¿Cómo se relaciona el amor con los tiempos que vivimos? ¿Tiene el mismo significado ahora que hace cuarenta o cincuenta años? Violeta Pacheco analiza cómo las formas de amar y de encontrar a la persona amada han evolucionado según los contextos sociales, dando pie a nuevas vías para relacionarse.
En México, las juventudes del 68 llegaron a hablar abiertamente de amor, incluso se hablaba con mucha pasión del amor a la lucha, luego vino la fuerte represión por parte del Estado al movimiento estudiantil y, con ello, cientos de encierros de los cuerpos físicos, así como de los discursos amorosos en las luchas y movimientos sociales de los setentas. En esa década represiva eran otros sentimientos, otras pasiones las que preocupaban a las juventudes. ¿Quién hubiera sido capaz de ocuparse seriamente del amor cuando el fantasma descarnado de la muerte acechaba a las juventudes revolucionarias? Durante aquellos años el problema vital se resumía en saber y estudiar: ¿qué es la clase? ¿Para qué sirve la formación política? ¿Cómo entrenarse en la montaña? ¿Cómo obtener recursos económicos para mantener el movimiento? ¿Es la democracia mejor que el comunismo? Y un sinfín de cuestiones más, eran los dilemas de las juventudes mexicanas.
Los discursos amoroso-revolucionarios comenzaron a ocultarse cuando vino la represión estudiantil y con ello fueron perdiéndose las energías necesarias para reflexionar sobre el amor. Tanto en el matrimonio como fuera de él, las relaciones quedaron privadas del amor y fueron reducidas a un acto vacío, simple, sin crear lazos sentimentales ni espirituales.
Hoy, a cincuenta años del movimiento del 68, sabemos que en México ya no vivimos una simple represión por parte del Estado. Hoy somos un país en guerra –aunque ésta no haya sido oficialmente declarada–. De acuerdo al Índice de Paz Global 2016, tenemos más muertes por violencia que países que viven en declaradas guerras civiles como Irak con 32,000 muertes y Afganistán con 22,170. Según ese Índice, que midió el año 2015, el país más violento fue Siria mientras que México ocupó el segundo lugar con 33,000 muertes violentas.
Y como toda guerra tiene su botín para quien la gana, en la guerra que orquestó el Estado mexicano, el botín hemos sido las niñas y mujeres de este país. Hemos sido el objeto a acumular para la clase dominante en turno y sus aliados. Hemos sido las depositarias de caricias robadas y/o compradas. El político busca mujeres para satisfacer sus deseos sexuales –aunque ello lo lleve a conseguir acompañantes extranjeras que han sido víctimas de trata y las disfrazan de scorts–. El sacerdote busca niñas y niños para satisfacer su celibato –aunque ello lo lleve a conseguir monaguillos víctimas de abuso infantil–. El narcotraficante busca mujeres para las fiestas del cartel –aunque ello lo lleve a violar mujeres jóvenes víctimas de desaparición–. El militar, policía y sicario son parte de redes de trata que reclutan a diario niñas y mujeres jóvenes para diversas formas de esclavitud; la prostitución es sólo una de ellas.
Por tanto, es de admirarse que en el territorio mexicano, con su guerra no declarada por el Estado, una guerra contra la sociedad civil y principalmente contra sus juventudes como principal blanco, haya cabida para reflexionar sobre el amor.
Un poco de historia
Según la teoría marxista, la historia de la humanidad se divide en los distintos modos de producción material y de reproducción de la vida. Por un lado, la producción son las formas de transformar la naturaleza para producir alimentos, vestimenta, vivienda, etcétera, así como las herramientas para producir todo eso, y por el otro lado, están las relaciones humanas en esa forma de producir, así como la reproducción misma de la especie humana. Esta teoría explica también cómo es que el ser humano, al organizarse para modificar la naturaleza y producir cosas, va transformándose también a sí mismo y al resto de relaciones que tiene1Marx y Engels, 1987, p. 19..
La primera forma de producción es la tribu, donde la mayor virtud humana era el amor determinado por los vínculos de la sangre en el lecho de la organización familiar que se tenía siempre al interior de una tribu, nunca con otras tribus.
