Voces de la comunidad

Entre Zapata y una mujer vestida

Emiliano ZapataJosé Guadalupe Posada. 1880–1910

Es que a mí no me engañas, cariño. Pero voy a escribirte nada más para que no piensen que no soy nacionalista, que no me he dejado contagiar de ese virus y sus fiebres esperanzadoras. Nada más para no llevarles la contraria porque dentro de poco eso será casi un pecado mortal. Decía que te conozco, que me enseñaron a quererte desde niña. Y si no, pues al menos a mantener distancia mientras las otras, y cuando crecí, también yo misma, suspiraba. Todo lo bueno: el epítome del valor, de la masculinidad, del decoro, de la moral, de la gallardía, de la vergüenza, recaían en ti como lluvia que atajaba tu sombrero de ala ancha. Siendo morelense, pues ni hablar. A quererte, a respetarte, a guardar silencio el 10 de abril, a celebrar tu ceño fruncido, tu gesto de hombre enojado, indignado porque nos han dado la tierra y nos la han quitado, porque esa imaginería, ese constructo, ese pedazo de concreto o de lodo, la tierra, es de quien la trabaja con sus propias manos –sí, como el orgasmo–, así que mejor pensar en la tierra como una idea de caña, de arrozal, de monte azul, de calor, de canal con agua fría que viene corriendo desde los volcanes donde la libertad de la que hablabas era posible. Patrañas, cariño. Pero voy a seguirle para que no digan, para que no piensen que no te veo como un Pedro Infante de las armas con un estilazo para vestir del que carecieron Victoriano Huerta, Carranza o Villa. Ninguno como tú, entrañable cuatrero. Ninguno con ese bigote pobladísimo. Toda hipérbole era poca cosa a tu lado. No sé cómo no te despeinabas, válgase la comparación con el juarismo. Entre amarte y temerte había tan poca distancia que el deseo era total, rotundo, omniabarcante; zapatista el deseo y su misma forma de desearte, lindo capataz, pero capataz al fin y al cabo. Por mucho que te aplaudan, te llenen de coronas de crisantemos baratos. Por más museos, bustos, reivindicaciones, libros, leyendas, hijos y amantes hombres que te cuelguen como santos de cera empuercada por la fe, a mí no me engañas. Yo no perdono la revolución porque fue guerra y no porque no me hayan enseñado a glorificar su desastre, no porque no lo haya aprendido para sacar diez en Conducta y en Historia, pero ahora dudo, guapo. Ahora que tengo dos dedos de frente y lecturas como para echarte la culpa de lo que pase como en una canción de Cuco o en un poema de José Alfredo. Ahora más que nunca porque una verdadera revolución, no como la tuya, nos hace falta. Lo tuyo fue pura orgía y puro cuento porque militaste del bando de los fuertes, aunque nos hiciste creer que defendías a los campesinos. Lo digo por ese aire de arrogancia, tanta suficiencia, tanta seguridad, tanto poder, tanto machismo, tanto váyanse a la chingada con su politiquería, con sus acuerdos. Ay, qué hermoso era tu pragmatismo. Pero tenías claro y no lo que querías. Te sentaste en el trono y fue un error. Posaste para la foto con el águila detrás. Tomaste lo que quisiste. No tuviste miedo, firmaste. Provocaste. Dirían que moriste igual que tu angélica llegada al mundo. Sólo eso les hace falta escribir. No, les falta mucho porque van a encontrarte virtudes que ni tú querías representar. Tu performance lo sabías de memoria. Darling, eso sí te reconozco, que hayas sabido engañarnos, disfrazarte de héroe. ¿Qué es la lucha sino una representación entre fuerzas? Pero no entre el bien y el mal, sino entre el mal y lo peor. Lo sabías porque, no nos hagamos, de que no eras tonto, no eras tonto. Hasta supiste la hora en la que iban a matarte y no te importó. Precioso suicida, a eso no se juega. ¿Deseabas morirte?, ¿por qué no lo dejaste dicho en una carta?, ¿a qué amante en turno se lo confesaste? A ninguno, claro, porque los hombres no se rajan, no muestran dolor, incertidumbre, los hombres siempre quieren vivir para seguir compitiendo. Pero tú jamás hincado, eras demasiado bueno para ser verdad. He ahí mi problema, querido: no hay nada más triste que invertir la vida en la vida que quiere ser una leyenda. Aunque se logre porque esas épicas, necropolíticamente hablando, son un cuento de hadas sucio. Sí, cariño, soy cínica. No aprendí a respetar la memoria porque es una imposición como un cartón donde me dicen qué valores debo cultivar en una tierra que no es jardín, que es una inmensa fosa común, un lienzo que ni Dante imaginó. Y es la pura verdad. No creo que tú hayas fusilado a tantos. Y no me quito el vestido porque no eres Villa, no sé si estés de humor y hoy no me ofrezco. ❧

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Alma Karla Sandoval
Alma Karla Sandoval
Escritora mexicana y doctora en literatura por el CIDHEM.
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