A una década de la publicación de su libro Muerte al Leviatán, Roberto Ochoa hace una revisión crítica de las principales ideas que lo componen, enmarcadas en la filosofía de Leopold Kohr, y partiendo del contexto actual, retoma el análisis de la figura del Estado y sus instrumentos de poder.
Para Samir
En México, particularmente en Morelos, las contradicciones están al punto de la ebullición. Los 100 años del asesinato a traición de Zapata colocan en la palestra algo más, mucho más, que la disputa por el poder. Ponen al desnudo las contradicciones del mundo moderno, contradicciones ante las cuales nadie de nosotros escapa.
Lo que está en juego es el método de organización de las sociedades modernas; la lógica del Estado y su implementación concreta, instituciones que necesitan de la organización y el armamento militar para sobrevivir. El Estado continúa y extiende su guerra contra los pueblos, las víctimas se acumulan.
Hace exactamente 10 años se publicó mi libro Muerte al Leviatán, justo en el tiempo en que la violencia soberana, la del Ejército en las calles, se extendía con vigor por todo el territorio nacional. En Muerte al Leviatán recurro a la filosofía política de Leopold Kohr, ese mismo maestro que inspiró, entre otros, a Ernst F. Schumacher a escribir su famoso libro Lo pequeño es hermoso. Quisiera hoy insistir, nuevamente, en la importancia de ese gran pensador ignorado del siglo XX. Obras como la de nuestro muy querido Iván Illich, radicado por tantos años en Cuernavaca, no pueden ser cabalmente comprendidas si no es dentro del marco filosófico propuesto por Kohr.
Kohr y algunos de los estudiosos inspirados por él, sabían que las formas que dan belleza y sentido a las relaciones sociales sólo pueden existir dentro de una escala humana. En este sentido, en sus estudios buscaban aquellas certezas que no se alejaran demasiado del sentido común de los pueblos concretos. Estaban dispuestos a ser sorprendidos no sólo por cada nuevo descubrimiento científico, sino también y sobre todo por los descubrimientos de cada comunidad a partir de sus respectivas percepciones y concepciones de la vida. Iniciaron así una tradición y disciplina de pensamiento a la que Illich llamó posteriormente “morfología social”.
La morfología social, en tanto estudio de la proporción entre tamaño y forma de los cuerpos sociales, abre una perspectiva que hasta el momento no ha sido suficientemente abordada por la filosofía política contemporánea. Dentro de ese marco, Illich desarrolló un enorme trabajo para poner en jaque a las instituciones o cuerpo sociales más característicos de la modernidad. Sin embargo, algo que resta por hacer es preguntarnos de fondo respecto a las condiciones y la esencia de una justicia que no dependa del Leviatán para existir.
Lo que ahora nos demanda urgente atención es entrar en los debates en torno al concepto de justicia. Desde que John Rawls publicó su Teoría de la Justicia, en 1971, exactamente el mismo año en que Iván Illich publicó La sociedad desescolarizada, hemos quedado profundamente confundidos respecto a lo que significa ese concepto central para cualquier teoría política. Como gran e ilustre portavoz de lo que he llamado mentalidad leviatánica, Rawls, así como sus seguidores, han hecho todo el ruido posible para que la mentalidad hegemónica de concentración del poder siga con sus discursos, provocando el aturdimiento que hoy caracteriza la vida pública y social.
Resulta imposible exponer en unas cuantas líneas la propuesta teórica en la que se sostiene el grito de Muerte al Leviatán. Realizamos aquí sólo dos trazos, que pudieran parecer aleatorios, sobre todo tomando en cuenta que la urgencia y la sensación de peligro nos obligan a ponernos de pie casi de inmediato, tras la redacción de estas primeras líneas.
El poder como instrumento
Frente al Leviatán de Thomas Hobbes, Aristóteles. Éste es el desafío que hemos planteado en Muerte al Leviatán. Lo dijo magistralmente Helen S. Lang, “si fallamos en entender la posición de Aristóteles, también fallamos en entender la historia de opciones que (en oposición a Aristóteles) nos han llevado a (…) nuestra propia circunstancia científica”1Helen S. Lang, The Order of Nature in Aristotle’s Physiscs. Place and the Elements, Cambridge University Press, N.Y., 1998, p. 9..
El proceso histórico de conformación del Estado tiene como principal matriz la concepción técnica del poder. Tal como lo consignó el historiador marxista Perry Anderson, el proceso de integración del Estado moderno corresponde con el desarrollo de lo que a posteriori se conoció como Absolutismo. La unificación de los Estados-nación europeos en la persona del príncipe sólo lo pudo dirigir el entendido de un poder ejercido instrumentalmente, es decir, como la aplicación de una fuerza desde arriba y desde afuera sobre la sociedad en su conjunto, una fuerza soberana. El principal instrumento utilizado desde entonces por el soberano, sea un Rey o Un Pueblo, es el de un aparato administrativo que busca estabilizar los intereses cambiantes y en conflicto de los distintos individuos y grupos sociales.
