Visiones

La mirada crítica

Cuad0150Spacelapse De la serie DF penúltima región 2011

DIÁLOGO CON EL FOTÓGRAFO GERARDO SUTER

En un oasis verde, húmedo y colmado de vida animal, extrañamente ubicado en una parte de la ciudad de Cuernavaca donde abundan los automóviles, Gerardo Suter me recibió en su estudio para charlar sobre su perspectiva como fotógrafo, que no es distinta a la de docente. El compromiso social y sobre todo el trabajo con los estudiantes de la Facultad de Artes de la UAEM, son aspectos que se entrelazan con su práctica creativa, haciendo eco en diversos proyectos artísticos, generando a su vez ideas enfocadas en gestar desde las aulas y mediante el arte, una formación crítica para el universitario. Justamente, sobre este punto dio inicio la conversación.

HAS ESTADO DESDE LOS inicios de la Facultad de Artes y creo que eso es muy importante. El hecho de que haya continuidad en el trabajo académico es indispensable para formar un proyecto educativo firme. Empecemos por ahí, ¿cuál es tu papel en la docencia?

Cuando inicié el proyecto en la UAEM, iba más bien como docente de fotografía. Después abrimos un área nueva que tiene que ver con nuevas plataformas, en el terreno de la producción artística. Poco a poco me fui involucrando más en esta cuestión educativa. Es una extensión de mi proceso creativo, no lo puedo ver de otra manera. No puedo tener dos vidas. Aprendo muchísimo en cada clase, hablando con los chavos, viendo qué hacen, y no sólo en la parte que me toca, la fotografía, sino en todos los campos en los que he trabajado. No me interesa enseñarles cómo hacer las cosas. Me interesa enseñarles a pensar, a tener una posición crítica, a tratar de ver las cosas de otra manera. Hacer que ellos descubran que lo que están pensando es importante y cualquier duda es importante. Trabajar en un sentido crítico, ésa es la palabra. Y eso viene más en mi formación; no tanto como fotógrafo, más bien de mi licenciatura en Economía. Es decir, mi formación no está en el campo del arte, sino en la realidad dura; me eduqué dentro de la escuela marxista. Mi formación es de un rigor y aproximación a la realidad de manera crítica. Eso ha permeado el resto de mis actividades. Por eso es que también me interesa mucho que los jóvenes se formen, no solamente sabiendo utilizar las herramientas. La parte técnica la van a encontrar, pero saber contar una historia, estructurar una idea, darle contenido a lo que hacen, eso es lo más difícil, y es mi apuesta en la educación.

El primer número de Voz de la tribu habla de ese tema, el vínculo de la Universidad con la sociedad. Desde esta postura, como académico, ¿qué función tiene para ti la Universidad?

Creo que la Universidad no es una casa de cultura donde tomas talleres. Es una formación más compleja, donde tienes una responsabilidad social; en cualquier campo, hagas lo que hagas, se trata de saber cómo te vinculas a través de tu trabajo con el resto de la sociedad. Creo que el trabajo y la responsabilidad que tenemos los docentes es formar socialmente a esa gente, y lo demás viene solo.

En este sentido, considerando lo que llamas una posición crítica, ¿cuál es el papel del artista desde el punto de vista social?

Cuando se incorpora nuevamente la enseñanza artística a la Universidad –en un principio estuvo dentro, pero después quedó fuera–, lo hace con modelos muy rígidos de enseñanza, pensando en cuestiones técnicas, de un oficio nada más, como si fuera: “aprendes a dibujar, a pintar, y terminas siendo un técnico”. Este esquema existe en gran parte de las escuelas de arte… Sin embargo, la UAEM nos ha permitido ciertos cambios que han impactado en la producción artística. He estado en la facultad desde sus inicios, desde hace quince años, y he visto los cambios y todo lo que hemos logrado hacer al interior de la Facultad. El punto fundamental es que no solamente estamos enseñando a los chavos a dibujar bonito; no es una cuestión estética o de enseñarles una herramienta de trabajo que les va a servir, técnicamente, para salir adelante en la vida. No sólo eso. El arte se aproxima a la realidad de una manera distinta. El arte es contestatario. Todo artista es rebelde y contestatario. Y eso a veces está desaprovechado. A los estudiantes les gusta vincularse con la sociedad. Hace algunos años, las primeras placas del movimiento de Javier se hicieron en la Facultad. Cuando había que realizar transmisiones en directo o había que grabar, muchos estudiantes de la Facultad de Artes estaban ahí, porque sí, habían aprendido esas herramientas, tenían esa chispa, creativa, de darle salida práctica a muchas de las necesidades que los movimientos sociales tienen. El artista está sensibilizado a este tipo de prácticas, y muchas veces es el primero en reaccionar. Tiene una especie de termómetro que es distinto al que tienen otros integrantes de la sociedad. Es hipersensible y reacciona más rápido. Despertar eso creo que es lo más importante.