Con los años siguientes, surgió la producción comunal, que fue el resultado de la fusión de diversas tribus para formar una ciudad. Ya en la ciudad, nació una especie de amor-amistad entre dos personas que no eran familia pero vivían en una misma tribu, lo que tuvo una importancia trascendental para la colectividad, que logró con el factor social de la amistad pasar de la fase de la organización puramente amorosa-familiar a una organización más compleja.
Luego vino la producción feudal o por estamentos, donde el matrimonio consistía en el estricto cumplimiento de los intereses de las familias nobles y sus tradiciones, separadas del amor. No era conveniente para el hombre –porque la mujer no tenía elección– anteponer su amor verdadero, su pasión, a los intereses de su familia, puesto que si rompía las normas establecidas se le consideraba como un paria y era segregado por la sociedad de su tiempo. En esta época el amor como una pasión era diferente al matrimonio.
En la forma de producción capitalista, cimentada sobre el individualismo, ya no hay sitio para el amor hacia otro ser. La sociedad capitalista inicial consideraba al amor como una debilidad del espíritu completamente inútil y hasta nocivo.
Lutero, el reformador religioso, y todos los pensadores del Renacimiento (siglo XV) y la Reforma (siglo XVI), comprendieron la fuerza social del amor y se dieron cuenta de que para que la familia quedase económicamente unida, era necesaria una íntima unión de la palabra amor; es así que fusionaron el amor carnal y el amor psíquico, como el nuevo ideal moral de amor dando inicio al concepto del amor como equivalente al de matrimonio.
La Iglesia fomentaba desde sus orígenes la palabra amor y, al mismo tiempo, patrocinaba las relaciones violentas entre los sexos. Un ejemplo es cuando los hombres quieren tener relaciones sexuales y las mujeres no quieren, son violadas. Los hombres son perdonados y las mujeres violadas son castigadas por no permitir que el matrimonio se consume mediante el sexo. Y todo esto sucedía en nombre del amor, pero se equivocaban: amor y violencia no puede coexistir, tal como lo afirma la escritora feminista bell hooks (en minúsculas, como ella se nombraba), quien dio palabras al amor en su texto Claridad, señalando que la violencia es totalmente opuesta al amor. (hooks, 2000, p. 3-14)
Amor versus poliamor
Anteriormente, era común escuchar la palabra poligamia para referirse a una forma de matrimonio con una base religiosa y una normatividad preestablecida, y no sólo a relaciones sexuales de un hombre con varias mujeres, o de una mujer con varios hombres. La poligamia no necesariamente se vive un amor, aunque sí se buscan sexualmente los cuerpos; ha sido condenada por la Iglesia y permitida ancestralmente en el Islam –aunque sólo en los hombres–.
Los argumentos de la Iglesia para condenar la poligamia, tienen que ver con la comunión que lleva el matrimonio de amar a una persona espiritual y físicamente, hasta que la muerte los separe. Cuando el hombre o la mujer se alejan de dicho pacto, entran en pecado y ese pecado es de carácter mortal. En el Islam es permitida la poligamia siempre y cuando el hombre tenga dinero suficiente para mantener y/o comprar a cada una de las mujeres con las que está. En las mujeres la poligamia no es permitida, de hecho es un acto mal visto para la religión y para la sociedad islámica.
Del 2010 a la fecha, se escucha con mayor frecuencia el término poliamor para referirse al acto de amar a una mujer u hombre por su espíritu cuando sus pensamientos, deseos y aspiraciones entran en armonía, y al mismo tiempo poder sentir atracción física por otra persona. Además, con el poliamor no sólo se habla de un amor pasional lleno de ternura, apoyo y comprensión de varios hombres y/o de varias mujeres al mismo tiempo, sino que se complementa en muchas ocasiones con la práctica de relaciones sexuales.
La semejanza entre la poligamia y el poliamor es que participan más de dos personas, mientras que las diferencias son que la poligamia busca relaciones más duraderas de tipo matrimonial y no sucede necesariamente en el poliamor. En el poliamor, la relación es definida y consentida por todas las personas involucradas más que por normas religiosas y sociales como sucede con la poligamia.
