El más reciente libro de la escritora Alma Karla Sandoval, Desde el corazón siberiano (Ediciones B, 2018), entrelaza la historia de Ariadna Efron y su madre, Marina Tsvetáieva, una de las más grandes poetas que ha dado Rusia. Gustavo de Paredes comparte el texto que leyó durante la presentación de esta novela en Cuernavaca.
Le agradezco mucho a Alma Karla Sandoval la invitación que me extendió para presentar Desde el corazón siberiano. Lo digo con verdad, pues sé que me encuentro al lado de una escritora que ha ido escalando peldaños cada vez más altos en el ámbito literario gracias al don bipartito que fluye por sus venas, el de la lírica y la narrativa, que estoy seguro en muy poco tiempo terminarán de posicionarla como una de las escritoras de mayor fuerza de su generación.
Alma Karla ofrece a los lectores su novela, a muy pocos días de emprender un viaje importante por tierras catalanas, caribeñas y sudamericanas que, hago votos para que así sea, además de que la lleven a cumplir las tareas académicas y literarias a que se ha comprometido, le permitan escribir en el futuro otras novelas tan bien manufacturadas como ésta, que nos habla de las existencias apabullantes de la poeta rusa Marina Tsvétaieva y su hija, Ariadna Efron, dúo de seres sensibles, talentosos, valientes y sufridos, que compartieron el denominador común de haber amado a dos figuras de las letras reconocidas con el Novel de Literatura: el ruso Boris Pasternak y el austro-húngaro Rainer María Rilke.
Debo confesar que una de las aficiones que tengo, recae precisamente en la literatura rusa, de la que, como muchos, he leído a los clásicos, Tólstoi, Dostoievski, Gógol, Pushkin, Pasternak, Chéjov, Turguéniev, Nabokov, Solzhenitsyn, Zamiatin. Incluso, recientemente cayó en mis manos El maestro y Margarita, novela de Mijaíl Bulgákov, considerada una de las narraciones de largo aliento con mayor peso en la arena de las letras rusas del siglo XX y cuya semilla es el primer Fausto, de Johann von Goethe. Al unísono, he puesto los ojos en obras de algunos narradores más cercanos a nuestra era, como Ludmila Ulítskaya, Mijaíl Shishkin, Maya Kucherskáya o Tatyana Tolstaya, este último cuarteto en inglés, dado que todavía no han sido traducidos a nuestra lengua.
Por otra parte, creo que no hay muchos literatos mexicanos que escudriñen aquellas tierras blancas que, en cierto modo, todavía guardan el sabor de lo ignoto y enigmático. Sergio Pitol, quien prestó servicios diplomáticos en las embajadas de México asentadas en Praga y Moscú, es uno de ellos; otro es Jorge Volpi, que en su novela No será la tierra hace un interesante seguimiento de la caía de la Unión Soviética y su impacto en el Globo. Acaso Margo Glantz; en su libro Las genealogías hace un recuento novelado de su vida en México como judía de ascendencia rusa; o Paco Ignacio Taibo, de cuya pluma han salido textos sobre la Unión Soviética en el contexto de la Guerra Fría, y algunos más, pero no son muchos.
Por todo esto, saludo con un latido emocionado y reflexivo a Desde el corazón siberiano, obra que a mi juicio se arma al modo de un rompecabezas, lo que en otras palabras significa que tiene una estructura compleja sustentada en dos voces narrativas:
La tercera persona desgrana las vidas de Marina Tsvétaieva y Ariadna Efron, emparentadas por los indisolubles vínculos de la sangre y la tierra, al igual que por el dolor de ver transcurrir sus existencias, atrapadas en una argamasa de miseria y represión gubernamental. Si bien, en contraste con esto, madre e hija también se anudan a través de los lazos del amor, la poesía y la memoria, mucho más duraderos y válidos que cualquier sistema totalitario o penuria económica por el que hayan pasado.
La primera persona, complementaria en cualquier caso, es la polifónica voz de Tsvétaieva plasmada en una serie de misivas y un diario íntimo en los que hierve un hondo diálogo interior al tiempo que hace constar su escarpado tránsito existencial, en el que Sergéi Efron, su esposo, pero por encima de él Rilke y Pasternak, son presencias inagotables. Un rasgo adicional que reafirma esto último y que hace aún más interesante la figura de la literata, es que asumía el amor de frente, con arrojo y sentido de la aventura sin vedarlo a las mujeres, de quien también disfrutó sus efluvios.