Retomando esta idea, entonces, ¿crees que la formación artística deba ir acompañada de una formación social?

Gran parte de la formación artística, sí. Pensar que vamos a formar artistas que sólo generen productos artísticos es erróneo. El artista no sólo produce ese objeto final (una fotografía, un libro, una escultura). No: detrás de eso está la manera en que el artista se acerca, interpreta y traduce esa realidad. No necesariamente tiene que ver con que el resultado de ese objeto final tenga una carga social o política. Pero su actitud muchas veces es política; la postura es política o social. Tampoco es que les demos clases de sociología o antropología o ciencias políticas. Pero tenemos que enseñar a ver las cosas de otra manera. De una manera crítica. También en el arte tiene que haber una enseñanza crítica de los procesos. Parece que el arte no es algo indispensable en la sociedad, yo creo que es fundamental.

Todo el mundo tiene una práctica artística. Hay prácticas que, aunque no se tenga la conciencia, son prácticas artísticas. Hechos como poner un altar en una plaza, participar en un acto público con ciertas características, muchas veces resultan ser una práctica artística. Son acciones que no están dichas en un texto ni en un manual, sino que son reacciones culturales espontáneas que están sucediendo. Creo que la responsabilidad que tenemos en las universidades y en las escuelas de arte, no sólo es sensibilizar a los estudiantes en el sentido de hacer un producto final; más bien es ver cómo el estudiante se vincula con la sociedad, independientemente del producto final, y cómo ese producto circula en la sociedad. Como te decía en un principio, es muy importante impulsar una formación crítica al interior de la actividad artística y de la sociedad.

Lo cual me hace pensar que la conciencia social de algún modo es inherente a la vocación del artista…

Yo creo que sí porque lo que uno hace, lo hace para comunicar y compartir una percepción del mundo. Y por lo general no es una postura complaciente. A diferencia de otras disciplinas, el arte no soluciona nada. El artista no busca solucionar algo, a diferencia de un sociólogo, un antropólogo o un matemático –que buscan explicar, con teorías, un fenómeno–. El arte no busca explicar nada. Un artista siempre te cuestiona. Una buena pieza artística no te soluciona la vida, te la complica. Y el artista, el verdadero artista, es el que le complica la existencia a los demás. Per se es crítico. Hay que estimular y no apagar esa postura. El artista siempre trata de ver las cosas desde otro lado.

Lo que comentas da pie a un tema del que se pueden decir muchas cosas: la subjetividad. Me recuerda una frase de Susan Sontag, quien dice que la fotografía es una manera de mirar, no es la mirada misma.

Efectivamente. Estoy de acuerdo con Sontag. El fotógrafo lo que hace es un registro. Pero su mirada no es objetiva, ésa es una gran mentira sostenida durante mucho tiempo. Es subjetiva porque yo puedo ir y fotografiar un movimiento social, por ejemplo, en Michoacán, fotografiar una plaza llena de gente y decir que esa gente estaba ahí porque Mireles no había llegado, o puedo tomar una foto donde Mireles no aparezca, porque tengo un interés en borrarlo de la memoria que podría ser una fotografía. La fotografía es altamente subjetiva; tiene una carga de subjetividad oculta, muy grande. No es lo que vemos. Vemos lo que el fotógrafo quiso que viéramos. Es tramposo este juego con la imagen. Probablemente también sucede en el cine. Pero la fotografía, al ser un fragmento de un espacio y un tiempo, no lo es todo; entonces uno puede reconstruir a partir de esa imagen, visualmente, la historia. A la subjetividad del fotógrafo y de la imagen, se suma la subjetividad del espectador.

