Una de las colaboraciones que se publicaron en “Voz del lector” de la décima edición de Voz de la tribu fue la carta de Marco Antonio, respecto al diálogo que tuvimos con Gustavo Esteva en torno a las propuestas pedagógicas de Illich y Freire, publicado en el número ocho. Este último continúa el diálogo y responde a la carta con el presente texto.
io, publicada en el número 10 de Voz de la tribu, como reacción a una conversación conmigo publicada en el número 8. Me atribuyo la confusión que refleja la carta. No logré suficiente precisión en lo que dije.
El tema de la conversación –Freire e Illich– incluyó la crítica general del sistema educativo como una herramienta de discriminación y descalificación de la mayoría de la población, independientemente de la intención o calificaciones de quienes participan en él o de la calidad de sus herramientas pedagógicas. Argumenté que esto ocurre tanto en la educación convencional como en la alternativa. Utilicé el ejemplo de Steiner y Molt para ilustrar el punto, o sea, para mostrar que incluso las valiosas ideas y métodos de Steiner y la buena intención de Molt no logran escapar de esa crítica. Los elogié, lo mismo que a sus herederos en las escuelas Waldorf, para subrayar que el problema no está en sus ideas o pedagogías, sino en el sistema educativo y en la sociedad que lo crea y reproduce.
El profesor Marco Antonio argumenta que la pedagogía de Steiner “no es, por sí misma, excluyente”. Es cierto que esa herramienta aspira a incluir a todas y todos. Steiner buscaba que tanto sus concepciones como sus métodos se hicieran universales, y Emil Molt quiso contribuir a esa causa. Sin embargo, la orientación cristiana, individualista, antropocéntrica y cartesiana de Steiner era muy incluyente en el contexto europeo de hace un siglo, pero es abiertamente excluyente en la actualidad… incluso en Europa. Además, el método de Steiner adquiere un tinte new age cien años después, aun en su versión Waldorf actual. Sus ideas no eran tema de la conversación ni pueden serlo aquí. Baste decir que pienso, con Foucault, que el humanismo a cuya tradición pertenece Steiner es cada vez más totalitario y que las ideas sobre la “naturaleza humana” y los “individuos humanos” que en él se adoptan son producto y expresión de una sociedad y una mentalidad que nos están llevando al despeñadero.
Emil Molt fue un personaje admirable. No puede aplicársele la etiqueta de self-made man que le pone el profesor Marco Antonio, una etiqueta útil como propaganda en la sociedad capitalista, pero sin sustento ni realidad: es imposible. En el caso de Molt no llegó a ser quien fue “apoyándose sólo en sí mismo”, “con sus propias fuerzas”, como dice el profesor Marco Antonio. Tuvo tutorías muy importantes, personales y financieras, en particular las de Emil Georgii y su hijo, que le permitieron crear su gran empresa productora de cigarrillos Waldorf Astoria. Organizó cursos para sus trabajadores, que ellos abandonaron cuando les exigió pagar sus costos. Trató entonces de dar a los hijos de esos trabajadores la mejor educación posible. Fundó para eso una escuela y contrató a Steiner como su director. Así nacieron las escuelas Waldorf. No son, no han sido ni pueden ser para todos los niños y niñas. Son solamente para hijos e hijas de cierto grupo de padres que tienen el interés, el compromiso y los recursos económicos para sostenerlas. Algunas escuelas Waldorf fracasan porque los padres pueden financiarlas, pero no tienen el tiempo y el compromiso que les requieren. Quizá por eso no han podido crearse más que unos cuantos miles en el mundo.
Mi posición, como la de Illich y de un número creciente de personas, está explícitamente en contra del modo industrial de producción, capitalista o socialista. Condenamos un régimen, una forma de organización social. En el mundo que estamos construyendo, un mundo en que caben muchos mundos, queremos evitar que unos vivan a costa de los otros o se maten entre sí. No hay mayorías ni minorías. Celebramos las diferencias y nos damos normas para coexistir en armonía. No pensamos en paredón o centros de rehabilitación para “minorías” de violadores, asesinos, racistas, sexistas… o capitalistas; lo que hacemos es construir condiciones en las cuales no puedan existir esos crímenes, actitudes o funciones. Luchamos contra un sistema que se basa en la perpetua transformación de trabajo en capital y de capital en trabajo y organiza la sociedad en torno a la mercancía. Y el “estamos” se refiere ante todo a personas ordinarias, particularmente pueblos indígenas, que no están al servicio de una nueva utopía, sino que aplican su creatividad para crear un mundo plural, en el que no haya explotación de unos por otros ni comportamientos patriarcales.
Construimos una sociedad en que regresa la ética y la política al centro de la vida social, en vez de la economía. Luchamos para que no sea posible seguir enfermando a la gente con mercancías tóxicas, como los cigarrillos del señor Molt, ni continuar produciendo en establecimientos basados en la explotación de los trabajadores –así se les trate muy bien, como hacía el señor Molt, al que por eso sólo le hicieron una huelga–. Luchamos contra un régimen que destruye aceleradamente la realidad natural, social y cultural y sólo puede subsistir mediante la violencia, el despojo y el autoritarismo; un régimen que pone en peligro la supervivencia de la especie humana y cuya autodestrucción nos desliza a todos a la barbarie. No me gusta especular, pero si el señor Molt viviera en nuestra época quizás estaría en nuestras filas, más que en las de sus colegas capitalistas… que finalmente lo hicieron a un lado. Y también habría encontrado alternativas sensatas a la antroposofía de Steiner a la que se afilió.
Tengo la impresión de que en ese mundo que estamos construyendo no habrá educadores. Todas y todos estaremos aprendiendo, a través de la crianza mutua que mantendremos no sólo entre nosotros, sino también con plantas, animales y cosas. Habría escuelas libres de currículo y certificación, así como de los supuestos de la sociedad actual. Abrigo la esperanza de que el profesor Marco Antonio se incorpore algún día a esa aventura de transformación.
San Pablo Etla, mayo de 2017 ❧
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