El concepto del Leviatán, desde su creación, tiene tres connotaciones principales: es un dios mortal en primer lugar; es también una persona artificial que representa al cuerpo político, y, por último, es un mecanismo creado por la inteligencia humana para el buen funcionamiento de la sociedad, es decir, una máquina social. Esta última contiene el significado más representativo de lo que Norberto Bobbio llama “modelo hobbesiano”, modelo llamado a convertirse, según él, en la racionalidad propia del gobierno mundial.
Así, el Estado puede representarse como el primer producto artificial de la era moderna, que de hecho llegará a ser llamada la Era de la Tecnología. Sin duda, es a partir de esa imagen del Estado como máquina que el proceso de tecnificación comienza, un proceso por el cual el Estado, al lograr la independencia frente a cualquier contenido político y cualquier creencia religiosa, se convierte en el Estado neutro, en un mecanismo de mando2Norberto Bobbio, Thomas Hobbes and the Natural Law Tradition, Trans. by Daniela Gobetti, The University of Chicago Press, Chicago and London, 1993, p. 213 (La traducción del inglés es mía)..
Thomás Hobbes es uno de los autores clave de lo que se conoce como la revolución mecanicista del pensamiento científico. Recordemos que, para la concepción aristotélica tradicional del mundo, existían cuatro causas que permitían explicar cualquier acontecimiento: las causas materiales, formales, eficientes y finales. Para Hobbes, en cambio, así como para el resto de los mecanicistas del siglo XVII, todo movimiento se produce por la acción exclusiva de causas materiales y eficientes.
Para acercarnos a la ruptura epistémica característica de los tiempos modernos, esa ruptura que hizo a Hobbes separarse de la tradición aristotélica del pensamiento para instaurar el modelo de organización social llamado Estado, escribí en mi libro un capítulo intermedio titulado “La muerte de la naturaleza como presupuesto del Leviatán”. En él describo a profundidad los axiomas científicos, para cada uno de los modelos teóricos que llevan a estos dos gigantes de la filosofía a diferir de un modo radical en cuanto a su concepción de la naturaleza. Mientras que para Aristóteles la naturaleza es en todos lados causa de orden, para Hobbes la naturaleza es causa de conflicto y guerra. Las causas sujetas a la necesidad, propias de la causalidad eficiente y prototipo de la causalidad moderna, conducen siempre al choque de los opuestos.
Por eso, para Hobbes, la dinámica propia de la naturaleza debe ser sometida por la fuerza de una racionalidad tecnológica. Se domina a la naturaleza, privándola de su vitalidad intrínseca, asesinándola en última instancia, todo debido al miedo que nosotros mismos tenemos a ser víctimas de la muerte violenta. Ésa es la esencia de la mentalidad leviatánica. La organización del Estado, que tiene como principal matriz la concepción técnica del poder, implica la muerte de la naturaleza en su pluralidad efusiva.
Lo justo: ¿unidad o armonía?
Ahora que la miseria social ya no es sólo un concepto para nosotros, sino también una vivencia cotidiana, buscar formas alternativas de reconstitución social se ha convertido en algo urgente. En estas condiciones, sólo una justicia verdadera permitirá al país transitar, del crimen como constante, hacia una auténtica regeneración social como camino de transformación humana.
El de justicia es el concepto más importante para cualquier filosofía política. Pero más allá de ser sólo un concepto, es sobre todo, tal como la entendieron Platón y Aristóteles, la corona de todas las virtudes humanas que posibilitan y hacen fructífera la vida en sociedad.
Para Aristóteles la justicia tiene dos aspectos: lo legal y lo equitativo. La justicia en sentido amplio es legalidad, pero en sentido estricto es equidad o, más perfectamente dicho, proporcionalidad. La justicia en este último sentido, en su sentido estricto, es en realidad la justicia primordial y es parte de su naturaleza rectificar la ley. Las leyes son justas sólo por accidente. Lo proporcional es lo justo por excelencia.
La palabra dikaion, lo justo, según nos lo refiere Aristóteles, invoca la idea de una división en dos partes, concepto que se expresa con el vocablo dixa. Dikaion, concluye, es “como si se dijera ‘partido en dos’ (dixaion) y el juez (dikastés) como el que parte en dos (dixastés)”. La justicia es entonces, en su sentido primordial, un balance entre dos elementos.