Siempre pongo el ejemplo de una foto: durante el movimiento zapatista, un colega, Pedro Valtierra, tomó una foto que apareció en La Jornada, donde había una mujer indígena junto a un árbol, al borde la carretera, y el pie de foto decía: “Indígena desplazada”. Cuando le pregunté a Pedro qué fue lo que estaba pasando, me dijo que era una persona que esperaba el camión. Si el pie de foto te condiciona la lectura de la imagen, se pone en evidencia este carácter subjetivo de la imagen. En mi caso lo que fotografío no tiene nada de objetividad. Tiene que ver con mi forma de ver el mundo. Mi manera de editar el mundo. Es mi punto de vista que pasa a través de la cámara. Ese filtro no hace que mi mirada sea objetiva. Durante muchos años se habló de la dupla fotografía y verdad, fotografía y objetividad. Efectivamente, lo que fotografías ahí está y es objetivo en ese sentido. Sin embargo, la elección de un encuadre y no de otro, no es objetivo. Es muy tramposa la fotografía: te puede vender cualquier cosa. El compromiso de quien fotografía no es nada más estar ahí, en el momento correcto, en el lugar adecuado, sino además tener una postura. Tu ojo y tu punto de vista es el que la educación, la formación y el compromiso te están mandando. Los fotógrafos tenemos una herramienta muy potente, la imagen. Se puede justificar con ella, en aras de la verdad, cualquier cosa.

Sobre el mismo terreno de la subjetividad, pero del lado del espectador, me doy cuenta de que en varios espacios donde se difunde la fotografía, específicamente en las redes sociales, existe una especie de afinidad por imágenes impactantes, terribles. Sin embargo, algo tan natural como el desnudo, sigue ofendiendo a ciertos usuarios. Un ejemplo de esto es el caso del Facebook del Museo Nacional de Arte (MUNAL) que hace unos meses, durante la promoción de la muestra El hombre al desnudo. Dimensiones de la masculinidad a partir de 1880 –en la que de hecho participaste–, resultó afectado tras las denuncia de varios usuarios que consideraron indebidas las imagines que el museo compartió a través de su cuenta. Facebook, por su parte, suspendió el perfil (con poco más de 150 mil seguidores). El Museo tuvo que abrir otro perfil y ofrecer una disculpa. Parece una muestra clara de doble moral. No estoy diciendo que sean los mismos usuarios los que acepten una cosa y rechacen la otra. Pero sí es el mismo espacio donde sucede este fenómeno.

Gerardo Suter. Fotografía de María Suter

Definitivamente hay una doble moral en muchos sentidos. La exposición que comentas estuvo originalmente en Europa con mucho éxito. Cuando se presentó en Austria, dejaron que una vez a la semana, quien quisiera, fuera desnudo a la exposición. Y fue muy interesante el experimento. Es difícil entender esta relación con el cuerpo en otros países o en el nuestro. Por ejemplo, lo que hizo Spencer Tunick en el zócalo. Estaba abarrotado y nadie dijo nada, todo el mundo se volcó a ese espacio público. La exposición del MUNAL ha sido una de las más taquilleras en ese museo, si no es que la más taquillera. Ese fenómeno se comporta de una manera distinta en las redes sociales. Es muy curioso lo que tú planteas porque todo esto tiene que ver en el fondo con una relación de cada uno de nosotros con el cuerpo vivo y el cuerpo muerto, estéticamente bello, mutilado… en fin. Tiene que ver con una problemática del cuerpo. Y es increíble que esta sociedad haya –hayamos– permitido que se colocaran candados en algunos espacios. Este manejo del cuerpo que se ha hecho, en todos los sentidos, me parece que responde, como dices, a una doble moral, y también a lo que hemos acostumbrado a la sociedad. Se han roto muchos códigos y desconocemos cómo recuperarlos. Hoy en día resulta natural pasar por una esquina y ver un periódico con una persona decapitada sin escandalizarte; sin embargo, como dices, no toleraríamos un ser humano desnudo. Hasta dónde hemos llegado para que unas cosas nos parezcan más extrañas que otras, que son más perversas. Y no es solamente morbo. Hay algo atrás que no sé qué pueda ser, pero tiene que ver con esta descomposición. Los grabados de Goya nos impactaban a pesar de que no eran reales; provenían del imaginario de un artista. Ahora esas imágenes están rebasadas por la realidad y la propia realidad nos escandaliza menos. Y tampoco creo que se trate de insensibilidad. Al contrario, somos tan sensibles a eso que necesitamos construir algo que nos permita convivir con ese tipo de fotografías todos los días.❧

 

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Roberto Abad
Roberto Abad
Escribe cuentos. Autor de Orquesta primitiva (Fondo editorial Tierra adentro, 2015).
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