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Amor romántico en tiempos de feminicidio

29662999572_3200e2e25d_hFotografía de Oscar Andrés Pardo Vélez

Entrevista a Karina Vergara

En la cultura occidental, la idea del amor romántico ha desvirtuado la realidad para perpetuar ciertas prácticas y modelos de relaciones. En la actualidad, dice Karina Vergara, es fundacional para las expresiones de las distintas formas de violencias, construidas en nombre del amor, incluso hasta llegar al feminicidio.  


El amor romántico, tanto en la pornografía como en la vida, constituye la celebración mítica de la anulación de la mujer. Para una mujer, el amor se define como el deseo a someterse a su propia aniquilación. La prueba del amor es que está dispuesta a ser destruida por aquel que ama, por el bien de él. Para la mujer, el amor siempre implica el autosacrificio, el sacrificio de su identidad, de su voluntad y de la integridad de su cuerpo a fin de satisfacer y redimir la masculinidad de su amante.

Andrea Dworkin

Este texto está dedicado a todas las mujeres que han sido asesinadas por sus parejas sentimentales y, en especial, a Irinea Buendía, madre de Mariana Lima, quien en su búsqueda de justicia frente al feminicidio de su hija, logró que la Suprema Corte de Justicia de la Nación ordenara a las autoridades judiciales investigar con perspectiva de género el crimen de mujeres que, por la naturaleza del mismo, tuviera que ver con un feminicidio.

La estrecha relación entre la idea del amor romántico, la violencia y la posesión, como bien lo explica Patricia Bedolla: habita ahí, en la posesión, en no permitir la libertad; las mujeres debemos estar en casa sirviendo al patrón al pater familias; no podemos aspirar a nada, no podemos cambiar de pareja o tener a alguien más. Somos de ellos, y romper esta construcción desde ese punto de vista merece cualquier castigo, incluida la muerte.

Bajo esta lógica podemos notar que el amor romántico diseñó y fortaleció una serie de creencias y mitos nos educó bajo una pena de castigo social, para sacrificar enormes dosis de nuestra libertad y autonomía a cambio de encajar en un molde que no sólo no es equitativo, sino que se vuelve el espacio donde habitan todas las expresiones de las violencias, ejercidas en nombre de ese amor.

En la actualidad la idea de ese amor es fundacional para las expresiones de las distintas formas de violencias, construidas en nombre del amor, hasta llegar incluso al feminicidio. En Latinoamérica y particularmente en México el setenta por ciento de los feminicidios son cometidos por hombres que mantenían, deseaban o tuvieron un lazo “amoroso” con las mujeres asesinadas. Las expresiones de este tipo de amor están estrechamente relacionadas con los ejercicios de control: nos han enseñado que la violencia es una demostración de afecto. A las mujeres nos ha costado la vida desmontar estas ideas, pasar de ser objetos que le pertenecen al otro a ser sujetas de derechos con libertad de renunciar o irse de una relación que nos violenta en la que podemos perder la vida.

Rosario Castellanos en su escrito “La mujer y su imagen”, nos dice que a lo largo de la Historia, entendida como el archivo de los hechos cumplidos por el hombre, todo lo que queda fuera pertenece al reino de la conjetura, de la fabula, de la leyenda de la mentira. Se ha construido a la mujer más como un fenómeno de la naturaleza que un componente de la sociedad, como una criatura humana, un mito. Así la mujer, a lo largo de los siglos, nos dice Castellanos, ha sido elevada al altar de las deidades y ha aspirado el incienso de los devotos, claro, cuando no se le encierra en el gineceo, en el harén a compartir con sus semejantes el yugo de la esclavitud; cuando no se le confina en el patio de las impuras; cuando no se le marca con el sello de las prostitutas; cuando no se le doblega con el fardo de la servidumbre; cuando no se le expulsa de la congregación religiosa, del ágora, de la política, de la vida de conocimiento y las ideas.

La construcción y sustento de la idea del amor romántico, ese amor que constituye la celebración implícita de la anulación de una para otro, nos ha llevado a lo largo de la historia a ser las eternas Ifigenias, sacrificadas, una y otra vez en los altares patriarcales.

