita la frágil y estrambótica democracia vernácula, si lo aprovechan las agendas ocultas o sirve a los poderes fácticos, no me consideraré responsable, pues de cualquier modo, con mi decisión o sin ella, tal cosa iba a pasar.

FERNANDO SOLANA OLIVARES

Votamos porque contamos con la esperanza de tener representantes que entiendan las necesidades de nuestro país y que pongan el interés público por delante del interés privado. Votar es el principal insumo del proceso democrático –sin votos no hay democracia.

LUIS CARLOS UGALDE

La no existencia (de una estructura de representación alternativa) podría desembocar en una situación de anarquía que sería realmente perjudicial para el propio pueblo. Es por ello que el llamado a no votar no es suficiente. El problema es responder si existen o no las condiciones para que las elecciones sean creíbles.

GABRIEL VARGAS

Quema de boletas electorales en Tixtla, Guerrero. Fotografía de Istmo MX

La fe democrática, como puede verse, se plasma en un culto permanente por ciertas formas que tienen un claro carácter mítico. El ritual, continuamente cuestionado en todas partes y en México ostensiblemente falsificado, se centra en la construcción estadística de mayorías formadas por conjuntos ficticios de individuos supuestamente capaces de razonar su acción de votar y el resultado. La práctica del ritual se hace con la ilusión, siempre frustrada, de que esta vez el procedimiento operará en forma apropiada. Pero aunque el creyente no crea en el procedimiento, en sus operadores, en los partidos o en los candidatos, practicará el ritual, votará.

El motivo central de este voto, que parece a todas luces insensato, es la creencia central que define el culto democrático: pensar que los elegidos por medio de ese procedimiento amañado representan de alguna manera a quienes votan por ellos y que, en el ejercicio de su gestión, velarán por sus intereses y deseos. La fe dominante supone que los elegidos están obligados con sus electores, que verdaderamente los representan… aunque eso no ha ocurrido en parte alguna y no puede ocurrir en el régimen del Estado nación que ha existido hasta ahora.

Resulta en verdad sorprendente que se persista en el ritual aunque los elegidos, los partidos, los gobiernos, los candidatos y todos los involucrados en el procedimiento han perdido legitimidad y credibilidad. “Los procedimientos político y jurídico van encajados estructuralmente uno en el otro. Ambos conforman y expresan la estructura de la libertad dentro de la historia”7.

Forma parte sustantiva de la creencia democrática la ilusión de que la representación tiene fundamento legal, que los elegidos a través de una votación “democrática” tienen obligaciones legalmente exigibles con quienes les han dado un mandato y que éstos pueden exigir que cumplan esas obligaciones y sus promesas electorales. Es decir: se da por supuesto que los ciudadanos pueden hacer efectiva la representación.

En el libro La simulación de la democracia, fragmentos del cual se presentan en este mismo número de Voz de la tribu, el prominente jurista Clemente Valdés analiza con rigor el carácter de esa ilusión:

Los individuos electos por los ciudadanos no representan ni la voluntad, ni los intereses de esos ciudadanos ni tampoco los intereses de los habitantes… Se pueden llamar representantes, gobernantes, diputados o de cualquier otra manera, pero su voz no es la de los ciudadanos ni la de la población… [Los ciudadanos no pueden exigir directamente] a sus altos empleados responsabilidades por el desempeño perverso o criminal de sus cargos… Ni los ciudadanos ni la población entera en México tienen poder alguno sobre sus empleados una vez que los designan… El pueblo, en quien se dice que reside la soberanía, el pueblo, de quien dimana todo poder público, no tiene facultad ni medio legal alguno para destituir a sus llamados servidores ni para encarcelarlos por los robos y los crímenes que cometen.

[…] Es necesario dejar muy claro que en México, igual que en muchos otros países del mundo, la mayoría de los habitantes son simplemente súbditos de sus empleados que hacen las leyes, modifican la Constitución cuando quieren y ejercen el gobierno.

Cualquier análisis del discurso público sobre las elecciones y la democracia, que fue muy intenso en México en el curso de 2015, puede demostrar fehacientemente que ningún hecho, experiencia o argumento parece conmover o sacudir la creencia dominante. El culto democrático parece absorber toda capacidad de razonar y los devotos reaccionan, ante cualquier cuestionamiento, con la repetición insistente de las plegarias que lo forman.

EXPLORAR ALTERNATIVAS

La construcción de las formas democráticas modernas fue un triunfo popular: reivindicó para el pueblo la soberanía y el poder que se atribuían a los reyes8. Pero así se forjó una nueva mitología política en cuanto a la capacidad de las mayorías electorales de orientar la acción política y determinar su resultado. El cinismo, la corrupción y el desarreglo a los que han llegado gobiernos y partidos en las sociedades democráticas, así como la continua inyección de miedo, miseria y frustración que aplican a sus súbditos, han llevado a replantearse los fundamentos de las instituciones dominantes (Archipiélago, 1992).