El amor puede tener varios significados. Existe un concepto romántico en los diccionarios; desde la Iglesia es visto como un sentimiento, para los griegos existe una tipología de cuatro subconceptos filosóficos, y la psicología del amor nos habla de reacciones químicas en el cerebro humano. Así, cada época y nación ha ido dando al amor sus propias definiciones, pero no existe un concepto universal del amor. ¿Corresponde ahora dotar de nuevos significados al amor para poder amar?
Amor versus violencia
Para ir resignificando al amor, M. Scott Peck nos regala en su libro Un camino sin huellas, publicado por primera vez en 1978, esta definición: “El amor es la voluntad de extender nuestro yo con el propósito de alimentar el crecimiento espiritual propio y el de otra persona. El amor es lo que el amor hace. El amor es un acto de la voluntad –es decir, a la vez una intención y una acción–. La voluntad también implica elegir. No estamos obligados a amar. Elegimos amar”2Peck, 1996..
Esta definición de amor implica resignificarlo para pensarlo no como un sentimiento, sino como un acto que implica una elección y con ello una responsabilidad. Rompe con la historia del sentimiento del amor y con el discurso de que no podemos controlar nuestros sentimientos, como si las personas simplemente nos enamoráramos sin ejercer ninguna elección ni voluntad –o al menos eso es lo que la cultura patriarcal ha querido perpetuar–.
Si continuamos viendo al amor como un sentimiento, estaríamos validando los feminicidios llamados crímenes pasionales, en los que se afirma que un hombre mató a una mujer porque la amaba, porque sentía amor por ella y a causa de un momento de ira, rabia y celos, la mató. No, el amor es lo que el amor hace y si alguien comete un crimen no habrá sido por amor, quizá fue por miedo y odio. Se mata en el nombre del amor, pero habría que recordar las palabras de bell hooks: no pueden coexistir amor y violencia. De hecho ella misma narra:
“Oímos de hombres que pegan a sus hijos y a su mujer y luego se van al bar de la esquina y proclaman apasionadamente cuánto las aman. Si hablas con sus esposas en un día bueno, puede que ellas insistan en que sus maridos las aman a pesar de la violencia. Una abrumadora mayoría de nosotros provenimos de familias disfuncionales en las que se nos enseñó que no éramos del todo satisfactorias, en las cuales se nos humillaba, se abusaba de nosotros verbal o físicamente, se nos descuidaba emocionalmente y al tiempo se nos enseñaba a creer que éramos amados. Para la mayoría de la gente, es demasiado aterrador asumir una definición del amor que ya no le permita ver amor en su familia. Muchos de nosotros necesitamos aferrarnos a una noción del amor que haga el abuso aceptable o, al menos, que haga que lo que nos ha pasado no parezca tan malo”3Hooks, 2000, p. 6..
En México, la guerra tiene por blanco a las juventudes y pone mayor énfasis cuando las víctimas son mujeres. En 2016, la estadística calculaba 7 feminicidios por día, y para el primer semestre del 2018, según cifras oficiales del secretario ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, existen 1,701 carpetas de “homicidios dolosos” de mujeres en que el crimen organizado estuvo involucrado; es decir, de feminicidios no tipificados como tales por el Estado mexicano.
Tomando como referencia los 1,701 feminicidios en los primeros seis meses del año en curso, la estadística ha aumentado: ya no son 7 sino 9 los feminicidios diarios. En los feminicidios está involucrado el crimen organizado y la omisión y/o simulación del Estado mexicano lo pone como el orquestador de tales crímenes, que son mejor dicho víctimas de guerra.
La mayoría de las víctimas son mujeres jóvenes en edad productiva y reproductiva; lo mismo pasa con sus victimarios: son en su mayoría hombres jóvenes. Estamos ante la presencia de hombres jóvenes matando mujeres jóvenes, juventudes matando juventudes, matando los cuerpos físicos y también el símbolo que representan, matando los sueños y las esperanzas del presente e incluso de futuro.
Desde aquel 11 de diciembre de 2006, cuando el ahora expresidente Felipe Calderón declaró una “guerra contra el narcotráfico”, el Estado mexicano ha causado una carnicería contra la sociedad civil en la que los mayores blancos hemos sido las juventudes, olvidando con ello el factor del bono demográfico, es decir, ese fenómeno en el que la población en edad de trabajar es mayor que la dependiente (niñas, niños, adultas y adultos mayores), y por tanto, el potencial productivo de la economía tendría que ser mayor.
