Él, con sus alas, era la energía,
la dirección,
los ojos que vencieron sol y sombra:
el ave que resbalaba en el cielo
hacia la más lejana tierra desconocida.
Oda a un albatros viajero, Pablo Neruda
Rompe el silencio la voz del bosque de Santa María Ahuacatitlán. Está clamando un nombre. Lo pronuncia entre la agitación de los encinos y los pinos que recuerdan las hazañas, las proezas de un revolucionario que luchó contra la deforestación y el despojo de las tierras del campesino, del carbonero, de cientos de familias sumergidas en la pobreza y el temor de los hacendados. El viento agita la memoria de un pueblo morelense que desde hace algunas décadas permanece impávido a la injusticia.
A cien años del asesinato del General Emiliano Zapata, surge la necesidad de desentrañar la forma de vida, fuera de las batallas, de los hombres revolucionarios que se han mencionado como parte del zapatismo; aquellos cuya causa llegó a formar parte de la historia política, económica, social y cultural de nuestro país y, por lo tanto, quedó impregnada en nuestras vidas actuales.
Es conmovedor observar el rostro noble y amable de la hija más pequeña del General de División don Genovevo de la O, quien me recibe en su hogar para platicarnos del hombre que fue pieza clave en el movimiento revolucionario y que debe ser orgullo de todo mexicano, sobre todo, de aquellos que habitamos el estado de Morelos. Pero antes de conocer un fragmento del alma de este grandioso hombre, es necesario mencionar que don Genovevo de la O nace en Santa María Ahuacatitlán el 3 de enero de 1876. Al respecto, Valentín López González1Valentín López González, Los Compañeros de Zapata, Ediciones del Gobierno del Estado Libre y Soberano de Morelos, México, 1980, pp. 76-83, obtenido de la página web el 10 de abril de 2019 https://www.bibliotecas.tv/zapata/zapatistas/genovevodelao.html menciona que:
Fue hijo del señor Reyes de la O y de la señora Isaura Jiménez. Desde su juventud se distinguió por ser defensor de los bienes de Santa María Ahuacatitlán en contra de los dueños de la Hacienda de Temixco que se expansionaron montando aserraderos en Buenavista del Monte; luchó contra la deforestación y contra el despojo de las tierras de Santa María. Era un hombre popular entre la gente de su pueblo; y al estallar el movimiento revolucionario de 1910, se levantó en armas, pero es hasta el 26 de enero de 1911 donde ya aparece con el grado de Capitán 1o de infantería con nombramiento del General Emiliano Zapata, para que al frente de sus fuerzas continuara desarrollando campañas de guerrillas en el norte del estado de Morelos […] El 4 de mayo de 1920 se le reconoce como Jefe de División “Genovevo de la O” y un día después se le nombró Jefe de la 1ª. División del Sur y de la Jefatura de Operaciones Militares del estado de Morelos hasta el 31 de diciembre de 1920. El primero de enero de 1921 pasó a ser Jefe de Operaciones Militares en Morelos, cuya jefatura posteriormente tomó la denominación de 13ª. y 33ª. Respectivamente, hasta el 10 de septiembre de 1924. Fue Jefe de la 35 Jefatura de Operaciones con cuartel General en Tlaxcala, del 11 de septiembre de 1924 al 31 de diciembre de 1926. Estuvo a disposición del Estado Mayor de la Secretaría de Guerra del 1o al 31 de enero de 1927 y el 1o de febrero de 1927 pasó a ser Jefe de la 27a. Jefatura de Operaciones Militares, con cuartel General en Aguascalientes hasta el 15 de mayo de 1929. Quedó a disposición de la plaza en la ciudad de México del 16 de mayo de 1929 al 31 de enero de 1938. A disposición de la División de Armas del 1o de febrero de 1938 al 31 de diciembre de 1939, quedó a disposición del Estado Mayor de la Secretaría de Guerra del 1 de enero de 1940 al 28 de febrero de 1941 en que llegó a la edad límite y se le jubiló. En 1940 junto con el Dr. José G. Parres, Fortino Ayaquica y Adrián Castrejón, fundaron el Frente Zapatista como baluarte de la vieja guardia zapatista. Genovevo de la O participó en la fundación de la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano en 1952. Murió en Santa María Ahuacatitlán a los 76 años el 12 de junio de 1952. Se le veló en el Salón del Congreso y al sepultarlo en Santa María se le rindieron los honores correspondientes a su jerarquía militar.
