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Crónicas votantes: castigo para todos

Las actitudes de los ciudadanos frente a la política, las instituciones, los actores políticos y, principalmente, los comicios, hablan de un grado de desconfianza y desencanto cada vez mayor, que, además de mostrar una percepción, revelan una realidad social en la que el votante mexicano está inmerso. ¿Las candidaturas independientes son el antídoto?… Si algo podemos aprender de las elecciones del pasado junio, es que gran parte de la sociedad se unió para demostrar su inconformidad.


VOTAR EN 2015 NO FUE una fiesta nacional.

Fue un ojo abierto hacia el laberinto en el que estamos entrampados. Un ojo abierto, sin embargo, en un paisaje oscuro, confuso, abigarrado. Un ojo que nos mira, insomne, incrédulo, culpable, interrogándonos sin esperar respuesta.

Atiborrados de pancartas, acosados por panfletos, instigados por todos los bandos a asumir nuestro derecho y nuestra obligación, fuimos subiéndonos al convoy de las emociones que van de la exaltación a la humillación, de la indiferencia a la ira.

La justa indignación que sentimos ante la clase política por las omisiones, errores, corrupciones y crímenes que han manifestado a cielo abierto en los últimos tiempos nos arroja al caldo de cultivo de la desesperación, en el que se conjuga la desesperanza con la injuria, el grito con la indefensión, la beligerancia con un razonamiento cada vez más poroso.

Me había propuesto hacer lo que expresa el título de estos renglones: unas crónicas votantes, centradas en el día de la elección; un desglose de las opciones, no partidistas, sino de las actitudes que se revelaron frente a la decisión de votar o no votar. Una lista, acaso, de los reductos que los ciudadanos nos hemos inventado para darle la vuelta a la obligación y poner de frente al derecho:

Entre los que optaron por votar:

•Votar por el “menos malo”, para no dejar de votar.
•Votar por otro, para quitarle votos a “otro”.
•Votar por los chiquitos, para darle una lección a los grandotes.
•Votar por la oposición, para balancear el poder.
•Votar simplemente para poder reclamar después.

Y entre los que encontraron otras posibilidades de ejercer su ciudadanía:

•Ir a la casilla para anular el voto y mandar el mensaje al poder de que el ciudadano aún tiene un poder.
•No ir a la casilla y abstenerse de votar para mandar el mensaje de rechazo total al juego del poder.
•Hacer un llamado pacífico al boicot: que no se instalen siquiera las casillas, para mandar el mensaje al poder de que realmente no tiene poder y hay que reformular el escenario político y social.
•Boicotear por cualquier medio, incluida la violencia, la instalación de casillas, la quema de urnas y el robo de boletas electorales.

Ciudadanos observando diversas pancartas que realizó uno de los tantos grupos que decidieron llamar al voto nulo, 2009.
Fotografía de Rodrigo González Olivares

Pero el día clave, cada quien escogió la piedra con que iba a mostrar su desaprobación. Las redes sociales, los comentarios en los medios de información, las conversaciones en las aulas, las oficinas, los cafés… por todas partes se colaban como abejas a la miel, una sarta de reconcomios, de unos contra otros, para ver cuál de las piedras era la mejor. Cada quien pulía con primor su propia piedra y la ostentaba en cuanto medio se pudiera, adjuntando instructivos para usarla con mayor eficacia.

Llegó a sentirse un aura de terrorismo digital en las diatribas, cuasi fundamentalistas, con las que algunos insistían en la estupidez de quien promovía una opción que no era la suya.
Nunca había leído y escuchado más insultos de unos mexicanos contra otros por el simple hecho de expresar su opinión acerca del método que utilizarían para marcar su descontento ante unas elecciones que no tenían mucho de elegibles.

Olvidamos contra quién combatíamos. Olvidamos que estábamos en contra de un poder que no se legitima en los hechos y que busca volver a empoderarse con nuestra propia indefensión.
Más que una crónica, esto se convierte en una compartida exclamación de interrogantes que, en el mejor de los casos, podrían trazar un camino más consistente hacia la elección presidencial de 2018; en el peor, son una prefiguración que queda fuera, por ahora, de estas crónicas votantes.

Los mexicanos no recordamos algo parecido en elecciones anteriores. Había disidencias y estridencias, pero el espíritu del voto aún se mantenía con un buen porcentaje.

Esta vez, durante toda la campaña, la discusión social, ya fuera entre especialistas o gente de a pie, no argumentaba por algún partido o por algún candidato en el entendido de su plataforma política, sus propuestas o, siquiera, su liderazgo personal, sino para plantear opciones de rechazo. La gran decisión se abocaba al método de mostrar la indignación.

El voto: legal, anulado, abstenido o boicoteado fue siempre un medio para enviar un mensaje diferente, contrario a la vocación natural de su función.

El castigo fue el propósito y el resultado.

Un castigo para “ellos”; un castigo para “nosotros”.

El castigo que cae sobre todos, sin distinción, como las cenizas de un triste final de fiesta❧.

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Ethel Krauze
Ethel Krauze
Escritora mexicana y promotora de la escritura hecha por mujeres.
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