En las páginas de Marina Tsvétaieva se observan los espejismos de la felicidad, la esperanza y el sueño de una vida mejor, tanto como los patéticos espesores del hambre y el quebranto. Es esa fusión de contrapuntos el combustible mediante el cual puede seguir insuflando con aires nuevos su lírica. A la vez, es la llama viva y dolorosa en la que su primera hija se ve reflejada.
A la composición arquitectónica de la novela, se suma un constante ir y venir de tiempos presentes y pretéritos que incide directamente en el dinamismo cronotópico de la narración. Esta circunstancia la hermana de alguna forma con la poesía misma de Tsvétaieva, cuyos intereses en materia de creación eran amplios:
En cuanto a la estructura se adelantó a su época. Era libre incluso en el modo de pasar de la prosa poética al ensayo, de la carta al diario, al cuento, etcétera. Por otra parte, no le temía a la fragmentación porque era un eficaz medio para condensar el mensaje que, a veces, se convertía en una píldora de dolor en contra del sufrimiento.1P. 189. Todas las citas pertenecen a Desde el corazón siberiano, 1ª. ed., Ediciones B, México, 2018.
Hay entonces, en la novela de Alma Karla, un espíritu híbrido que despliega recursos interesantes: amén de las misivas y el diario, exhibe líneas directas que la enlazan con el ensayo y la poesía. Puesto de otra manera, la intertextualidad constituye un haz de luz que se refracta en otros rayos de diversas tonalidades, al traspasar el prisma narrativo.
Es imposible no reconocer un elevado talento cuando se leen frases de raíces líricas como “También el amor de las mujeres puede convocar tormentas”;2P. 34. “el miedo venía del viento como si fuera un polvo inaudible”;3P. 41 o “la sangre contagia hasta la forma de mirar el universo».4P. 161 Por una parte, conmueven al lector; por otra, lo llevan a despertar los sentidos a una realidad dura, avasalladora, en la que por todo contraste es factible avizorar hermandad, solidaridad, belleza.
Así, no predomina en el texto el blanco y el negro, como podría percibirse en una primera lectura; en realidad hay una amplia escala de colores, como la del arcoíris en medio de una tempestad. Esto permite al lector advertir las emociones por las que atraviesan los personajes, encadenados a los designios de un presente adverso.
Es precisamente el desarrollo de los personajes otra de las mayores virtudes del texto novelístico. Marina Tsvétaieva y Ariadna Efron, desde los campos de la etopeya y la prosopografía, aparecen dibujadas al detalle. Quiero decir con esto que es posible conocerlas física y emocionalmente; sus actitudes, gustos, reflexiones, espantos. Tanto como si se situaran frente a uno.
De otro lado, la investigación geográfica e historiográfica es digna de mención, sobre todo porque refuerza el sentido mimético de la obra, es decir, el de la creación de una realidad de ficción indubitable y absoluta. Al adentrarse en el corazón de Siberia, Alma Karla Sandoval recrea, por mencionar sólo un ejemplo, el ominoso, brutal panorama de las políticas de racionamiento de alimentos y carbón que se aplicaron en la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas.
Su dedicada tarea exploratoria también nos lleva a conocer qué y cómo transcurría la existencia en el interior de los gulags, aquellos centros de “reeducación” impuestos por el Estado soviético contra los disconformes. Un dato escalofriante que la Sandoval rescata es la manera como el régimen totalitario buscaba despersonalizar a los presos y borrar su identidad, cosa que se observa en el hecho de que sus nombres pasaban al olvido y en su lugar les asignaba números; numeración que había nacido con los gérmenes del desprecio y el odio. Stalin y su terrorífico régimen tenían claro que incluso las poetas podían representar un problema, con lo cual acallar su voz era el mejor camino:
–¡1678 y 1701, silencio! –ordenó el guardia.