María Reyes Milagros, que cumplirá sus 82 años el próximo septiembre, fue la más pequeña de 9 hermanos de la familia De la O. Estamos sentadas en la tranquilidad de la “Fonda Verónica”, conocida por su tradición en caldos de hongos de temporada que, sobra decir, son exquisitos. Ahí abre sus recuerdos. Se mortifica un poco pues se esfuerza en rescatar detalles del revolucionario, pero sólo viene a su mente la imagen de su padre que era muy amoroso, consentidor en extremo y con el cual pasó una feliz infancia al lado de su familia. “A pesar de ser un hombre revolucionario y que anduvo entre tantas batallas, nunca nos pegó. Quien nos pegaba era mi mamá”, dice sin ocultar una franca risa. María nos comparte que su papá tenía 45 años cuando se casó con su mamá, Catalina Ensástegui, de tan sólo 15 años. “Mi mamá nos traía a raya. Mi papá se enojaba muchísimo si nos llegaba a pegar. Le decía: ‘¡Verduga! ¡Madrastra! ¡Asesina! ¿Cómo puedes hacerle eso a los niños?´ Pero mi mamá le respondía, siempre hablándole de usted, que ella los corregía porque no quería que salieran como su hijo Juan, que desde los once años ya estaba metido en borracheras”. Aquí María nos explica que su papá tuvo tres hijos antes de casarse con su mamá: Teresa (hija de su primera pareja); y Merced, Cresencia y Juan, de la segunda. Del matrimonio con su mamá nacieron: Eustolia (q.e.p.d); Filiberto Genovevo (q.e.p.d); Micaela (92 años); Pablo (q.e.p.d); Francisca (q.e.p.d); Ricardo (q.e.p.d.); Daniel (84 años); Margarito (83 años), y María Reyna Milagros (81 años). “Mi mamá se llevaba muy bien con sus otros hijos. Creo que Juan era de la edad de mi mamá. Había muy buena relación entre todos. Convivían perfectamente. “Mi papá siempre hizo que todos nos lleváramos bien”. Hacemos una pausa y se me ocurre preguntarle cómo definiría a su papá, en una palabra. Aquí, podríamos pensar que palabras como: aguerrido, invencible, tenaz, brotarían de su boca. No, una sonrisa llena de nostalgia aparece y dice: “consentidor”. María repite, con la mirada en un ayer lejano, que don Genovevo de la O fue un hombre muy noble y justo. No pude evitar preguntarle cómo era la relación con su mamá y, esta bondad, se replica. “Quería mucho a mi mamá y platicaban todo el tiempo. Mi mamá era una mujer fuerte y no se dejaba de nadie. Ella decía que no le gustaba meterse con las personas, pero que si la buscaban la encontraban”. Mientras escucho a María pienso que Catalina pudo haber asesorado y orientado a su papá en su otra etapa como Jefe de Operaciones Militares. Al decirle esta idea, María sonríe y dice que es una posibilidad, ya que ellos se contaban todo y su mamá era una mujer muy inteligente también. Me sorprende escuchar que don Genovevo de la O trasladaba a toda la familia a los sitios en donde tenía que residir (Tlaxcala, Aguascalientes, Ciudad de México). Esto nos habla de un hombre que era coherente entre su pensar y actuar para los otros y para los suyos. Y esta crítica va en el sentido de que, es sabido de sobra, los grandes guerreros no se distinguen por ser grandes esposos ni padres de familia. Tal vez aquí radica uno de los aspectos más admirables de este hombre: que supo vivir su vida de forma coherente y ser justo en todos los sentidos. Don Genovevo de la O si bien fuerte, arriesgado, guerrero, estratega, entregado a la lucha de la tierra,2 Recordemos tan sólo la hazaña que menciona Jesús Sotelo Inclán en el libro Documentos Inéditos sobre Emiliano Zapata y el Cuartel General. Seleccionados del Archivo Genovevo de la O, que conserva el Archivo General de la Nación, de cómo