Lo justo, en tanto proporcional, es un justo medio entre dos extremos:
Todas las veces que los hombres disputan entre sí, recurren al juez. Ir al juez es ir a la justicia; pues el juez ideal es, por decirlo así, la justicia animada. Las partes buscan en el juez como un medio entre ellas (…). Lo justo es, pues, un medio, puesto que el juez lo es3Aristóteles, Ética Nicomaquea, 1132ª..
La justicia es el balance y el equilibrio de derechos entre partes en conflicto. Así, cuando el todo se ha dividido en dos partes proporcionales, se dice que cada quien tiene lo suyo. La injusticia, por su parte, es el exceso o el defecto de lo provechoso o de lo nocivo respectivamente.
La morfología social, con Leopold Kohr a la cabeza, es un método de estudio que se inserta en la tradición aristotélica del pensamiento que concibe a la justicia como proporcionalidad. La idea de proporción entre tamaño y forma de los cuerpos sociales no es más que la manera más sintética posible de expresar un conjunto de relaciones adecuadas y balanceadas, las cuales permiten a las fuerzas sociales en tensión fortalecer las virtudes humanas, en vez de degradar la convivencia en aras de una supuesta paz que sólo podrá llegar en el futuro, al final de un interminable recorrido llamado Progreso.
En línea con la tradición aristotélica, Leopold Kohr advierte que existen dos modos fundamentales a partir de los cuales se puede lograr el orden: la estabilidad rígida o el balance natural. El primero corresponde al mundo de los artefactos, el segundo al de la naturaleza. Las sociedades, por ser compuestas por seres vivos, pertenecen al orden de la naturaleza.
El concepto de naturaleza en Aristóteles, expresado en la palabra physis, estaba asociado a la idea de crecimiento y a lo que los seres están llamados a ser al término del mismo. Se refería a un principio dinámico, fuente y regulación de los fenómenos en los que la mano del hombre no fija los elementos. Por su parte, cosas como zapatos o sillas no crecen, sino que son hechas, y por ello no pertenecen al reino de la physis.
La estabilidad es el orden de lo estanco, de lo estándar, de lo que se fija a la norma, modelo o tipo de fabricación; es el orden de lo uniforme. Se trata de ese orden rígido que mantiene, por ejemplo, a una mesa funcionando. La estabilidad crea equilibrio al arreglar dos objetos entre sí en una relación fija y quieta –en el ejemplo, entre la pata y la tabla de la mesa–. Es un orden que en lugar de crear armonía, moldea las partes hacia la unidad. Es, por lo tanto, el orden de las cosas sin vida.
Pero la estabilidad no es, definitivamente, el orden que prevalece en el universo. Lo sería “sólo si el universo estuviera quieto, sin movimiento, sin vida”. En cambio, dice Kohr, en torno nuestro encontramos “un universo dinámico, que se mueve, que respira, un universo que se mantiene en orden no por la unidad sino por la armonía”, que basa su orden no en la estabilidad de los muertos “sino en el balance móvil de los vivos”. Los distintos cuerpos en el universo se autorregulan permanentemente gracias a un patrón incalculable de balance móvil, gracias a una armonía garbosa que no requiere dictador. Esto es lo que observamos en la naturaleza; a nuestro alrededor todo se encuentra balanceado4Roberto Ochoa, Muerte al Leviatán. Principios para una política desde la gente, editorial Jus, México, 2009, p. 300..
Todo lo que concierne a las acciones humanas, establece la tradición aristotélica retomada por Kohr, nada tiene de estable y por eso la rigidez de la ley la vuelve imperfecta. Más que estabilidad, la justicia es la constante búsqueda del balance.
La justicia en su sentido estricto no se aplica mecánicamente a partir de una abstracción legal. Cualquiera que sea la cantidad justa en la distribución de bienes y males, de beneficios y perjuicios, sólo las personas justas, con buen sentido, sabrán apreciarla y encontrarla.
Es parte de la virtud de la justicia el negarse a la adhesión a una fuerza mecánica, y en este sentido queda claro que, en el ejercicio de tal virtud, se vuelve innecesaria la existencia de un artefacto como el Estado, una máquina de ordenamiento social a partir de la estabilización, “soldadura” y unificación de los cuerpo humanos en masa.
El nuevo jefe supremo en México no nos garantiza nada, y no puede hacerlo ni debe intentarlo. La máquina del Estado ha prometido demasiado y ha fracasado siempre. Fue inventada para la estabilización de las relaciones humanas y de la paz. En cambio, nos ha dotado de las guerras más devastadoras y terribles. No tiene ya nada más que ofrecernos.
Que nunca más las cosas muertas vuelvan a apoderarse de los vivos. Es por ello que, en medio de la lucha de los pueblos, vuelve a mi voz el grito: ¡Muerte al Leviatán! ❧
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