Cuando las feministas decidimos criticar al amor romántico nunca faltan los románticos, sumamente molestos, por la idea de ser despojados del motivo de sus poesías, serenatas y batallas contra molinos de viento en nombre del amor; me da la impresión de que se arman así mismos como caballeros sobre sus caballos blancos y tratan de rescatar a las princesas de las malvadas brujas que queremos arrancarles del corazón la noción del amor romántico. Sin embargo lo que estamos diciendo es mucho más profundo y serio que una defensa a ultranza de la idea del amor literario, estamos haciendo un análisis estructural y político de cómo la idea del amor ha construido las sociedades occidentalizadas en las que hoy habitamos

Con esta declaratoria comenzó la entrevista entre la que esto escribe y Patricia Karina Vergara Sánchez, mexicana, feminista, periodista y profesora. Mujer revolucionaria, orgullosa de sí misma, de su lucha, de su orientación sexual y su raza, y quien sin duda es un referente en la construcción del pensamiento feminista.

¿De dónde nos llegó el amor romántico; por qué ha puesto en el imaginario colectivo que la violencia y la desigualdad son casi un sinónimo de este amor romantizado?

Cuando hablamos del amor romántico, hablamos de una construcción social que desde hace unos cuatro o cinco siglos viene sirviendo para edulcorar las relaciones de apropiación del cuerpo de las mujeres para labores domésticas de cuidado y crianza, y que, además, sean adornadas con la cintilla rosa de que todo ello lo hacemos por amor. Y por amor, el amor romántico, los hombres se convierten en el caballero del cuento –según los recursos a su alcance– el proveedor y rescatador de la princesa. Y, por amor, la princesa –según los recursos a su alcance– se “entrega”, se “sacrifica” y “luchará” por ese amor. Por amor se renuncia, por amor se espera, el amor todo lo puede. Por amor, las mujeres vemos a otras como posibles rivales –incluso a la suegra y a la cuñada– no nos aliamos, disputamos por quién habrá de ser la elegida, la más querida, la preferida, aunque sea simbólicamente, aunque el varón no esté presente.

El amor romántico es la construcción de las mujeres en la competencia, en la enemistad, el sujeto que busca ser “la deseada”. La princesa elegida y rescatada de las fauces del dragón. Ese amor, así, tiene a las mujeres sometidas al cuento de la heterosexualidad obligatoria y al sueño de corresponder al príncipe azul para siempre. Ese es el amor romántico que las feministas y lesbofeministas criticamos.

¿De qué manera el amor romántico abonó a la estructura de las relaciones heteronormadas y heterosexuales?

El amor romántico no es un fenómeno que ha existido siempre, no es un sentimiento natural e innato a la humanidad. El amor romántico, es decir, el amor de pareja, el deseo de vivir en pareja, fue construido bastante tarde en realidad, en el siglo XVII con la idea de los caballeros (por eso usaba esa imagen al inicio) y las damiselas en peligro que había que rescatar. Esta construcción romántica del amor funcionó bastante bien para legitimar los acuerdos económicos que ya se venían haciendo al unir a hombres y mujeres para garantizar riqueza de naciones, de feudos, los intereses económicos de los dueños de la tierra que casaban a sus hijos e hijas o que unían a los siervos que les interesaba, etc. Lo único que hizo el amor romántico fue legitimar y edulcorar esas negociaciones que ya existían.

Fotografía de La muerte sale por el oriente

El ideal occidental del que somos herederas, ha fundado la idea de lo femenino ante la rendición del amor, un amor que representa una serie de constantes que se manifiestan a lo largo de los siglos, como bien lo ha señalado Castellanos en diversos escritos, y que nos dicen que la mujer se define por su capacidad de amar y entregarse al amor, por su pureza prenupcial, por su fidelidad al marido, por su devoción a los hijos, por las labores en la casa, por su cuidado a los otros; en nombre del amor la imagen de la mujer parece estar definida por la eterna renuncia frente al otro, y todo, claro en nombre del amor.

El amor como opio de las mujeres, diría Kate Millet. Las rosas, los nombres de pastel o la cena a la luz de las velas no son el amor romántico, aunque le sirven muy bien de parafernalia al amor romántico. Las rosas no son las culpables de la manipulación, pero además de ser una industria muy provechosa, cuánto sirven, por ejemplo, para “marcar territorio” al mandarle rosas a una mujer en su espacio laboral, cuánto sirven para hacerse perdonar, cuánto para simbolizar ese amor de renuncia.

El nombre de pastel, los nombres privados, puede bien ser un juego, pero cuando llama en diminutivo, cuando es posesivo y monogámico, cuando infantiliza, ¿qué tipo de subjetividad dentro de las relaciones va construyendo?

Las velas y la cena sazonada no son el problema en sí, si no lo que se construye alrededor del cliché, la expectativa, la exigencia, el chantaje o la obligatoriedad de responder de tal o cual manera a la luz de esa vela. El viaje, la noche estrellada, la tarde en el parque o la herencia y las cuentas de banco a nombre del beneficiario, no son el amor romántico, pero sí algunas de las posibles herramientas de control que le sirven bastante bien.