logra conservar uno de los puntos más difíciles a nivel territorial: el paso de la Ciudad de México a la de Cuernavaca, en donde se dio a conocer por “volar trenes” minando las fuerzas de los atacantes enemigos. Asimismo, fue un hombre que supo pelear sus batallas por más de diez años consecutivos y retirarse de las mismas, muchas de las veces teniendo que quedar escondido en lo profundo del bosque. Un hombre que supo combatir cuerpo a cuerpo en una escaramuza que lo tomó por sorpresa, saliendo victorioso. jamás permitió que la violencia a la cual estuvo expuesto, o bien, la avaricia por el poder y la fortuna, se apoderaran de él. Fue un hombre sereno. Esta serenidad de carácter, combinado con sus fuertes convicciones, lo hicieron un revolucionario indestructible. Genoveno de la O, efectivamente, fue testigo de su lucha y no se enriqueció de ésta, ya que no tuvo puestos de poder, sino que siguió a cargo de velar por la seguridad de su nación. María nos reafirma que su padre era una persona muy tranquila y, por extraño que parezca, no le gustaba la violencia. No era un hombre visceral. Esto tuvo que haberle permitido reunir sus incontables victorias; así como saber asimilar las derrotas de las cuales siempre supo reponerse. De hecho, uno de sus grandes triunfos nace de una derrota profunda: conquistar a Catalina. María nos dice –en tono de secreto– que la hermana de su mamá probablemente había negociado con don Genoveno para que se casara con Catalina. Así que en una fiesta a la que fueron en Texcoco, arregló que pudiera entablar relación con su hermana. María nos recuerda que en esos tiempos era costumbre arreglar o prometer a las jóvenes de la familia para dejarlas protegidas con un hombre que pudiera darles seguridad a ella y sus descendientes. “Mi mamá, su hermana y la mejor amiga de su hermana se quedaron en casa de un familiar en Texcoco. Mi mamá y la amiga de su hermana se quedaron a dormir en un mismo cuarto. Y tremendos gritos despertaron a mi tía, ya que un hombre había logrado entrar a la recámara para dormir ahí, siendo corrido por ambas mujeres a puros chanclazos”. Tiempo después, don Genovevo de la O, confesó a Catalina que quien había entrado a la recámara había sido él. “Mi papá le decía ‘por eso me gustaste, porque me chancleaste’”.
María cuenta que su papá jamás fue herido en todos sus años de revolucionario. “Lo fueron a herir, ya casado con mi mamá, cuando estaba la revuelta de los cristeros. Le dieron un balazo en una de sus piernas. Pero mi papá no quería ir al médico. Mi mamá le decía ‘Ándele, don Geno, vamos al doctor’, pero mi papá le decía que no, que ella tenía que curarlo. Y mi mamá le hacía sus curaciones y jamás tuvo problemas por esa herida”. María nos dice que las personas del pueblo solían ir a buscar a su mamá para que curara las lesiones que tenían. Y ella siempre les apoyaba. Tomaba unas tijeras grandes y ponía en las puntas algodón con alcohol y frotaba fuertemente la zona a limpiar y “quitaba lo que veía feo”. Era muy doloroso, pero efectivo. “Gente que llevaba tiempo sin poder sanar, con ella se curaba”.
María hace una pausa. Trata de seguir recordando. Si bien se le escapan momentos de esos 15 años en los cuales pudo disfrutar a su papá, es recurrente escucharla mencionar que siempre ayudaba a quien le fuera pedir apoyo. Sin embargo, si bien siempre estaba presto para extender su mano amiga, no era un hombre confiado. María dice que no le gustaba ir a comidas en donde fuera invitado. “Decía que lo iban a envenenar”. No dudo que esa prudencia le permitió jubilarse y ver el fruto de su lucha.
