La usurpación de la tierra ha sido motivo de diversos conflictos y revueltas que datan desde la conquista española, la guerra de Independencia, la Revolución mexicana, y continúan en el presente. Este texto, que fue leído en IX Congreso de los pueblos de Morelos, hace un recuento histórico del contexto de la Revolución mexicana, los ideales con los que surgió y su pertinencia en los movimientos sociales actuales en el estado de Morelos.
Angélica Ayala Galván y Livia Roxana González Ángeles
Breve recuento de la historia del despojo
Antes de la conquista española los pueblos indígenas que habitan en territorio mexicano tenían sus propias formas para distribuir la tierra. Ettore Pierri (2003:55) señala que:
Antes de la llegada de los españoles, Morelos estaba poblado por toltecas, chichimecas, tlahuicas y hacía 1437 se convirtió en una parte del poderoso imperio azteca. Entre los aztecas, la propiedad comunal era la forma predominante del sistema de tenencia de la tierra y se expresaba en el calpulli, una forma de propiedad colectiva con usufructo individual de parcelas. El calpulli era parte del altepetlalli, el conjunto de las tierras del pueblo, según la denominación azteca.
En la actualidad quedan algunos rasgos de esas formas, por ejemplo, la administración comunal del territorio y la distribución de los municipios a través de barrios. La permanencia de estas formas organizativas ha permanecido por la tenacidad de los pueblos y los enfrentamientos que afrontaron desde la llegada de los españoles, época que marca la primera etapa de desplazamientos, usurpación del territorio y control de las poblaciones, que serían percibidas como fuerza de trabajo para el enriquecimiento de la corona española. Ettore Pierri (2003: 56) expone:
Hernán Cortes conquistó Morelos en abril de 1551 luego de diez días de lucha, el emperador Carlos V concedió a Cortés señorío sobre veintiuna villas, con sus habitantes incluidos. Eso significó propiedades que en total abarcaron unos 12000 kilómetros cuadrados y autoridad sobre 23000 personas. Sólo en Cuernavaca Cortés recibió más de 4000 kilómetros. Después Cortés introdujo la caña de azúcar en Cuernavaca y en Cuautla y los cultivos empezaron a invadir los terrenos donde los indígenas sembraban su maíz.
Durante la Independencia de México, Miguel Hidalgo y José María Morelos buscaron que las tierras regresaran a los pueblos indígenas, proponían evitar que un solo particular fuera dueño de grandes extensiones de tierra. Sin embargo, al término de la guerra de Independencia, Agustín de Iturbide declara intocable el régimen de propiedad, ocasionando protestas. Patricia Muñoz Sánchez (1994) señala que en la ley Lerdo del 25 de junio de 1856 se decretó la desamortización de los bienes del clero y el fraccionamiento de los terrenos comunales o de común repartimiento, permitió que se adquirieran y se fueran conformando los latifundios durante el porfiriato. La ley Lerdo se reforzó con el artículo 27º de la constitución de 1857, que privó a las corporaciones civiles, incluyendo a las comunidades indígenas, de la capacidad de adquirir en propiedad o administrar bienes raíces.
Al inicio del porfiriato se dio continuidad a las leyes que prohibían a los pueblos originarios ocupar sus tierras, provocando inconformidad y gestando una ola de protestas que culminó con la Revolución mexicana. Patricia Muñoz (1994: 13) expone que durante el gobierno de Porfirio Díaz “el 1% de la población del país tenía en su poder el 70% de las tierras laborables y, por otro lado, en la mayoría de los estados cerca del 95% de las familias rurales no disponían de tierras laborables”. Armando Bartra (1985:13) señala que “las comunidades, que en muchos casos subsisten, están subordinadas a las necesidades laborales de la hacienda, la finca o la plantación, y hasta los trabajadores “libres” del norte son en verdad jornaleros itinerantes que dependen del pluriempleo en minas, tendido de vías férreas, pizcas, etcétera”.
Armando Bartra (1985: 17) explica que en esa época las tierras estaban a cargo de los terratenientes y hacendados “quienes concedían el pejugal a sus peones acasillados y quien proporcionaba tierras a los aparceros o arrendatarios; en la práctica era también el hacendado quien permitía que subsistieran las comunidades periféricas a su dominio, en la medida en que necesitaba su fuerza de trabajo estacional”.
