A partir de las ideas del historiador y escritor Noah Harari, Ethel Krauze diserta sobre la idea del progreso y sus vertientes de cambio más radicales. ¿Qué le ocurrirá a la sociedad, a la política, a la vida cotidiana, cuando algoritmos no conscientes pero muy inteligentes por sus datos incorporados nos conozcan mejor que nosotros mismos?
El gran dilema
Si Dios creó al ser humano, o el ser humano creó a Dios, ha sido el dilema universal. Cada cultura ha tratado de dar respuesta, de uno o de otro modo, a la gran pregunta de todos los tiempos que se desdobla en el por qué estamos aquí y el para qué, ante el hecho contundente de que, sí, pues aquí estamos.
Los mitos fundacionales de los pueblos primigenios son la base de los libros sagrados en las religiones y, más tarde, la guía para los libros seculares que nos regulan hasta el día de hoy en las cartas magnas o constituciones nacionales.
De las sociedades teológicas, pasamos a las sociedades humanistas. Del concepto de los mandamientos labrados con el dedo de Dios, derivamos a las leyes que dictan y promulgan los seres humanos. Es decir, de la idea de un “Dios” omnipresente y omnipotente, transitamos a la idea del “humano” como piedra angular, eje y paradigma. Ya no ponemos en “otro”, un ser trascendente, las respuestas a nuestras preguntas. Ahora nosotros mismos nos abrogamos el derecho de responderlas según nuestras propias visiones. Las respuestas humanas pueden distinguirse entre las que señalan la igualdad como centro, y las que señalan la libertad como objetivo.
El socialismo y el liberalismo son dos de las principales formas de humanismo en las que la modernidad se ha decantado, desde la caída de las sociedades eminentemente teocráticas. La fe queda en el terreno subjetivo-individual; y las diversas interpretaciones humanas del por qué y para qué estamos aquí se convierten en nuevas religiones “blandas” donde la figura de Dios ha pasado a escribirse con minúscula y a ser sinónimo de “humano”.
El gran cambio
En el siglo XXI parece estar gestándose el fin de los “humanismos”, lo que significa que las preguntas iniciales tienen que cambiar, y las respuestas posibles se vuelven cada vez más incontestables.
Uno de los pensadores clave de esta nueva situación iniciática es el israelí Yuval Noah Harari. Nacido en 1976, Harari es producto de la hibridación intelectual en la cual las especialidades son el cruce de fronteras entre ciencias duras, estudios de la complejidad y humanidades. La historia medieval y militar, los procesos macrohistóricos y sus tangentes con la tecnología son parte de su formación en las Universidades de Jerusalén y de Oxford. Autor de una decena de obras, es reconocido, sobre todo, por sus más recientes libros, ampliamente difundidos De animales a dioses, y Homo Deus: Breve historia del mañana.
En este último, Harari explica puntualmente el tránsito de la era teológica a la revolución humanista. El gran proyecto político, artístico y religioso de la modernidad, escribe, ha sido encontrar un sentido a la vida que no esté originado en algún gran plan cósmico. El mandamiento primario del humanismo es crear sentido para un mundo sin sentido. Así, la revolución religiosa fundamental de la modernidad no fue perder la fe en Dios; más bien, fue adquirir fe en la humanidad. Sentido y autoridad siempre van de la mano. El ser humano se vuelve su propia autoridad.
En palabras del autor, el universo exterior, que hasta entonces había estado lleno de dioses, musas, hadas y espíritus, se convirtió en un espacio vacío. El mundo interior, que hasta entonces había sido un enclave de pasiones vulgares, se hizo desmesuradamente profundo y rico. Así, el humanismo ve la vida como un proceso gradual de cambio interior, que va de la ignorancia al esclarecimiento por medio de experiencias intelectuales, emocionales y físicas. La fórmula del saber ético ya no está comandada desde afuera, sino a partir del conocimiento que es el resultado de experiencias que incluyen tres ingredientes principales: sensaciones, emociones y pensamientos.
Dueños de nosotros y de nuestros destinos, los seres humanos nos dedicamos a satisfacer nuestras necesidades a partir de nuestras visiones del mundo. No del mundo todo, sino de la parte del mundo que está a nuestro alcance, en todos sentidos. Así hemos crecido, construido, progresado.
El gran peligro
En el tren del progreso, el contacto entre humanismo y tecnología puede que esté haciendo un corto circuito de dimensiones irreparables. Estamos, parece ser, en el umbral de un cambio paradigmático en el cual nuestro propio progreso devendrá en nuestra propia desaparición como la especie que hemos sido hasta ahora.
Son cuatro las direcciones en las que va este posible precipicio:
- La intervención del genoma:
Esta ingeniería genética es ya un hecho consumado en muchas partes del planeta. Hasta ahora se ha tratado de contener dentro de los límites de una ética de la vida, una nueva modalidad llamada “bioética” en la que expertos de diversas áreas intentan construir normatividades, que aún distan mucho de estar definidas.
En el área de la salud, sobre todo, se utiliza para descubrir y tratar enfermedades como herramienta terapéutica. Pero ya ha saltado el muro a la eugenesia, en la selección de embriones in vitro para ser implantados o desechados en tratamientos de infertilidad. Ya ha saltado también en aspectos de elección del sexo y de las características fenotípicas, como el color de ojos. Estas acciones se realizan en centros de investigación y hospitales, y no hay todavía consenso en su regulación, por lo que no infringen una ley escrita.