A don Genovevo no le gustaba pasar su cumpleaños en casa. Le gustaba salir a pasear y se llevaba a todos sus hijos. Le pregunto a María si esos viajes eran agradables. Su rostro cambia; sonríe con todo su ser y dice un simple “sí”, que me deja ver la felicidad de una hija quien se supo, y se sabe, amada.
La muerte de su papá es algo que todavía hace temblar el alma de María. Se percibe una profunda tristeza. Casi setenta años han pasado y todavía se quiebra su voz al hablar de esto. “Nos tomó por sorpresa. Mi papá estaba muy bien. Pero un día le dijo a mi mamá que no tenía hambre, que ya no iba a comer mucho porque se sentía muy lleno. En un mes se lo llevó la enfermedad. Cirrosis hepática fue, al parecer”. María platica que al morir su padre en la casa de Mixcoac, Ciudad de México (según lo relata María), le negaron la pensión a su madre, aludiendo que ya no era necesaria. Y, por otro lado, varios pobladores y el ayuntamiento del pueblo, intentaron quitarle las tierras que había heredado su mamá. “A mi papá le gustaba comprar terrenos en el pueblo para evitar que llegara gente de fuera. Atacaron varias veces a mi mamá en una reunión que hizo la ayudantía y donde estaban varias personas del pueblo. Le decían cosas horribles; que era ‘fuereña’ y no tenía por qué tener esas tierras. Siendo que mi papá había pagado por cada una de ellas. A él no le regalaron nada. De todos los terrenos tenía recibos firmados. Pero mi mamá no se dejó y supo también pelear. Llegaba llorando de esas reuniones, pero nos decía que se había defendido como gato boca arriba. Y que en la reunión les había dicho: ‘¡gringa que yo fuera! Me casé con don Genovevo y tengo derechos’. Al final mi mamá no perdió nada y nos protegió a toda la familia, pero fue muy duro ver que la gente que había defendido mi papá se portara de esa manera con nosotros”.
Hay un evento que María recuerda con mucho orgullo y nos exhibe la calidad de hombre que fue este revolucionario: “Hace poco, Edgar Zapata –bisnieto de Emiliano Zapata– hizo un homenaje de mi papá en Cuautla, y nos daba las gracias porque cuando falleció el General, mi papá hizo una carta para que brindaran pensión a sus hijos. Así que Edgar dice que, aunque ya pasó un tiempo, hace homenaje al hombre que apoyó a su familia en uno de los momentos más difíciles. Así era mi papá. Siempre ayudaba y trataba de hacer lo justo”.
María dice con tristeza que los restos de don Genovevo están en el kilómetro 66, del poblado de Santa María Ahuacatitlán, en un terreno que dejó heredado su papá. En un sitio que prácticamente nadie sabe que existe; olvidados los restos de un verdadero patriota… Escondidos en la paz del bosque cuando deberían estar expuestos de forma visible, honorable, ya que son patrimonio de nuestra nación, ejemplo de honorabilidad, bondad y justicia.
General, su legado vive. Seguiremos esperando que se haga justicia a su recuerdo, para que jamás olvidemos que un verdadero revolucionario es, ante todo, un hombre que busca la paz de su pueblo.
Sí, no esperes, dije,
al rey del viento
al ave de los mares,
no esperes un túmulo erigido a tu proeza.
Y mientras tétricos ciudadanos,
congregados en torno a tus despojos,
te arrancaban una pluma, es decir,
un pétalo,
un mensaje huracanado,
yo me alejé para que por lo menos
tu recuerdo
sin piedra,
sin estatua,
en estos versos vuele
por vez postrera
contra la distancia
y quede así cerca del mar tu vuelo.
Oh, capitán oscuro
derrotado en mi patria,
ojalá que tus alas orgullosas
sigan volando sobre la ola final,
la ola de la muerte
Fragmento de Oda a un albatros viajero, Pablo Neruda ❧
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