En este contexto, Francisco I. Madero redacta el Plan de San Luis el 5 de octubre de 1910. En el escrito convoca a derribar al gobierno de Porfirio Díaz, quien había estado absorbiendo los recursos nacionales. Ahí se convoca al levantamiento armado del 20 de noviembre del mismo año.
A la par de estos sucesos, en el estado de Morelos los campesinos se organizan para participar en la revuelta. Emiliano Zapata se suma con un objetivo central, regresar las tierras a quienes se les habían arrebatado. Con la Revolución, el campesinado adquiere espacio político en la organización nacional.
El zapatismo se convierte en un movimiento fundamental para modificar la posición de los campesinos. En el Plan de Ayala se muestra su postura por cumplir el Plan de San Luis, donde se señala en el 1° postulado que:
El llamando Jefe de la Revolución Libertadora de México don Francisco I. Madero, no llevó a feliz término la revolución que tan gloriosamente inició con el apoyo de Dios y del pueblo, puesto que dejó en píe la mayoría de poderes gubernativos y elementos corrompidos de opresión del Gobierno dictatorial de Porfirio Díaz, que no son, ni pueden ser en manera alguna la legítima representación de la Soberanía Nacional, y que por ser acérrimos adversarios nuestros y de los principios que hasta hoy defendemos, están provocando el malestar del País y abriendo nuevas heridas al seno de la Patria para darle a beber su propia sangre… el tantas veces repetido Sr. Francisco I. Madero ha tratado de ocultar con la fuerza brutal de las bayonetas y de ahogar en sangre a los pueblos que le piden, solicitan o exigen el cumplimiento de sus promesas a la revolución llamándoles bandidos y rebeldes, condenando a una guerra de exterminio, sin conceder ni otorgar ninguna de las garantías que prescriben la razón, la justicia y la ley.
Respecto a la tierra se expone en los postulados 6°, 7°, 15°:
6.° Como parte adicional del Plan que invocamos hacemos constar: que los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques a la sombra de la tiranía y de la justicia venal entrarán en posesión de estos bienes inmuebles desde luego, los pueblos o ciudadanos que tengan sus títulos correspondientes de esas propiedades, de las cuales han sido despojados, por la mala fe de nuestros opresores, manteniendo a todo trance, con las armas en la mano, la mencionada posesión y los usurpadores que se crean con derecho a ellos, lo deducirán ante tribunales especiales que se establezcan al triunfo de la Revolución.
7.°. En virtud de que la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos mexicanos no son más dueños que del terreno que pisan sufriendo los horrores de la miseria sin poder mejorar en nada su condición social ni poder dedicarse a la industria o a la agricultura por estar monopolizados en unas cuantas manos las tierras, montes y aguas, por esta causa se expropiarán, previa indemnización de la tercera parte de esos monopolios a los poderosos propietarios de ellas, a fin de que los pueblos y ciudadanos de México obtengan ejidos, colonias, fundos legales para pueblos, o campos de sembradura o de labor, y se mejore en todo y para todo la falta de prosperidad y bienestar de los mexicanos.
15.° Mexicanos: considerad que la astucia y la mala fe de un hombre está derramando sangre de una manera escandalosa por ser incapaz para gobernar, considerado que su sistema de gobierno está aherrojando a la Patria y arrojando con la fuerza bruta de las bayonetas, nuestras instituciones; y así como nuestras armas las levantamos para elevarlo al Poder ahora las volveremos contra él por haber faltado a sus compromisos con el pueblo mexicano y haber traicionado la revolución; no somos personalistas, somos partidarios de los principios y no de los hombres.
En el Plan de Ayala se aprecian dos elementos importantes. Por una parte, el incumplimiento de las promesas realizadas por Francisco I. Madero y por otra, la reapropiación de tierras, montes y agua. El motivo de las resistencias desde la época de la conquista española, pasando por la revolución, en la actualidad y en el futuro seguirá siendo la tierra. La tierra, comprendida como una entidad viva administrada por un sistema comunal que los gobiernos fueron transformando en un capital, un recurso para el gobierno y empresas, ahora llamadas transnacionales.