El Estado mexicano no ha aprovechado plenamente el bono demográfico con el que cuenta en este momento histórico para desarrollar el capital humano y potenciar así el crecimiento de la nación o lo que Philippe Le Billon llama economía de guerra “sistema de la producción, movilización y asignación de recursos para sostener la violencia”4Le Billon, 2001, p. 354.. En el caso de México, los principios económicos de guerra no van contra el narcotráfico, si no en alianza con el crimen organizado, lo que permite que la guerra y la militarización se perpetúen aún con el cambio partidario del gobierno entrante. Recordemos tan sólo el caso –que aún continua impune– de la desaparición forzada de los 43 jóvenes normalistas de Ayotzinapa, quienes fueron desaparecidos por acción, omisión y/o simulación de policías de los tres niveles de gobierno, militares y grupos del crimen organizado.
Amor y espiritualidad
Hoy podemos apreciar algunas transformaciones en el campo de la música, la escritura, el teatro y en la vida espiritual y artística de la humanidad. Sin embargo, mientras más se agudiza la lucha ideológica, prevalecen en la humanidad “problemas” cada vez mayores, uno de ellos es el que tiene que ver con el amor y que de cierta forma no se ha podido “resolver”. Esto es porque en sus intentos de “solución” han estado inmersos la clase, el género, la raza, la heteronorma y el adultocentrismo, o dicho de otra forma, la cultura patriarcal.
Recordemos que la caballería exigía a todos sus miembros la práctica de elevadas virtudes de carácter exclusivamente personal. Estas virtudes, además de las del dominio militar, eran la valentía, la intrepidez, la bravura, el coraje, etc. No era la organización del ejército la que determinaba la victoria en el campo de batalla, sino las cualidades individuales de los combatientes. Un caballero enamorado podía ser un héroe en las batallas; si su pasión era por una mujer, podía triunfar más fácilmente en los combates y sabía sacrificar sin temores su vida en nombre de su amada. El caballero enamorado obraba impulsado por el deseo de sobresalir para conquistar de este modo a la elegida de su corazón. Lo común era que la mujer elegida por un caballero tuviera una posición inaccesible para él; podía ser la esposa del señor feudal o hasta la reina misma. Ese ideal inaccesible se reflejaba en el amor que impulsaba al hombre a llevar a cabo hazañas heroicas dignas de las mayores virtudes.
En la época de las damas y los caballeros nos habrían dicho que eso era el amor, aunque siguiendo la definición de Peck, no hay un esbozo de amor en este asunto de caballeros. El hombre y la mujer enamorados pueden, en determinados casos y con la ayuda de determinadas circunstancias, realizar hechos que no podrían hacer en otra disposición de espíritu. Hay aquí la elección de realizar combates y grandes proezas, no un propósito de alimentar el crecimiento espiritual del caballero ni el de la otra persona.
Hay personas que eligen estar con alguien más, que expresan su voluntad de amor por otra persona, sólo que olvidan o deciden no adentrarse en el crecimiento espiritual mutuo, porque a veces relacionan lo espiritual a un sentido religioso, aunque no siempre tienen esa asociación; también se puede tener un trabajo espiritual y amar alejada de la religión.
Además del trabajo espiritual, se requiere comenzar una labor sumamente compleja, comprender todo lo creado, todo lo adquirido, todo lo conquistado por las luchas y movimientos de las juventudes de otras décadas. Las nuevas juventudes mexicanas, creadoras de las nuevas formas de vida, estamos obligadas a sacar una enseñanza de todo fenómeno social y psíquico que nos precede, como es el amor. Debemos comprender, asimilar, apropiarnos y transformar al amor en un arma más para la defensa nuestros pueblos y comunidades. Únicamente bajo la bandera del amor, podrá la humanidad seguir con vida y vencer para crear una nueva forma de ser humanidad.
Amor como factor social: un asunto político y no de orden privado
En las luchas contemporáneas que aspiran a ganar se observa un interés en lo que se refiere al amor. Las y los militantes que hace algún tiempo no leían más que libros de formación política, ahora leen libros de referencia al amor y amor al pueblo.