Para muchas personas la democracia nunca ha ejercido particular atracción. No observan, en su vida cotidiana, los beneficios que se le atribuyen, y los debates técnicos para perfeccionarlo les resultan casi siempre incomprensibles. Se niegan a sustituir la capacidad real de gobernarse en barrios y pueblos por la ilusión vana de controlar a un poder opresor mediante la agregación estadística de votos. Para ellas, democracia significa capacidad propia de gobierno y esta percepción no es una versión simplista del discurso sobre la democracia, sino que capta su esencia. Para quienes forman el “pueblo”, democracia es asunto de sentido común: que la gente común gobierne su propia vida. No se refiere a una clase de gobierno, sino a un fin del gobierno. No trata de un conjunto de instituciones, sino de un proyecto histórico. No se plantea “un” gobierno específico, con una forma determinada, sino los asuntos de gobierno. No se alude a las democracias existentes o en proceso de construcción, con o sin adjetivos, sino a la cosa misma, a la capacidad propia de gobernarse.

Esta noción de democracia se distingue de la formal y de otras concepciones políticas. No corresponde a la expresión que define la democracia como “gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”9 ni equivale a la llamada “democracia directa”10. Trata de otra cosa. La expresión “democracia radical” no se ha empleado mayormente en la región, pero recoge bien el sentido de esa búsqueda. “Democracia radical significa democracia en su forma esencial, en su raíz; significa, con bastante precisión, la cosa misma”11.

Desde el punto de vista de la democracia radical, la justificación de cualquier otro tipo de régimen es como la ilusión de la nueva ropa del emperador. Aun la gente que haya perdido su memoria política… puede todavía hacer el descubrimiento de que la verdadera fuente del poder está en ellos mismos. La democracia es radical, la raíz cuadrada de todo poder, el número original del que se han multiplicado todos los regímenes, el término raíz del que se ha ramificado todo el vocabulario político… Es el fundamento de todo discurso político… Concibe a la gente reunida en el espacio público, sin tener sobre sí el gran Leviatán paternal ni la gran sociedad maternal; sólo el cielo abierto –la gente que hace de nuevo suyo el poder del Leviatán, libre para hablar, para escoger, para actuar12.

 Es una noción omnipresente en la teoría política y el debate democrático y a la vez peculiarmente ausente: se flirtea con ella y se le esquiva, como si nadie se animara a abordarla a fondo y de principio a fin; como si fuera demasiado radical o ilusoria: lo que todo mundo busca pero nadie puede alcanzar.

La teoría democrática convencional opera un deslizamiento conceptual que traiciona y distorsiona la raíz de la democracia como capacidad propia de gobierno. Se le describe como una forma de gobierno y un conjunto de instituciones en que el poder del pueblo se transfiere continuamente a éstas, que quedan en manos de una minoría. Estar conscientes de ello no es necesariamente un argumento contra la democracia, pero afirma el derecho de la gente a no ser gobernada contra su voluntad y a no tener que comulgar, además, con ruedas de molino (Archipiélago, 1992).

La democracia radical rechaza esos deslizamientos conceptuales y políticos. No es un regreso a un estadio anterior. Aunque tiene raíces en una variedad de tradiciones, expresa la lucha de pueblos que han vivido bajo diversos gobiernos, más o menos despóticos o democráticos, que han observado críticamente la forma en que se corrompen cada vez más, y se muestran decididos a emprender acciones que modifiquen radicalmente la situación. Quieren vivir en “estado de democracia”, mantener en la vida cotidiana esa condición concreta y abierta.

La condición democrática se mantiene cuando la gente se dota de cuerpos políticos en que puede ejercer su capacidad de gobierno. No existen opciones claras al respecto, pero al buscarlas se consolida cada vez más el empeño por poner las luchas por la democracia formal y la participativa al servicio de la democracia radical. Esto implica poner énfasis en lo que la gente puede hacer por sí misma para mejorar sus condiciones de vida y transformar sus relaciones sociales, más que en la ingeniería social y los cambios legales e institucionales. Se define así la iniciativa de reorganizar la sociedad desde su base. En vez de “tomar el poder”, se trata de desmantelar progresivamente la maquinaria estatal y crear nuevos arreglos institucionales que la hagan innecesaria.

La condición democrática se mantiene cuando la gente se dota de cuerpos políticos en que puede ejercer su capacidad de gobierno. No existen opciones clara al respecto, pero al buscarlas se consolida cada vez más el empeño por poner las luchas por la democracia formal y la participativa al servicio de la democracia radical. 