Retomando la historia, se observa, según Armando Bartra (1985), que “durante el porfiriato la fuerza de trabajo rural seguía parcialmente vinculada a la tierra, pero esta vinculación estaba, cada vez más, medida por el terrateniente”. Era el hacendado quien concedía el pejugal a sus peones acasillados y quien proporcionaba tierras a los aparceros o arrendatarios, después de la Revolución el Estado adquiere el papel de los hacendados o terratenientes. El autor señala que hasta los años treinta la distribución de las tierras no sufre cambios importantes y el campesinado no recibe mucho más de lo que tenía, pero ahora su posesión ya no proviene del terrateniente sino del Estado. Entonces, surge el agrarismo como una acción política en la que el Estado ratifica su poder institucional sobre la tenencia territorial.
Es a partir de este momento que surge el ejido. Bartra explica que económicamente la función del ejido es semejante a la del pegujal o la aparcería: reproduce la fuerza de trabajo que la empresa privada sólo necesita estacionalmente.
A raíz de la aparición del ejido surge la ruptura en el movimiento revolucionario donde el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940) juega un papel muy importante al impulsar la reforma agraria, porque cambia la relación política del campesinado con el Estado, Bartra (1985: 18) expone que “al entregarse a los campesinos tierras de riego y zonas con agricultura de plantación, los ejidatarios aparecen por primera vez como productores mercantiles y no sólo como reproductores de fuerza de trabajo. El ejido deja de ser un puro reducto de la economía de subsistencia para transformarse en un sector comercial”.
Los nuevos ejidatarios dependen del Estado para su acceso a la tierra y para obtener el agua, el crédito y las vías de comercialización que su moderna producción demanda. Bartra (1985), complementa:
este nuevo ejidatario inmerso en el mercado no sólo se relaciona con el capital del Estado: en muchos casos su comprador y habilitador es el capital privado, y además tiene que competir con productores empresariales que operan en su colindancia y le disputan tierra, agua, crédito y mercado. Este campesino reformado sigue siendo un trabajador explotado, pero ahora su relación con el capital se ha complicado; para subsistir tiene que vender, comprar, endeudarse…
Una de las industrias que surge bajo el mandato de Lázaro Cárdenas son las centrales azucareras; en 1938 funda el ingenio de Zacatepec. Los habitantes de Morelos pasaron de ser campesinos a ser obreros con sueldos bajos y dependientes del acaparador y de los comerciantes con poder y capital. En este contexto de explotación surgió un nuevo revolucionario, Rubén Jaramillo.
Alicia Hernández (2010) narra que, en 1945, Jaramillo funda el Partido Agrario Obrero Morelense (PAOM) para contender por la gobernatura en el estado de Morelos. Entre 1959 y 1961 logró la destitución del gerente del ingenio azucarero de Zacatepec, respaldó varias luchas agrarias y también intentó asumir el liderazgo de la Liga de Comunidades Agrarias de Morelos. En 1962 fue ajusticiado junto con su esposa e hijos.
En los años cuarenta hay un sector de los campesinos que ven cumplidas sus demandas, pero esto tuvo consecuencias al crearse una confederación campesina formada desde el Estado y la única con reconocimiento oficial. Como protesta surge la contrarreforma agraria por parte del campesinado independiente.
Alicia Hernández (2010: 204) señala que en “la segunda mitad del siglo XX fue para Morelos una fase de diversificación económica: dejó de ser monoproductor de azúcar para dar cabida a industrias altamente mecanizadas en los ramos textil, metal, mecánico y automotriz”. Con el desarrollo industrial también se acentuó el crecimiento demográfico y el carácter urbano de la entidad. Hernández (2010) narra que en este proceso surge una burocracia proveniente del neozapatismo, y sus malos manejos, que llevaron al fracaso proyectos como fue el caso del ingenio de Zacatepec. Las tensiones se agudizaron con el minifundismo, la venta ilegal de parcelas ejidales, el fraccionamiento ilegal de tierras de cultivo destinadas a nuevos sitios residenciales y los flujos migratorios escalonados, que convirtieron la entidad en una suerte de amortiguador y un trampolín hacía la ciudad de México.