Ninguna persona puede entregarse por completo a la lucha sin detenerse a pensar en el amor. El amor, despreciado durante años, reaparece siempre y reclama sus derechos, se atreve a salir de nuevo. Las luchas, vividas sin amor, acumulan un excedente de energía y éste busca su salida en un éxtasis amoroso con una intensidad y pasión medida por la soledad que precedió en sus luchas.
Hemos llegado al momento de reconocer que el amor no es sólo un poderoso factor de la naturaleza biológica, sino también un factor de transformación social, aunque la Iglesia se empeñe en convertirlo en un asunto de orden privado, meramente matrimonial entre dos personas, sean o no del mismo sexo; la Iglesia sabe cómo encadenar el amor a sus normas morales para que cumpla sus intereses. El amor es, por tanto, un asunto político, un tema de carácter público, y cuando se trata de las mujeres es doblemente político; primero porque se atreven a amar y segundo porque se dan el lujo de rechazar como figura del amor a un hombre y tienen la valentía de amar a otras mujeres.
El amor en tiempos de guerra puede ser un elemento creador; es decir, un elemento productor, innovador, inventor lleno de energías, sueños y esperanzas –similar a un caballero enamorado que podía ser un héroe en las batallas; si su pasión era una mujer–, del que pueden obtenerse beneficios a favor de la colectividad, lo mismo que de cualquier otro fenómeno de carácter social y psíquico. El amor no puede ser un asunto privado que interese solamente a dos corazones aislados, por el contrario, supone un principio de unión invaluable para que la colectividad alcance su desarrollo histórico, basado en la premisa del amor al prójimo, del amor al pueblo, del amor al otro.
El capitalismo reinante ha inculcado durante siglos, la idea de que el amor debe estar fundamentado en un principio de propiedad, de que el amor otorga el derecho de poseer enteramente el cuerpo amado. Este principio de exclusividad se institucionaliza en el matrimonio y se enraíza en el cerebro de los hombres que violan y matan a las mujeres, porque creen que les pertenecemos, que somos sus mujeres.
Con la bandera del amor –no como concepto sino como acto, ejercicio o práctica–, la voluntad del crecimiento espiritual del otro, del prójimo, del pueblo, puede triunfar sobre el individualismo y el egoísmo reinante y con ello el deseo egoísta de unirse (o amar) para siempre a un único ser.
Para que el amor triunfe hay que potenciarlo más allá de los besos, abrazos, caricias y cuidados, con voluntad y actos en la práctica encaminados al crecimiento del espíritu. En los tiempos de guerra en que vivimos, el amor puede ser nuestra arma de defensa para ir construyendo otros caminos
El reconocimiento de derechos mutuos, la horizontalidad, el compromiso, la confianza, los cuidados, la responsabilidad, la escucha, el respeto, el apoyo mutuo y la unidad común, la comunidad, de las personas, son algunos de los factores propios del amor que propician el desarrollo del espíritu. Entonces, cuanto más numerosos son los hilos tendidos entre las almas, las inteligencias y los corazones, más sólido es el espíritu y con más facilidad puede realizarse el ideal de crear una nueva humanidad, amorosa y sin guerra. ❧
Referencias
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Redacción. (2018). México, al nivel de Siria, Irak y Afganistán en muertes por conflicto interno: Índice de Paz. Aristegui Noticias, 5 de noviembre de 2018. Sitio web: https://aristeguinoticias.com/3008/mexico/mexico-al-nivel-de-siria-irak-y-afganistan-en-muertes-por-conflicto-interno-indice-de-paz/
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Marx, Carl y Engels, Federico. (1987). La ideología alemana. México: Editorial Grijalbo
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hooks, bell. (2000). Claridad: dar palabras al amor. Londres: The Women’s Press. Traducción al castellano de Virginia Villaplana Ruiz
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Peck, Scott. (1996). Un camino sin huellas: la nueva psicología del amor. Madrid: Salamandra
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Le Billon, Phillipe. (2001). (en inglés) The Political Ecology of War, Natural Resources and Armed Conflicts. Vol.5. en International Political Economy. Los Angeles: SAGE Publications
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