¿Entones el amor romántico tiene que ver con todo menos con el ejercicio de amar, entendido “el amor” como un acto en libertad y autonomía?

Nos tiene que quedar claro que el amor romántico es una herencia histórica pre-sociedades industriales, pero que las sociedades industriales retomaron bastante bien, porque sirve para la organización de la vida en pareja, en las sociedades industriales, así alguien era enviado al mercado de producción y alguien era obligada a sostener el espacio de reproducción, es decir, donde se criaban a los hijos, donde se lavaban los platos, donde se hervían los calzones para desinfectarlos y donde los alimentos se convertían en combustible para mantener el sistema de producción independientemente de que hombres, mujeres y niños en los primeros años de la sociedad industrial fueran enviados al mercado laboral. La idea del amor romántico permitió que en los cuerpos de las mujeres se depositara el trabajo reproductivo para sostener la fuerza productiva

El amor romántico sirvió para construir y afianzar estas relaciones, porque, de otro modo, ¿quién lavaría tanto calzón, quién limpiaría los mocos y el vómito, quién se haría cargo de los cuidados, de toda la limpieza y del trabajo escatológico que implica sostener la vida reproductiva para la vida productiva? Si no nos convencían profundamente desde la idea del amor romántico, no lo haríamos, entonces el amor romántico sirvió y sirve para sostener estas relaciones de producción.

Me interesa señalar particularmente el amor romántico y el heterosexual… A las mujeres se nos construye desde la heterosexualidad como única opción y posibilidad de vida, es decir, al servicio del príncipe azul.

¿El amor romántico nos adoctrinó para amar o para servir al otro?            

El uso de esta construcción, lo que genera, no son relaciones amorosas, son relaciones de poder, de desigualdad y vulnerabilidad. No es lo mismo ser el dueño del salario que la dueña del guisado, y en esta dimensión de desigualdad de relaciones también se genera desigualdad en relaciones de poder; quién tiene el dinero, quién toma las decisiones, quién va al mundo de lo público, quién se sigue quedando en el mundo de lo privado, a quién se le exige ser el proveedor valiente, fuerte y exitoso, y a quién se le exige ser la cuidadora. Lo que las feministas estamos tratando de hacer es darle la vuelta a la cultura porque esa creación de amor romántico es un adoctrinamiento cultural a la servidumbre.

Cuando nosotras decimos que hay que criticar el amor romántico estamos diciendo que hay que criticar ese lastre que nos condena a vivir en nombre del amor sacrificando, renunciando y sirviendo, que en conclusión significa poner a las mujeres en un lugar de vulnerabilidad física, económica, social y política. Tiene que quedarnos clarísimo que este análisis es sólo en nuestras sociedades occidentalizadas; otras sociedades no tienen esta ridícula idea del amor romántico, sino que desarrollan la idea de la necesidad económica de las alianzas o de la necesidad económica para la crianza de los pequeños y las pequeñas de la comunidad, o para los deberes. El trabajo en comunidades es algo que les sorprende. Vale la pena analizar constantemente los procesos de otras vidas y otras formas no occidentalizadas que no se sostienen del amor romántico, esto lo menciono solamente para dejar en claro que el amor de pareja tal como lo vivimos en esta sociedad, no es un asunto que venga en nuestra piel o en nuestro ADN, o que sea un rayo iluminador como los románticos defensores del amor se imaginan; es un asunto político, económico y social que hemos construido, una construcción sociocultural. De eso se trata: de mantenernos con vida y de que esa vida tenga otra calidad; de que las relaciones entre seres humanos tengan otras dimensiones que no sean las del servicio.

Quien bien te quiere te hará llorar”, “amar es sufrir”, “si te cela es por amor”, estos refranes aparecen sistemáticamente en relaciones amorosas, ¿qué nos dicen? ¿El amor romántico mata? ¿Dónde habita esa estrecha relación entre el amor romántico y las violencias feminicidas?

Cuando decimos que el amor romántico mata, estamos diciendo que estas relaciones desiguales de poder, este lugar de vulnerabilidad, está estrechamente relacionado con que la mayoría de los feminicidios ocurren en manos de esos a quienes estamos sujetas, por medio del lazo del amor que generan estas relaciones de desigualdad, sustentado por todo un bagaje sociocultural que nos incita al amor romántico (las canciones, los poemas, las telenovelas, el cine, etcétera), de tal manera que prácticamente no podemos crear un imaginario fuera de la vida en pareja

¿Por qué está tan enraizado, sostenido y solapado el feminicidio en América Latina y en particular en México?