En la década de los sesenta, Morelos pasó de tener una producción campesina a ser una entidad con miras a la producción industrial. Alicia Hernández (2010: 214) narra:
En la década de 1960 la economía de Morelos dio un giro importante con la creación del primer corredor, denominado Ciudad Industrial del Valle de Cuernavaca (CIVAC), un proyecto del gobierno federal con el financiamiento del Banco Nacional de México. A este corredor le siguió el Parque Nacional en Cuautla luego el Parque Industrial de Alta Tecnología (PIAT).
Desde la década de los sesenta y hasta la actualidad, el interés de los gobiernos, de las empresas y trasnacionales ha sido explotar y apropiarse de los recursos. Como se ha visto, desde la conquista española el despojo ha estado presente en la historia de los pueblos. Las formas de apropiación han cambiado, primero a través de las armas, luego con la apropiación de los movimientos, la división y ruptura del tejido social.
El asedio no termina, la historia se repite…
Esta tierra, este mundo es nuestro.
Emiliano Zapata
Una vez expuesta la parte histórica, se hará una vinculación con la parte actual de las resistencias en el estado de Morelos. Se ha visto que a lo largo de la historia el asedio, no sólo por el territorio sino también por la cultura, ha estado presente en el estado de Morelos y en el resto del país.
El sistema capitalista devora todo a su paso, para lograr su objetivo no le importa tener que destruir pueblos, vidas, mundos. Lo que predomina es el capital y el enriquecimiento de un sector de la población. La historia nos muestra que no sólo se trata de quitar o cambiar de gobernantes para acabar con las injusticias y abusos. Hay que ir más allá, pensar que la lucha que se inició desde la llegada de los españoles no ha parado y la amenaza seguirá latente con un sistema donde los recursos no sólo son naturales sino también sociales, donde se piensa a las personas como máquinas. El panorama no es fácil, pero en este andar los pueblos y movimientos también han sabido generar sus estrategias para contrarrestar el saqueo y devastación.
En la actualidad, es fundamental recordar las resistencias, porque de ellas se sigue aprendiendo. El zapatismo como movimiento sigue siendo vigente no sólo en sus ideales, sino también en sus acontecimientos. En el Plan de Ayala se observan al menos dos frases que se pueden trasladar a la actualidad, cuando señalan que se levantarán en armas contra Francisco I. Madero por haber traicionado al movimiento, “nuestras armas las levantamos para elevarlo al Poder ahora las volveremos contra él por haber faltado a sus compromisos con el pueblo mexicano y haber traicionado la revolución; no somos personalistas, somos partidarios de los principios y no de los hombres”. Una frase que refleja el descontento de un pueblo que volcó su confianza en un individuo que traicionó los ideales y principios zapatistas.
En la actualidad la historia no es distinta, el primero de julio de 2018, en el marco de las elecciones a la presidencia de la República, se dio el voto de confianza a Andrés Manuel López Obrador, quien en el 2014 se comprometió a defender Morelos y cancelar el Proyecto Integral. Los pueblos confiaron, pero como era de esperarse sus demandas no han sido escuchadas y hasta les han desprestigiado. El pasado 10 de febrero en Cuautla, Andrés Manuel llamó a quienes por décadas han defendido la tierra “conservadores radicales de izquierda” anunciando que el proyecto de la termoeléctrica va “aunque haya gritos y sombrerazos”.
Como si estuviéramos en una regresión, parece no haber distinción entre uno y otro. Andrés Manuel llamando a los que defienden la tierra como “conservadores de izquierda”. Madero llamando a los zapatistas como “bandoleros y rebeldes”. Los sobrenombres como estrategia de desprestigio por parte del gobierno.
Los movimientos, por su parte, asumen estos adjetivos para señalar, como en su momento lo hizo Zapata: “bandido no se puede llamar a aquel que débil e imposibilitado fue despojado de su propiedad por un fuerte y poderoso, y hoy que no puede tolerar más, hace un esfuerzo sobrehumano para hacer volver a su dominio lo que antes les pertenecía. ¡Bandido se llama al despojador, no al despojado!”.1Manifiesto emitido por Emiliano Zapata en un campamento revolucionario. Diciembre 31 de 1911. A cien años de la traición al general Zapata, sus descendientes le recuerdan al gobierno que de bandoleros y rebeldes pasaron a ser conservadores, “somos conservadores del medio ambiente, de nuestra cultura y territorio. Estamos en nuestro legítimo derecho de preservar lo que de por sí es nuestro”, como lo señaló Zapata: “Esta tierra, este mundo es nuestro”.
