En la entrada norte de Cuernavaca, rodeada de árboles y palmeras, se yergue una escultura ovalada sobre una glorieta que ningún viajero puede pasar desapercibida. La Paloma de la paz, pieza de Víctor Manuel Contreras, se mantiene en un diálogo permanente con el espectador y su entorno, prueba de ello es que, desde los años setenta, ha sido punto de encuentro y, en tiempos recientes, un lugar para la protesta. La búsqueda de esa interacción, está en la esencia de toda su obra. El alma quiere por techo la libertad Y sólo puede vivir en la eternidad, Ni paredes, ni...