Ésa es una pregunta tremenda que ocuparía un tomo entero de un libro para responderse, pero creo básicamente que estamos viviendo un momento histórico del neo-patriarcado, es decir, hubo un momento histórico donde se fundó lo que yo llamo el primer patriarcado, que es la apropiación de los cuerpos y de los trabajos de las mujeres, de tal forma que nos vimos sometidas a trabajar para nuestro apropiador, a parir hijos para nuestro apropiador, pero ahora −y esto lo he escrito ya varias veces−, se acabó la tierra por conquistar, se acabó la tierra por colonizar, y lo que queda por colonizar son los cuerpos de las mujeres, en la prostitución, en la venta de alquileres, en la desaparición de las herencias y pensamientos propios de las mujeres; la venta de nuestra tortura y nuestro sufrimiento en los videos snuff o en la pornografía “más legitimada” es un fenómeno muy contemporáneo. Entonces es importante no ver el feminicidio meramente como un fenómeno donde un individuo decidió utilizar su relación de poder físico, económico, moral, social, sobre la otra para destrozarla; es cierto, eso ocurrió, pero también ocurre y existe toda una cultura de la reconquista de los cuerpos de las mujeres que no sólo legitima la violencia exacerbada, también la permite, la anuncia, la glorifica, incluso la vuelve una especie de glamurosidad gore, “el glamur gore”, el encanto por la sangre y lo extremadamente violento. Existe toda una maquinaria para validarlo, lo vemos así en las canciones, la poesía, el cine… se convierten en herramientas para sostener, alimentar y regenerar la cultura del amor romántico. La diferencia en este momento es que también los noticiarios endiosan, engrandecen, premian y vuelven a los feminicidas héroes oscuros, y en cuanto más sangriento y más terrible sea y más abuso de poder exista, más glorioso es el héroe feminicida, el héroe patriarcal.

Somos las mujeres a las que se nos ha doctrinado en nombre de ese amor romántico, pero, ¿y ellos, los hombres?, ¿has observado procesos de deconstrucción?

En el mundo contemporáneo las luchas de los hombres y de las mujeres se convierten en cosas diametralmente distintas cuando ellos se niegan a reconocer las relaciones de poder y de privilegios. Muchos compañeros “progres” que he conocido están preocupados por “rescatar la idea del amor romántico, por relacionarse de otras maneras, por aprender a oler las flores, tener permiso para tejer como una manera de liberarse del yugo patriarcal”; las mujeres estamos ocupadas por destejer el amor romántico para no depender de ellos para comer, para salir, y para no vivir simbólicamente bajo su tutoría, y sobre todas las cosas, para que no puedan hacernos literalmente pedacitos, como lo están haciendo. Lo comentaba al inicio, lo que las feministas estamos haciendo es un análisis estructural y político acerca de cómo la idea del amor ha construido las sociedades occidentalizadas en un terreno lleno de desigualdades.

La deconstrucción del amor, ¿será feminista o no será?

Para que el “amor” sea feminista tiene que estar alejado de las lógicas de pareja. El amor que es posible cultivar es aquél entre alianzas políticas; entre quienes nos mantenemos en combate ante el patriarcado; entre quienes llamamos amistades, que en realidad son también formas de amores. Si insistimos en construirnos en pareja en nombre del amor, vamos a seguir repitiendo el estereotipo romántico que tenemos introyectado. Creo que deberán pasar algunas generaciones para pensarlo y vivirlo de otra manera. Cuando hablo de otras relaciones de amor que no son las parejas, sino las de amor en colectivo, en grupos políticos, en amistades, en comunidad, pienso que también (y es imperante) debe ser un amor desromantizado, que no ponga las expectativas en los otros, en las otras, que no sea un ejercicio basado en la idea de suplir carencias.

¿Qué significa “amor” para Karina?

Yo entiendo el amor como una alianza política necesaria para sobrevivir y para que esta vida sea buena, y eso no puede suceder sin un análisis profundo y sin la constante revisión de las relaciones de poder de quienes intentan amar. Pero, en definitiva, el amor feminista no será en pareja, ni mucho menos, en pareja, de hombre y mujer. Por otro lado, las relaciones no heterosexuales, aquéllas que buscan emular el modelo heterosexual, también están plagadas del amor romántico, por supuesto. Es más, los discursos LGBTTTIQ parecen competir por el nivel de toxicidad dulce romántica que pueden esgrimir; pareciera que para ser “aceptades”, “incluides”, “reconocides” en la “diversidad”, es necesario demostrar cuán similares o aun más “apegades” al modelo romántico se puede estar. Es decir, no es una alianza ni es amor de aquéllos que resisten al régimen heterosexual, sino de parejas que se esfuerzan por demostrar cuán funcionales son al modelo de sumisión y cuán abstraídos se puede resultar une en otre, y ahí tenemos a la “comunidad” diversa desesperada por demostrar que puede tener bodas de ensueño, casas hermosas y criar niños y niñas, con perros y gatos, moldes más disciplinantes y melosos del amor romántico.

