Voces de la comunidad

Viviendo en el espectáculo

El poder se explica por medio de la televisión y, por cierto, siempre a sí mismo; no admite jamás que otro lo explique, y cuando se explica, también se siente admirado ante sí mismo, pero ¿qué propone con este verse el ombligo? Que nos conformemos con el poder, ya que la televisión nos lo presenta como algo ineludible y fatal.

ELFRIEDE JELINEK, En las tormentas de los medios

LA DICTADURA PERFECTA (2014) es la reciente película del conocido director mexicano Luis Estrada, cuyo éxito mediático se presentó con LA LEY DE HERODES (1999), cinta censurada por el gobierno en turno ya que presenta una sátira bastante acertada sobre el mundillo de la política mexicana, así como una construcción de las figuras arquetípicas de un pueblo rural en el México de los años cuarenta, durante el sexenio de Miguel Alemán, haciendo guiños o quizá bocanadas de humo sobre la situación corrupta del país al final de los noventa, en la que nada había cambiado en comparación con décadas anteriores.

En el transcurso de su trayectoria, Estrada no ha desviado la mirada del camino que desea transitar; aprovechó el boom mediático obtenido para filmar películas con tesitura de una crítica evidente, muchas veces desbordada pero siempre comprometida con quien mira. El director mexicano desea ser directo con lo que retrata, no tiene tiempo para metáforas, sólo encubre algunos nombres, maquilla situaciones o las desgarra para hacer brotar la sangre y recordar al espectador la situación nacional en la que vivimos. Adereza sus relatos con un humor negro que más bien hace llorar por la cercanía de los eventos, similar al humor de Ibargüengoitia, en el que cada carcajada compromete. No es sencillo aceptar que, probablemente, nada ha cambiado ni cambiará frente al infierno de la estructura política y social.

El inicio de La dictadura perfecta no es ajeno: en una reunión con el embajador de Estados Unidos, un plástico Sergio Mayer saca provecho de su afeite para parodiar al presidente de la República mexicana; con una pronunciación del inglés bastante burda, comenta al embajador que los mexicanos pueden hacer el trabajo que ni los negros están dispuestos a realizar. Los referentes son descifrables: se presenta a un Enrique Peña Nieto robotizado e indocto, que en el filme se mezcla con los comentarios proferidos por el expresidente Vicente Fox, una sandez más del mandatario que desemboca en un oleaje de memes cibernéticos, y el hecho se convierte en imagen viralizada: memes, videos, trending topic. Como elemento preventivo ante la mala popularidad del presidente, la televisora mexicana abre la caja china, mejor conocida como cortina de humo, que en esencia se trata de crear un acontecimiento que atrape la atención de sus televidentes, la población mexicana.

Desde la primera secuencia, la película desentraña en gran parte una de las tesis de su trama: la política es pura imagen, un espectáculo mediatizado destinado a la población mexicana con el fin de mantenerlos visualmente excitados; se trata del poder de lo estético. Dicha noción se ancla con otra tesis quizá más conocida y evidente: si la política es imagen y el poder lo ejerce aquél que maneja mejor el espectáculo, entonces la televisión, específicamente la televisora que controla el monopolio de las imágenes, es quien lo ejerce.

Televisa es el referente obvio y no acepta concesiones, se encuentra involucrada con el gobierno y su corrupción; decide aquello que debe ser consumido como verdad incuestionable. El título de la película cita un término empleado por el escritor peruano Vargas Llosa en los noventa, para referirse a una dictadura camuflada que yace en México y que se puede encontrar si uno escarba. Se podría recordar con mayor acierto a Guy Debord en La sociedad del espectáculo (1967), quien enuncia que vivimos en una sociedad de imágenes despegada de su referente real: la realidad ahora surge del espectáculo. Relacionándolo con la película, el espectáculo es obvio con la caja china, un escándalo que recae en otro escándalo; un ciclo interminable de imágenes que nos separan de lo palpable. Y aun dentro de lo supuestamente palmario, similar a las actuales elecciones, lo único que llegan a conocer los votantes es el efecto pegajoso de la contaminación visual y auditiva: políticos sonrientes, editados, al lado de imágenes de ciudadanos anónimos, despegados completamente uno del otro, pero unidos en un mismo cartel propagandístico. Las propuestas son inexistentes porque no necesitan siquiera presentarse; cual efecto retórico, lo único que importa es el eslogan, el voto comprado, el carisma del candidato, la construcción de una imagen.

Fotograma de La dictadura perfecta

En efecto, ¿qué tanto entendemos de política?, somos consumidores de imágenes y críticos de éstas. Hemos caído en la trampa visual. “La tele todo lo puede”, enuncia el gobernador Carmelo Vargas (interpretado por Damián Alcázar), personaje expuesto en su nido de corrupción por la televisora para cambiar el foco de atención. Los ojos se vuelcan ante el nuevo espectáculo elegido cual ruleta rusa, pero elaborado con la precisión de una obertura de Gioachino Rossini, composición que forma parte de la banda sonora de la película. Televisa es retratada como una empresa creadora de figuras mediáticas tanto para la presidencia como para los noticieros. Cuando el gobernador Vargas toma cartas en el asunto y contrata los servicios de la televisora para sacarlo del escollo, arrastra consigo a su Estado en una serie de eventos; un giro que lleva la trama a provincia, mero pretexto del filme para desdoblar el proceso con el cual el propio presidente ejerce el poder.