La tierra, el agua, los usos y costumbres no están en venta para las poblaciones y es ahí donde radica la esencia de la defensa por la vida. Aún después de los embates de la modernización, la organización comunal persiste y a través de ella se generan las resistencias que perviven en la actualidad. La defensa de la tierra, tiene implicaciones sociales y culturales para la organización comunal indígena. El gobierno sabe que al desintegrar el tejido social desintegra lo más valioso que tienen los pueblos: su autonomía y organización, por eso su insistencia para adentrar el discurso y la idea de que el progreso es benéfico. A pesar de sus extenuantes intentos por exterminar a quienes protestan por las injusticias, las poblaciones resisten hasta las últimas consecuencias, porque hay algo con lo que ningún gobierno podrá, la defensa de su dignidad, de ahí la importancia de que los pueblos permanezcan unidos.
Los pueblos son sabios y saben que el progreso disfrazado de termoeléctricas, gasoductos o la industrialización no es una opción. La zona oriente de Morelos está en la mira de los gobernantes y empresarios porque conecta a la ciudad de México con Puebla, Tlaxcala y Veracruz. Al industrializar la región se complementa el Plan Puebla-Panamá, proyecto para unir el mar Pacífico y el Atlántico. Se trata de extender la ciudad a la periferia, a las zonas en que aún hay espacios y condiciones para colocar fábricas que requerirán de mano de obra barata. En este panorama ya no hay cabida para el campo.
Pero en la vida y el mundo de los pueblos, el capital es el que no tendrá cabida mientras se sigan organizando. Zapata decía: “mientras no haya justicia para el pueblo, no habrá paz para el gobierno”. El nuevo Zapata de Morelos, Samir Flores, lo reafirma:
Los pueblos no estamos dispuestos a renunciar a nuestras tierras; no estamos dispuestos a renunciar a nuestras vidas; no estamos dispuestos a renunciar al agua, al medio ambiente y al futuro de nuestros hijos y de nuestros nietos; porque la tierra no se vende. La tierra, como lo dijera el buen Zapata, es de quien la trabaja, mas no de los extranjeros, mas no de los inversionistas, mas no de los gobernantes que hoy se creen los dueños de la tierra, del agua y de nuestras vidas.
En la actualidad, las demandas zapatistas siguen vigentes, recordar la traición y el asesinato del general Zapata es una manera de tener presente que no se puede confiar en los políticos, en los empresarios, es un momento para seguir reforzando la organización, para reiterar que no se puede traicionar a quienes han dejado la vida por obtener justicia como lo hizo Samir Flores.
En su recorrido los pueblos saben que su lucha no sólo es ecológica, es por la cultura, por la identidad, por los usos y costumbres, por mantener la unión, la solidaridad, la empatía, por regresarnos un poco de humanidad. Porque quien no se indigna ante las desapariciones, la tala de árboles, la destrucción de los cerros es porque lo han ido controlando para ser ajeno ante el dolor y las injusticias, de a poco le vuelven en una máquina insensible.
Mientras logremos seguir en pie como hermanos y hermanas fieles de corazón, habrá un buen motivo para continuar hasta el último momento. Así que levantemos la cara y caminemos de frente, hagamos lo que nuestro ser indígena nos dicte, sigamos en pie, en lucha… porque ahora somos nosotros y nosotras quienes escribimos nuestra historia.
Domingo 7 de abril de 2019, Anenecuilco, Morelos ❧
Referencias
- Bartra, Armando. Los herederos de Zapata. Movimientos campesinos posrevolucionarios en México, México: Ediciones Era, 1985. Impreso.
- Hernández Chávez, Alicia. Breve historia de Morelos, Colegio de México/Fondo De Cultura Económica, 2010 (1ª edición 2002). Impreso.
- Muñoz Sánchez, Patricia. Crónica de un proceso de unificación campesina, México: Universidad Autónoma de Chapingo, 1994. Impreso.
- Pierri, Ettore. Vida, pasión y muerte de Emiliano Zapata. Mito, mentira y realidad, México: Editores Mexicanos Unidos, 2003. Impreso.