Las ilusiones democráticas siguen imponiéndose, pero aumenta continuamente el desencanto con el funcionamiento de las instituciones democráticas. Es posible que la devoción democrática se mantenga porque no hay alternativas claras, y las asambleas comunitarias y barriales no se perciben como formas de gobierno capaces de sustituir al régimen dominante. En el proceso en curso queda, incluso, en cuestión la palabra misma, democracia, en la que estaría inscrito el discurso del poder. Parece necesario hallar un nuevo término que capte el sentido de la democracia radical, que aparece ya como ideal realizado en territorio zapatista, en México, pero existe también, en múltiples formas, a lo largo y ancho del país y del mundo.

En medio de una guerra atroz, cuando el futuro ha dejado de tener futuro y se vuelve cada vez más irrelevante enfrentar la incertidumbre con creencias idolátricas y rituales cada vez más vacíos y carentes de legitimidad, es hora de concentrar el empeño en la recuperación del presente, reorganizando la sociedad desde abajo.

San Pablo Etla, Oaxaca, agosto de 2015.❧

 


1. González Faus, José Ignacio, “El dinero es el único dios y el capitalismo es su profeta”, 2012, http://www.iglesiaviva.org/249/249-41-GFAUS.pdf.
2. Agamben, Giorgio, “Dios no murió: se transformó en dinero”, 2013, https://fahrenheit2012.wordpress.com/2013/09/15/giorgio-agamben-dios-no-murio-se-transformo-en-dinero.
*Agamben, Giorgio, “Walter Benjamin y el capitalismo como religión”, trad. de S., del artículo original “Benjamin e il capitalismo”, 2013, lostraniero.net.
**Agamben, Giorgio, “La feroz religión del dinero devora el futuro”, La Repubblica, 2015.
3.  Illich, Iván, La convivencialidad, Posada, México, 1978, p. 207.
4.Illich, Iván, La sociedad desescolarizada, Joaquín Mortiz/Planeta, México, 1974, p. 67.
5.Zarco Mera, Carlos, El Topil, núm. 24, p. 3.
6.En mayo de 2015, la revista Ibero, de la Universidad Iberoamericana, formuló la pregunta “¿Votar o no votar? ¿Es éste el dilema?” a un conjunto de analistas políticos, especialistas en el tema y estudiantes de la universidad. Publicó las respuestas en el número 38 de la revista, correspondiente a junio-julio de 2015. He tomado de ahí la selección que presento.
7.  Illich, Iván, La sociedad desescolarizada, Joaquín Mortiz/Planeta, México, 1978, p. 209.
8. Debido a la retórica dominante, es útil recordar que Marx realizó la defensa más radical de la democracia: “En la monarquía, el conjunto, el pueblo, se encuentra subsumido bajo una de sus formas particulares de ser, la constitución política. En la democracia la constitución misma aparece sólo como una determinación, a saber, la autodeterminación del pueblo. En la monarquía tenemos el pueblo de la constitución; en la democracia la constitución del pueblo. La democracia es la solución al acertijo de todas las constituciones. En ella, no sólo implícitamente y en esencia, sino, existiendo en la realidad, se trae de nuevo la constitución a su base real, al ser humano real, al pueblo real, y se establece como acción del propio pueblo”. Marx, Karl; Frederick Engels, Contribution to the Critique of Hegel’s Philosophy of Law, Collected Works, III, International Publishers, Nueva York, 1975, p. 29.
9. En el discurso de Lincoln, en Gettysburgh, en que esa frase nació, no aparece la palabra democracia. Lincoln se refería a un conjunto de instituciones gubernamentales que han de dar poder al pueblo, no a un pueblo que lo posee. Para Lincoln mismo, la Unión no era una democracia. “Construyó su famosa expresión sólo para aclarar esta distinción: las instituciones del gobierno no eran la manzana dorada de la libertad, sino el marco plateado con el cual (acaso) sería posible proteger la manzana”, Lummis, Douglas, Democracia radical, Siglo XXI Editores, México, p. 30.
10. Tal expresión alude, unas veces, a un régimen que antecedió a la democracia moderna, por lo que se le descarta, aduciendo que acaso funcionó en la antigua Atenas, pero no caracteriza a ningún Estado moderno ni es factible que funcione en él (Mayo, Henry B., An Introduction to Democratic Theory, Nueva York: Oxford University Press, 1960, p. 58). Otras veces, se le asocia con prácticas como el referendo y la revocación del mandato y se le considera un mero complemento de la democracia representativa (Cronin, 1989) o como rasgo de la democracia participativa.
11. Lummis, Douglas, op. cit.
12. Lummis, Douglas, op. cit., p. 40.
13. En las llamadas “democracias” es siempre una minoría la que decide por los demás; es siempre una minoría del pueblo y casi siempre una minoría de los electores los que deciden qué partido ejercerá el gobierno; una minoría exigua promulga las leyes y toma las decisiones importantes. La alternancia en el poder o los contrapesos democráticos no modifican ese hecho.
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Gustavo Esteva
Gustavo Esteva
Activista mexicano y fundador de la Universidad de la Tierra en Oaxaca
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