El taller estaba compuesto de cuatro mesas rectangulares y muros formados por troncos de coníferas que, al no estar bien unidos, dejaban entrar el aire polar. Las prisiones permanecían ahí de nueve a diez horas con un solo descanso para beber té negro y pan o sopa. El desayuno y la cena era sólo una galleta redonda, salada, sin nutrientes.5P. 21
En la contraposición que hay entre el tema de los campos de concentración y la lírica de Marina, emerge una metáfora repetitiva (y por ende alegórica), que podría fijarse como esa perenne e inevitable lucha entre la bestialidad, ejercida desde las esferas del Estado militar, y la belleza y la sensibilidad, representadas por la poeta, sus letras y el círculo de amigos intelectuales del cual se rodeó.
La hermosura contra el terror; o Afrodita contra Leviatán. Los polos se enfrentan en una lucha desigual que termina en favor del segundo con el suicidio de Tsvétaieva, víctima de la miseria y la represión; y es que cabe recordar que sus ideas, libres de toda rienda, la convirtieron en una perseguida política. Esa condición potencia el drama que vive con el corazón hecho girones. Esto lo subrayo porque además de soportar la cacería de los furibundos perros de la seguridad stalinista, en el camino experimentó importantes pérdidas familiares: su cónyuge y una de sus hijas.
No sé cómo decirte esto, Sergéi, si no es desesperada. Y eso, amor, ya de por sí es duro. Me cuesta escribirlo porque resulta imposible que no llore, que no grite. Hoy nuestra hija Irina murió…6P. 47
Justo es decir que la novela, con la escrupulosa imitación de la realidad que posee, lleva de la mano al lector para mostrarle cómo era la Rusia de Lenin y, años antes, el imperio de los zares, en particular la última camada que produjeron los Románov y con la cual Tsvétaieva guardaba vínculos especiales.
Las pesquisas de Sandoval son aún más afortunadas porque, amén de explorar la asfixiante tiranía que supuso el aparato represor stalinista, se extiende hasta niveles telúricos, esto es, que hace una afortunada reconstrucción del entorno, ya que va de los álgidos cielos siberianos a la frondosa vegetación de sus bosques milenarios.
Pero no es sólo aquel apartado lugar del mundo donde se desarrolla la historia de Marina y Ariadna. La novela se amplía con fortuna, al modo de un pigargo gigante que despliega las alas para depositar al lector en otras latitudes: Berlín, París, Basilea.
Otra gran virtud del libro de Alma Karla es su cortedad, no de contenido, que en ello es vasto, sino de extensión temática. La escritora morelense tuvo a bien vaciar en la hoja en blanco capítulos cortos que ayudan a comprender la historia, en la que hay varios giros totalmente inesperados, con lo cual, independientemente de ser un puzzle, permite observar espirales que se desenvuelven y entrelazan de manera cinemática.
En lo personal siempre me han gustado esos juegos, basados en cierta forma en la técnica del “abismamiento”, que pretende imponer un continum en el que las situaciones se repiten, aunque con una carga de novedad que se observa crítica y delicada para los personajes.
Si ya había dicho que Marina sufrió con los zarpazos de la bestia stalinista, su hija Ariadna no lo pasó menos bien. Ella también sintió en carne propia el cortante filo del totalitarismo y siguió siendo víctima aún después de haber abandonado el gulag, donde estuvo recluida un lustro.
Pensó en pedir trabajo como profesora de idiomas, sin embargo, olvidaba que nadie que hubiera pasado por un gulag era aprobado para ese tipo de puestos, los reeducados no pueden educar.7P. 113
Una observación adicional, y por extraña que parezca, es que allende el interesante contenido histórico que compila la novela, deja un grato sabor a género policial. Tal vez se deba a ese ánimo persecutorio e incriminatorio que se sostiene de principio a fin y que logra campear y mantener el interés del lector, deseoso de conocer hasta dónde puede llegar la maldad de un sistema gubernamental, que en el fondo es la sevicia humana, para imponerse a las voces disidentes.
Por último, quiero alentar a los lectores para que acudan a la novela y se sumerjan en ella. Alma Karla Sandoval la escribió con corazón y verdad, dos elementos connaturales a los seres humanos que desean cambiar el mundo para darle un mejor rostro y evitar actos terribles, justo como los que desgarraron a Marina Tsvétaieva y Ariadna Sefron. ❧
3