El peligro es la utilización en laboratorio de esta biotecnología para crear humanos “a modo”, disminuyendo deficiencias, reforzando habilidades, con el fin de mejorar la especie.
Esta idea latente y aun actuante en el pasado de muchos totalitarismos, que han sido también una de las religiones “humanas”, está a flor de piel hoy en día, pues, ¿por qué no habríamos los seres humanos de usar la tecnología que hemos inventado para desterrar la enfermedad y construirnos como “superhumanos?
El problema es que, al mismo tiempo, tendremos que decidir qué es lo que consideramos desechable, rescatable y óptimo. ¿No serían las élites del poder económico quienes tendrían en sus manos estas decisiones?
Crear “superhumanos” tecnológicos, ciborgs con chips y prótesis de habilidades múltiples es, al mismo tiempo, desterrar al homo sapiens; y en el proceso, condenar a los rezagados a estar en el escalón inferior en las jerarquías del nuevo “homo”. El sapiens común y corriente al servicio del “homo deus”: el humano autoconstruido.
- La inutilidad y la desconexión del humano
Los avances tecnológicos hacen, día con día, que los humanos, en tanto que individuos, vayan perdiendo utilidad. Los sistemas digitales, que son las plataformas o los softwares que almacenan y analizan toda la información que se maneja a nivel global, cuentan con la capacidad de ofrecer resultados instantáneos para casi toda actividad humana. El algoritmo tiene la palabra.
Los humanos somos ya usados como informadores y como consumidores. Sólo una élite de poder político y económico se beneficia directamente. Pronto, los superhumanos mejorados tendrán la batuta. Ya las fuerzas de alta tecnología dirigidas por drones sin piloto y cibergusanos están sustituyendo a los ejércitos de masas del siglo XX, y los generales delegan cada vez más decisiones a los algoritmos.
- Mente sin cuerpo o conciencia de silicio
Las nuevas religiones no surgirán en cuevas del Medio Oriente, de hecho, ya están naciendo en los laboratorios de investigación. Son las tecnorreligiones que prometen salvar al mundo mediante algoritmos y genes.
Prometen lo mismo que las antiguas. felicidad, paz, prosperidad y vida eterna, inclusive. Todo, gracias a la tecnología. Hay dos clases principales de estas tecnorreligiones: el tecnohumanismo y la religión de los datos.
El tecnohumanismo del siglo XXI espera alcanzar los ideales del superhombre hitleriano de una manera pacífica y plausible, mediante la ingeniería genética, la nanotecnología y las interfaces cerebro-ordenador. El problema comienza cuando se trasciende la frontera entre el uso terapéutico de las enfermedades y su prevención, a la necesidad de “mejorar” habilidades y funciones, porque, ¿quién y cómo tomará las decisiones? ¿Cuándo y dónde estarán los límites del no retorno? ¿En qué momento nuestra especie natural, el homo sapiens, será una especie degradada frente a una élite modificada? ¿Esas “modificaciones” son mejoras para quién? ¿No podrían ser formas sofisticadísimas de control? Construir seres que vean rayos infrarrojos pero que no sueñen. ¿Todo sufrimiento es malo y debe desaparecer? ¿No es que, a través del sufrimiento, la frustración, la renuncia y la compasión, nos hemos hecho humanos?
El objetivo último del tecnohumanismo es un posthumanismo, ahí donde el cuerpo ya no sea necesario, es frágil, mortal. Extraer la conciencia y colocarla en dispositivos de silicio es la apuesta.
- El dato nuestro de cada día
Pero la religión emergente más intimidante porque es ya una realidad al alcance, es el dataísmo: no venera ni a dioses ni a hombres: adora los datos.
El dataísmo sostiene que el universo consiste en flujos de datos y el valor de cualquier fenómeno o entidad está determinado por su contribución al procesamiento de datos.
El objetivo ulterior es romper la barrera entre la naturaleza y máquina, espera que los algoritmos electrónicos acaben por descifrar los algoritmos bioquímicos y los superen.
Para Harari, la democracia y el mercado libre ganaron no porque eran “buenos”, sino porque mejoraron el sistema global de procesamiento de datos. Y agrega que cuando el llamado Internet de todas las cosas se haya logrado, el homo sapiens desaparecerá. El sistema cósmico de procesamiento de datos será como Dios, estará en todas partes y lo controlará todo, y los humanos están destinados a fusionarse con él.
- La pregunta al final
¿Qué le ocurrirá a la sociedad, a la política, a la vida cotidiana, cuando algoritmos no conscientes pero muy inteligentes por sus datos incorporados nos conozcan mejor que nosotros mismos?
Discutir sobre el Estado, las formas de convivencia hacia el Norte del Mañana, ¿será obsoleto, o en el mejor de los casos, el dato histórico de una época pasada?
Estamos en el punto de inflexión. Lo peor, y lo mejor, es que depende de nosotros, todavía. ❧
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1 Comment
Yo creo que es una inmensa inquietud que abarca demasiado el problema es y no el uso de la tecnología…es un placerleerte gracias