Huellas

El rayo y la memoria

5 copyFotografías de Aimée Suárez

Durante el mes de febrero y parte de marzo, la obra del artista Santiago Robles se expuso en la Galería Víctor Manuel Contreras de la UAEM. En este breve texto, el curador de la muestra reflexiona acerca de las principales ideas de El rayo y la memoria, una apuesta visual que conjunta el arte pop y la idiosincrasia mexicana.


En la historia de México, no ha habido caza que le dé alcance a la patria. Si bien en distintos momentos pintores y poetas la han vislumbrado como una mujer anhelada e insolente, bella y temida, también ha sido considerada colectividad ambigua, contradictoria y amorfa, o Virgen María, útero cósmico, maquinaria transgénica, Ixmucane, Coatlicue, calavera galante, lastimera y festiva. Pero, ante todo, la patria ha sido suelo y sustento, escenario donde, según lo consignó el escritor y político José Bernardo Couto, “los años huyen, los hombres desaparecen, la sociedades se modifican y renuevan; y del tiempo, de los actores de la escena del mundo no quedan recuerdos”, aun cuando es posible construir con unos y otros, con hombres y personajes, con hechos y ficciones, nuevos relatos que nos ofrecen noticias sobre nuestro devenir.

El relato expuesto en El rayo y la memoria por el artista Santiago Robles (Ciudad de México, 1984) hace eco de ese propósito, y en un singular ejercicio pendular entre la historia, la poesía y la pintura sale en asedio de la verdad; más de una verdad incierta, irónica y crítica que informe del estado actual de la nación mexicana. A partir de la presentación de tres actos o cuadros históricos generales, revisitados durante cinco siglos –de la fundación de México-Tenochtitlán a la consumación de la Revolución mexicana y la firma del Tratado de Libre Comercio con América del Norte–, Robles ha modelado y puesto en escena a tres personajes: El Pintor, El Poeta y, en el cruce de la mirada de ambos, La Patria. La presencia de tales protagonistas, congregados sobre un mismo suelo, a la vez concreto y simbólico, permite al artista desglosar un testimonio y un paisaje desde donde repensar el pasado, el presente y aun el futuro mexicano, en correspondencia con las formas en que lo concibieron las culturas prehispánicas por medio de códices y estelas, o semejante a la manera en que lo fijó el Muralismo promovido por José Vasconcelos e incluso del modo totalizador en que la cultura pop recrea la mitología y el imaginario locales.

Fotografías de Aimée Suárez

Sobre este horizonte, el ejercicio colectivo y multidisciplinario de Santiago Robles nos impele y cuestiona: ¿cómo podemos interpretar los mitos fundacionales de nuestra sociedad? ¿De qué manera el libre mercado condiciona lo que entendemos hoy como cultura propia? ¿De qué maneras confluyen las tradiciones y las prácticas industriales globales? En esta era de ultramestizaje, ¿cómo surgen manifestaciones de nacionalismo y etnicismo en la reafirmación de una identidad? ¿Acaso se trata de simple oposición, de múltiples tensiones entre una cultura y otra? Y en cuanto a lo que corresponde estrictamente al arte, ¿es posible reescribir y retratar la historia, los múltiples perfiles que componen nuestra identidad, nuestro imaginario? Ya Bernardo de Balbuena, hace más de cuatrocientos años, declaraba sobre esta misma tierra: “Todo es sombra tuya, ¡oh, pueblo augusto! / y si hay más que esto, aun más en ti se encierra”. Cierto, la historia patria (impecable y diamantina) es también el relato de lo agreste, de la furia, el horror, la crueldad, lo indómito. Sí, la feracidad y la fiereza de nuestra tierra: su grandeza y su amenaza. ❧

 

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