Las lesbianas por supuesto que repetimos el ideal romántico. Siempre recuerdo aquella obra primera llamada “El pozo de la soledad”, en la que la protagonista “deja ir” a la amada para que pueda tener un hijo y un esposo y toda la vida que ella no le pudo dar… y de ahí a The L Word y a todas las series y obras contemporáneas que modelan nuevas generaciones de consumidoras del amor romántico (y modelos de vida colonial de paso). El amor romántico aquí se repite porque no es una alianza política entre las protagonistas de tantas historias, sino encuentros que responden a los modelos ya establecidos de ese amor.

Todas estas reflexiones −sin detenernos a profundizar, además− en que el amor romántico implica, también, formas de violencia que van de la manipulación y del chantaje al feminicidio, no como otra cara de la moneda, sino como continuación material de la relación romántica, en donde une es propiedad de otre

Dicho y teniendo presente lo anterior, preciso que hablo desde otro punto: cuando dos o más mujeres que dada sus anatomofisiología al nacer fueron destinadas a poner sus afectos, servicios y cuidados en la heterosexualidad obligatoria y se han rebelado a ello, se relacionan entre sí, negándose al cuento del amor romántico; cuando esas mismas mujeres no se someten al cuento de la familia feliz en la diversidad sexual; cuando desde un lugar de desobediencia política estas mujeres construyen proyectos −sexuales o no− en conjunto y se declaran afecto, amor y/o ternura entre ellas, entonces, no se trata de un amor romántico. Es, exactamente, el amor desde el desacato a la sumisión de unas y otras, es el amor insumiso a la forma de amor construida en el patriarcado.

Entonces, que desde la heterosexualidad o pseudocríticas vengan a decir que debemos renunciar al amor entre mujeres, a dejar de hablar, escribir o versar sobre la forma en que nos amamos porque es caer en el romanticismo… Que desde la hegemonía vengan a decir por qué deberíamos silenciar nuestras manifestaciones, ¡ja!, se llama lesbofobia y no es nada nuevo ni crítico.

Castellanos habla sobre la osadía de indagar sobre sí mismas, de la valentía para ejercer la ternura sobre nuestros cuerpos y caminos; critica la imagen del patriarca mediador, esa figura masculina que, por nuestro bien, nos dice qué decir, cómo decir, dónde y frente a quién decir-nos en el mundo. Castellanos nos habla también de que durante siglos hemos dependido de la “generosidad o de la violencia” de aquéllos que se dijeron a sí mismos que tenían no sólo el control de la vida pública, sino la conquista en el territorio de lo íntimo: el patriarcado.

El patriarcado ha hecho un gran trabajo por mostrar lo imposible que es el amor entre mujeres, las múltiples formas de amor entre mujeres. Sería demasiado largo un recuento de cuántas veces y en qué maneras han intentado invisibilizar nuestras reflexiones, borrar o disimular nuestras escrituras, eliminar nuestros nombres. Sin embargo, caray, algo muy poderoso debe de haber que aun con su censura, aun con el patriarcado convertido en soldaditos a su servicio, vigilantes de lo que hacemos o decimos, no logran arrancarnos la ternura que sentimos entre nosotras.

No estamos exentas de caer en discursos románticos, en tanto humanas y en tanto habitantes y receptoras del discurso hegemónico, cierto. Sin embargo, dado que el amor lésbico, dado que el amor entre mujeres −sexual y no sexualmente explícito− sigue siendo un tema sancionable-censurable, criticado por las mentes más conservadoras, y se ha intentado convertir en mercancía por las industrias y, aun, se ha tratado de silenciar por las vocecillas del patriarcado “progre” −sumado todo ello a que seguimos necesitando el rescate de genealogías y la gestión de referentes de nuestras ternuras y amores desobedientes: seguir hablando, escribiendo, dibujando, creando desde nosotras, entre nosotras, para nosotras y de nuestras formas de amarnos−, es un acto de radicalidad política necesario. Por lo tanto, si a alguien le incomoda: quítese, no estorbe, que estamos ocupadas. ❧

 

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El amor en tiempos de guerra

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Denisse Buendía
Denisse Buendía
Poeta mexicana y activista por los derechos de las mujeres.