En el reparto, un frío y acartonado Tony Dalton interpreta al director del noticiero en turno; Saúl Lisazo es Javier Pérez Harris, calca del tendencioso Joaquín López-Dóriga; Alfonso Herrera es Carlos Rojo, similar al “guapito” Carlos Loret de Mola –su personaje sólo se interesa por el rating obtenido gracias a las cortinas de humo, sin importar la violencia que esto desencadene–. Carlitos evidencia el total cinismo de los medios como cómplices de los delitos más atroces del gobierno. Lo acompaña Osvaldo Benavides como reportero estrella, con quien el narco se toma una fotografía frente a los cuerpos de unos hombres colgados: paisaje naturalizado, sangre que no inmuta. Los asesinatos se han convertido en postales de viaje u objetos no visibilizados a conveniencia. Para finalizar, Joaquín Cosío es el diputado Agustín Morales, caricatura mesiánica de la oposición; es la imagen idealizada de López Obrador. Todos personajes más bien planos que evidencian la vacuidad de sus referentes. Únicamente Alcázar logra dar profundidad a su personaje, no sólo por ser un actor completamente capaz, sino también por la propia estructura del relato; su camino hacia la presidencia de México es la evolución que persigue, mientras el resto repite la fórmula de los noticieros.

Sin embargo, a la película le falta síntesis; la trama se diluye al repetir la caja china hasta la saciedad sin aportar nada nuevo. Cuando el diputado Morales es balaceado porque representa una amenaza para el gobierno de Vargas, es necesario crear una telenovela en vivo y así, nuevamente, ocultar lo sustancial. El resultado es una coreografía del secuestro de dos gemelas que refiere, de una manera quizá no tan mórbida, al caso de Paulette, la niña desaparecida. La carcajada compromete al recordarnos el descaro que tuvo la televisora y el gobierno al enredar el cuerpo de una niña fallecida para simular que sufrió asfixia accidental. En esta ocasión se multiplican los factores en una revisión minuciosa del proceso, casi pedagógica. La cinta busca llegar a las masas, a los espectadores que aún depositan su credibilidad en la televisora, para ello la trama reviste de obviedad sus argumentos y los estira para concretar que, en efecto, la televisión miente, es sumamente astuta y que, además, es cínica al respecto.

La televisora se convierte en un dispositivo de control que elabora una red de estrategias coercitivas al imaginario colectivo; elabora un conocimiento basado en el espectáculo tan peligroso que no se le puede rebatir lo fehaciente de su creación. Se ha convertido en documento y registro, en cita de apoyo, bibliografía y álbum visual de la memoria nacional. ¿Acaso no catapultaron al ahora presidente de la República? La televisora es parte de la institución que decide el futuro del país. Nos hemos convertido en imagen que se mira a sí misma y se sorprende en el espasmo; aun cuando el país sangra, nos envuelven con telenovelas, noticias ficticias y efectos placebo. La película lo deja en claro.

Aún así un par de sutilezas no vendrían mal a la historia. Probablemente, el engrane más importante que se le escapa a la película es que el propio presidente es una caja china; tanto es un distractor Peña Nieto con sus constantes equivocaciones como lo es Andrea Legarreta friendo un huevo. Ambos, especie de vedettes que retienen la atención del público con sus desvaríos y sonrisas falsas, se proyectan a la realidad, al voto, a un estilo de vida, a la cocina, al trabajo y la habitación, a las horas de comida. Y los memes, tan graciosos como inocuos, son un método catártico de risitas apagadas que se controlan a través de otros dispositivos como la web, los teléfonos celulares y demás aparatos móviles que avecinaban el supuesto espacio utópico de la revolución visual, pero que se han convertido en mera distracción, conductores del ocio en capital. Finalmente, como lo pinta La dictadura perfecta, el dinero capitaliza todo. Por más árida que se presente la idea, todo se concreta en la obtención de dinero por parte de la televisora, así como la creación de figuras que a su vez crean decretos en el sistema político para, de esta manera, seguir con la opresión.

Cartel de La dictadura perfecta

Parece que no existe escape a esta dictadura. Incluso circuló por los medios la noticia de que era una película patrocinada por Televisa, pero que al ver el resultado final decidieron retirar el apoyo económico. Es probable. Otras cintas de Estrada han sido financiadas por el Estado con el apoyo de un presupuesto que debe destinarse a la cultura y las artes; en este caso, la noticia ayuda a la mitología que atrae los ojos a una historia que busca remover la comodidad del asiento y ha logrado masificar el mensaje al profanar el habitáculo de la imagen televisada.❧

0
Lucio Ávila
Lucio Ávila
Crítico de cine y Maestro en Estudios de Arte y Literatura por la UAEM.
Leave a Comment