Editorial

Zapata, una revuelta inconclusa

Número 17

El cuerpo está tumbado sobre el regazo de unos hombres que miran en distintas direcciones; sólo uno de ellos observa hacia la cámara y su cara es puro desconcierto. Aquél que yace acostado tiene la piel percutida y el pecho bañado en sangre. Su mano derecha parece hecha un puño, la izquierda se encuentra en una posición ligeramente abierta; ambas se cruzan sobre su estómago. Quien viera la foto por primera vez, no dudaría en afirmarlo. Zapata murió. Murió porque lo dice la imagen, lo dijeron las tropas enemigas, los periódicos de la época. ¡Qué más prueba! No, señores, eso no sucedió, mandaba la voz del pueblo, con esa necedad que emana de la sed de justicia. Y otra historia, motivada acaso por la esperanza, comenzó a contarse debajo de la historia oficial.

Desde entonces ese no ha ido tomando formas distintas. Zapata, venido a mito pero también a ideología, colocó en el centro del lenguaje una palabra, que se convirtió en un concepto. No. No a las injusticias. No al robo de las tierras. No al despojo de recursos naturales. Con el tiempo, las exigencias fueron distintas pero la fuerza se conservó: hoy, para conmemorar los 100 años de la muerte de Zapata, nos hemos planteado hacer una relectura del zapatismo, como símbolo y como realidad. Lo que se inició en la guerra suriana tiene ecos particulares en el presente. ¿Qué significa? ¿Qué persiste del movimiento agrario? ¿La tierra es de quien la trabaja?

Como un apéndice de la reflexión que intenta este número, las pinturas y grabados del artista Alejandro Aranda ofrecen una lectura personal de la historia de las luchas sociales en el país y de lo que representa el zapatismo en la actualidad. 

 

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