Voces de la comunidad

El despertar de las cenizas

1436241675_hqdefault-480x293Fotograma de Nosferatu de Werner Herzog

¡Es el Tedio! Anegado de un llanto involuntario,
imagina cadalsos, mientras fuma su yerba.
Lector, tú bien conoces al delicado monstruo.
<¡Hipócrita lector –mi prójimo–, mi hermano!

Charles Baudelaire

 

La alcoba se desdibuja entre claroscuros mientras el vampiro avanza como una sombra inquieta. Una mujer cepilla los despojos de la luna que se han insertado en sus cabellos. La bestia aparece frente a ella y, mirando la fragilidad del cisne, el vampiro se desmorona.

“Dame un poco del amor que le entregas a Jonathan […] es para mí la ausencia de amor el dolor más abyecto”, clama el Nosferatus de la extraordinaria película del año 1979, dirigida por Weerner Herzog. El demonio de mirada melancólica, aquél que ha asesinado inocentes –ese indestructible noctámbulo de sarcásticas risas que disfruta del llanto ajeno–, arriesga su inmortalidad doblegándose ante la flor. Pero la beldad es un campo de girasoles indiferente a la noche, y, la pequeña dama, contesta al conde: “Nunca lo haré. No voy a dar siquiera ese amor a Dios”. Frase que es estaca y decapita el eco de los inexistentes latidos de nuestro hombre monstruo (y tal vez de Dios mismo). Aquí debemos evocar la voz del poeta Pedro Salinas, quien habla por todos aquellos vampiros (y dioses) errantes sin amor:

El sueño es una larga despedida de ti. ¡Qué gran vida contigo, en pie, alerta en el sueño! ¡Dormir el mundo, el sol, las hormigas, las horas, todo, todo dormido, en el sueño que duermo! Menos tú, tú la única, viva sobrevivida, en el sueño que sueño.

La sed de amor, ya sea de bestias o humanos (si es que acaso hay diferencia alguna), es inagotable. Julio Cortazar menciona en su cuento “El hijo del vampiro”:

Que los vampiros se enamoren es cosa que en la leyenda permanece oculta. Si él lo hubiese meditado, su condición tradicional lo habría detenido quizás al borde del amor, limitándolo a la sangre higiénica y vital. Mas Lady Vanda no era para él una mera víctima destinada a una serie de colaciones. La belleza irrumpía de su figura ausente, batallando, en el justo medio del espacio que separaba ambos cuerpos, con hambre”. Así es, el poder que brinda la amargura de sentirnos muertos y, por ende, indestructibles, se desbarata al tener de frente la oportunidad de una pasión, es decir, de un amante.

Sean alumnos, maestros, jardineros o intendentes, quienes habitan la universidad padecen del mismo mal que Nosferatus: de manera oculta o con el corazón abierto, todos buscan un amante, es decir, buscan desesperadamente amar.

Encontrar un amante es el despertar de las cenizas; es ese fuego abrasador capaz de calcinar al vampiro resentido que deambula en nuestras entrañas. El escritor contemporáneo Ekar Tolle, de origen alemán y nacionalidad canadiense, dice que: “Muchas personas tienen un amante y otras quisieran tenerlo. Y también están las que no lo tienen o las que lo tenían y lo perdieron”. El vampiro clásico, creado por Bram Stocker, pertenece a esta última categoría y tiene como cicatriz, en su carcomido corazón, el dolor de la ausencia. La pérdida de una pasión nos transforma en esa bestia violenta, maldita, sedienta de afecto.

En este sentido E. Tolle nos dice:

Y son generalmente estas dos últimas las que vienen a mi consultorio para decirme que están tristes o que tienen distintos síntomas como insomnio, falta de voluntad, pesimismo, crisis de llanto o los más diversos dolores. Me cuentan que sus vidas transcurren de manera monótona y sin expectativas. Que trabajan nada más para subsistir y no saben en qué ocupar su tiempo libre. En fin, palabras más palabras menos, están desesperanzadas. Antes de contarme esto ya habían visitado otros consultorios en los que recibieron la condolencia en un diagnóstico seguro: “depresión” y la infaltable receta del antidepresivo de turno. Entonces, después de que las escucho atentamente, les digo que no necesitan un antidepresivo; que lo que realmente necesitan es un amante. Es increíble ver la expresión de sus ojos cuando reciben mi veredicto. Amante es: “Lo que nos apasiona”. Lo que ocupa nuestro pensamiento antes de quedarnos dormidos y es también quien a veces no nos deja dormir. Nuestro amante es lo que nos vuelve distraídos frente al entorno. Lo que nos deja saber que la vida tiene motivación y sentido. A veces nuestro amante lo encontramos en nuestra pareja, en otros casos en alguien que no es nuestra pareja. También solemos hallarlo en la investigación científica, en la literatura, en la música, en la política, en el deporte, en el trabajo –cuando es vocacional–, en la necesidad de trascender espiritualmente, en la amistad, en una buena mesa, en el estudio… En fin, es “alguien” o “algo” que nos aparta del triste destino de durar. ¿Y qué es durar? Es tener miedo a vivir. Es dedicarse a espiar como viven los demás […] observar con decepción cada nueva arruga que nos devuelve el espejo. Durar es postergar la posibilidad de disfrutar hoy, esgrimiendo el incierto y frágil razonamiento de que quizás podamos hacerlo mañana.

Es fácil creer en las palabras de E. Tolle. Basta dar una mirada rápida a quienes nos rodean. En el salón de clases, cada vez es más común ver cómo se arraiga en los alumnos el ansia de perdurar, invisibles, ante la vida. Languidecen sus miradas frente a la incógnita de qué les apasiona hoy y en un futuro inmediato. Hay un eco oculto en sus entrañas:

Ojalá fuese el polvo del camino

Y los pies de los pobres me pisaran…

Ojalá fuese los ríos que corren

Y hubiese lavanderas a mi orilla…

Ojalá fuesen los chopos de la margen del río

Y tuviera sólo el cielo por cima y el agua por debajo…

Ojalá fuese el burro del molinero

Y él me pegase y me quisiera…

Mejor eso que ser el que va por la vida

Mirando para atrás y sintiendo dolor…1Fernando Pessoa.

 

La sombra inquieta del vampiro se refleja en la eterna muerte que habita nuestro desconsuelo. Pero, por favor, dice E. Tolle: “No te empeñes en durar. Búscate un amante. Para estar contento, activo y sentirse feliz, hay que estar de novio con la vida”. ❧

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Rocío Mejía
Rocío Mejía
Escritora, docente de la UAEM, Maestra en educación.
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